Carlos Herrera

Palabras de Rita

Si Rita se hubiese apartado voluntariamente de la cosa pública, tal vez su suerte habría sido otra, pero era brava

Carlos Herrera
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«Carlos, estoy rota. Todo es injusto, desproporcionado e inhumano. Aún no he podido ni acostarme de dolor. Mañana haré un comunicado por escrito. Tienen temor a mi comparecencia personal. Nunca perjudicaré a Mariano ni al PP. Te lo digo para que me entiendas y por deferencia a ti. ¡Pobre España! Tendremos que sentarnos algunos para hacer del periodismo una profesión y no un instrumento capitalista sin que importen las personas y para echar de la opinión pública a chantajistas que no respetan los derechos humanos ni la Constitución (artículos 11 y 24-2, respectivamente). Simplemente te lo digo para que no creas que soy descortés con quien se porta bien conmigo. Besos a ti y a todos».

Es el último mensaje que me hizo llegar Rita Barberá.

Allá por octubre. No creo que desvelarlo sea una falta de lealtad a su memoria ni a la privacidad debida. Rita estaba tan dolorida como perpleja: no entendía su bajada a los infiernos por más que conociera la profesión a la que llevaba dedicada la mayoría de años de su vida. Un puñado de mayorías absolutas jalonaban su carrera y una evidente plasmación de su trabajo en el cambio de una ciudad adornaban su currículo, pero ello no era óbice para ser objeto de una cacería mediático-judicial sin precedentes. Rita, efectivamente, era cabeza de un partido que deberá responder ante los tribunales de un modus operandi muy propio de las mayorías absolutas de largo recorrido, pero que antes de que se sustancie ante un tribunal no pasa de ser un amontonamiento de indicios y sospechas. Dignas todas ellas de ser investigadas, desde luego, pero que hasta la sentencia final son sólo investigaciones. A ella en concreto se le abrió un proceso por el blanqueo de mil euros de pitufeo financiero: yo dono mil euros y por debajo de la mesa me los devolvéis en dos billetes de 500, papeles malditos, como sabemos, sospechosos de todo mal. Probar este último extremo es altamente improbable (igual que probar que Griñán había organizado el riego generoso de los ERE falsos, aunque muchos no conciban que ignorara el mecanismo de fraude, ya que un interventor le advirtió del mismo). El dolor que evidenciaba Rita estaba provocado por el linchamiento y el acoso a los que estaba sometida a las puertas de su mismo domicilio, escraches que le montaban los propios periodistas que, supuestamente, debían informar de su asunto. Pasear en su día con Rita por la Valencia que ella transformó era una ginkana de obstáculos de adhesión. Hacerlo estos días suponía sortear profesionales del odio y el acoso. No estaba preparada para ello, como no lo estaría nadie. Los informadores que la enfocaban como núcleo mismo de la corrupción insisten hoy en señalar a su partido como hacedor de su soledad y su pena, pero no deberíamos engañarnos: el PP la apartó en campaña electoral una vez abierto su procesamiento, pero no fue el instigador de la abyecta campaña que urdieron medios jurídicos y periodistas de amaneramiento podemista. Algún supuesto incorruptible popular dijo aquello de que no tenía dignidad, pero el trabajo sucio fue perpetrado desde módulos de odio político, tan del gusto de hogaño. Inopinadamente, Rita se pasaba el día pendiente de los medios que la asaetaban en lugar de ignorarlos deportivamente. No se puede pretender estabilidad emocional y pasarse el día viéndote caricaturizada en la Sexta TV.

Si Rita se hubiese apartado voluntariamente de la cosa pública, tal vez su suerte habría sido otra, pero era brava hasta sus últimas horas y quien la conocía sabía que aconsejarle algo en ese sentido era inútil. Quiso resistir a la jauría, pero su corazón no resistió. Yo lo siento de veras porque era una tipa de una pieza, en sus errores y en sus aciertos. Valencia y España no van a ser necesariamente mejores sin ella.

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