Pecados capitales

Enemigos íntimos

Aguirre tiene tarea en estos días de asueto

Mayte Alcaraz

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Hubo un tiempo en el que hablar con Esperanza Aguirre era encontrarla dirimiendo una inversión millonaria en la Comunidad o dando una rueda de prensa sobre unos tacones en oferta o unos calcetines grises supervivientes de una bomba en la India. Ahora, cuando marcas su número te la encuentras con unos ajos en la sartén para preparar unas setas o llevando a sus nietos al cole. La culpa de este prematuro retiro oficialmente la tiene su ojo de mal cubero al elegir a sus dos hombres de confianza en la política madrileña, ya que ambos salieron ranas en una charca donde convivían con más batracios. Por eso Aguirre sostiene que ahora vive con el periscopio bajado siempre que su solicitadísima concurrencia a comisiones de investigación en el Parlamento se lo permite. Aunque lo niega, no hay quien se crea que no disfruta de algún suculento plato de esos que se sirven fríos y saben a gloria. De tanto subir, bajar y girar en todas las direcciones, el instrumento óptico de la exdirigente madrileña ha desarrollado un sexto sentido que aplica cuando el enemigo se revuelve. Y al periscopio de la lideresa no le falta trabajo. Y no solo por lo que largan Ignacio González y Francisco Granados cada vez que desfilan hacia los jugados.

Aguirre tiene tarea en estos días de asueto. Cuando pone en marcha el periscopio puede dirigirlo, por ejemplo, a Cristóbal Montoro, el tapado al que muchos en el PP culpan de su raquítica victoria, por un solo concejal, en las elecciones municipales de 2015, que le hurtó la Alcaldía de Madrid, gracias tambien a que en un grave error de estrategia ella convirtió a Manuela Carmena en candidata con posibilidades de ganar. Luego los enjuagues corruptos de los cargos que designó acabaron con su carrera, pero en lontananza Aguirre todavía otea a su enemigo íntimo, el ministro de Hacienda, hoy en apuros por su enfrentamiento al juez Llarena. Porque aunque todos, menos Aguirre, parecen haberlo olvidado Montoro es señalado en su partido como el responsable de haber aireado la declaración de la renta de la expresidenta en plena vorágine electoral hundiendo sus expectativas en las que sí creyó Mariano Rajoy cuando la confió la candidatura.

Pero el periscopio tiene más objetivos. La expresidenta sabe bien que la política está hecha en gran medida de resentimientos, celos, recelos, venganzas, justas y reyertas. No hay más que esperar un tiempo prudencial para ver al rival camino del desolladero pisando la misma tierra que antes ensució tus zapatos. El PP es en esas lides un auténtico maestro. Por eso, dos mujeres que se juraron odio eterno hace tres años, la propia Aguirre y Cristina Cifuentes, parecen compartir un final adelantado a su biología política.

Ambas han encarnado las antípodas ideológicas en la derecha, librado una cruel batalla en la que solo debía quedar una y aventado todo tipo de escaramuzas por el poder en el PP de Madrid. Aguirre observa ahora desde los fogones la suerte de quien marcó distancias insalvables con su gestión liderando un proyecto de regeneración para limpiar el «aguirrismo». Especialmente ahora que extemporáneamente ha llevado a la Fiscalía Anticorrupción el proyecto de la Ciudad de la Justicia del que la lideresa dice mantenerse ajena y con la conciencia tranquila. Y todo esto, con los ajos en la sartén.

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