Ignacio Camacho

Pasiones

El relato expresionista de Pasolini es de una seca desnudez poética; el de Bach sobrevuela el alma con majestad soberbia

Ignacio Camacho
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La mejor película sobre la Pasión de Cristo está hecha por un ateo. Marxista y homosexual por más señas; una personalidad atormentada con difícil encaje en la Italia de los años sesenta. Expulsado por homosexual del tolerante Partido Comunista y procesado por blasfemo a instancias de la Iglesia, Pier Paolo Pasolini encontró en el Evangelio de Mateo un mensaje de esperanza comprometida e insurrecta. Así, plasmó la vida de Jesús en una larga cinta de excelsa desnudez poética. Sin amaneramiento ni estilizaciones: con una potente belleza expresionista, humilde, abrupta, seca, en la que las palabras del Mesías estallan como latigazos sin concesiones, como gritos que interpelan la conciencia.

Proclamada por "L`Osservatore Romano" como una cima del cine cristológico, la de Pasolini es una absoluta obra maestra.

El cineasta boloñés se distancia de la iconografía bíblica convencional para componer su relato con una narrativa sincopada, fulgurante, fresca. Su fidelidad a Mateo es literal, incluida la Resurrección expresada en una elipsis visual de impactante eficacia estética. La imagen del dolor de María durante la crucifixión, un plano directo del rostro desesperado y contraído, es una cumbre de conmoción emotiva, desgarradora, directa. Toda la película transpira autenticidad; su propia imperfección, artesanal a veces, contiene la legitimidad de un esfuerzo de diálogo intelectual y moral propio de una mente honesta. El relato surge a borbotones, con el ritmo áspero y desigual de una conversación espontánea, sencilla, fresca.

Una parte del fondo musical –además de fragmentos de Mozart y de espirituales negros propios de la época– la constituye la escalofriante partitura de la "Matthäus Passion" de Bach, como no podía ser de otra manera. En ese lirismo dramático coral se acentúa la grandiosa dimensión del sacrificio con toda su sobrecogedora potencia. El Cristo de Pasolini crepita más que habla; su voz vibrante es un exhorto casi crispado de dignidad, desprendimiento e independencia. El de Bach suena con la elocuencia de una bóveda barroca; sobrevuela el alma y llega al corazón envuelto en notas de majestad soberbia. Juntos conforman una imponente dualidad que provoca el escalofrío de una corriente alterna.

Esa doble interpretación artística del Evangelio de Mateo, el más sobrio y preciso de los cuatro, constituye un compendio del sentido esencial de la Pasión, bien distinto de las estilizadas versiones de nuestra tradición semanasantera. Una vertiente íntima, intangible, de menos espectacularidad escenográfica pero dotada de idéntica intensidad y fuerza. El agnosticismo tolerante de Pasolini capta la sustancia del mensaje cristiano con la misma plenitud que el solemne rigor luterano de Bach. Juntos permiten vivir otros matices de la Semana Santa como fiesta abierta; ningún espíritu mínimamente sensible sale indemne de esa experiencia.

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