Palabra maldita

Hace falta una palabra para definir la pomposidad de los tertulianos. Pero inventemos otra

David Gistau

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No solamente las personas, también las palabras pueden ser rehabilitadas después de sufrir condenas injustas y grandes padecimientos. Este artículo de hoy, trémulo de compromiso, relacionado con la insobornable estirpe intelectual de un Zola cuando escribió « J’accuse », pretende ser el primer acto de salvación de una palabra que, como Dreyfuss , permanece sentada en su banquito de la Isla del Diablo con la reputación, la fama y el porvenir demolidos por la arbitrariedad de los tiempos. Expongo los hechos.

En víspera de Nochebuena , durante el tráfico de felicitaciones y buenos deseos en los que tantas veces descubrimos el cursi que llevaba oculto alguien a quien hasta entonces respetábamos, mi querido amigo Manuel Jabois , a quien tantas navidades felices deseo, me preguntó dónde iba a pasarla. Ah. En el momento de responder, me quedé bloqueado como a veces les ocurre a aquellos cuya escasa reserva de palabras disponibles en la memoria impide encontrar la adecuada para lo que quieren decir. Sólo que me ocurría al revés. No me faltaba una palabra, me sobraba. Por lo que tuve que escribir en el wasap: «Vamos a la casita de campo del marido de mi hermana». Jabois respondió: «Las vueltas que tenemos que dar ahora para no decir cuñado ».

Efectivamente. La palabra cuñado adquirió en los últimos tiempos significados tan nefastos que le dices cuñado a tu cuñado y parece que le estás dedicando uno de esos insultos procaces después de los cuales no queda sino batirse. Es un grave problema porque ahora hay que dar rodeos o emplear eufemismos que agreden la precisión del lenguaje. El desprestigio de la palabra cuñado comenzó precisamente en un contexto navideño. Servía para resumir las pocas ganas que pudiera uno tener de cenar en familia y soportar la matraca de conversadores torrenciales y más o menos obtusos y/o alcoholizados. Desde ahí derivó y terminó abarcando en su significado a cualquiera que viva de hablar de algo sin tener ni puñetera idea de lo que dice pero sin el menor pudor al saltar de una ignorancia a otra sentando cátedra en todas ellas. Es decir, que terminó siendo un sinónimo de tertuliano. Ignoro si el diccionario de la RAE aceptó ya esta acepción, pero sin duda acabará por hacerlo. Confío poco en los escrúpulos populacheros de la RAE desde que el diccionario destrozó la carga dramática del himno de la Legión: « Soy el amigovio de la muerte ».

Comprendo que haga falta una palabra para definir la pomposidad hueca de los tertulianos. Pero inventemos otra. Porque para cierta gente, por ejemplo, para mi cuñado, yo también soy un cuñado, y ambos queremos encontrarnos y abrazarnos en esta condición que nos convierte en familia sin por ello preguntarnos si estamos siendo insultados por el otro. Tampoco queremos sentarnos a la mesa en Nochebuena preguntándonos a cuál de los dos le toca ser el pelmazo borracho. Así pues, salvemos la palabra cuñado, restauremos su prestigio y pongámosla en circulación de nuevo.

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