La confesión de ETA

Tiene que haber un vencedor y un vencido, porque hubo víctimas y verdugos

José María Carrascal

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El anuncio de disolución de ETA ¿es auténtico o falso? Pues las dos cosas al mismo tiempo. «¡Imposible! -me dirán-. Una cosa o la otra». Y tendrán razón. ETA ha demostrado ser tan brutal como escurridiza, el hacha y la serpiente. Y ahí nos tienen de nuevo a los españoles en la lucha cainita entre los que lo saludan como el paso definitivo hacia la paz y los que lo tachan de trampa.

Para salir del dilema no se me ocurre nada mejor que recordar las condiciones exigidas a la confesión en mi infancia: examen de conciencia, dolor de corazón, confesión de los pecados, propósito de enmienda y cumplir la penitencia. Examen, no de conciencia, que no tiene, sino de situación, sí que lo ha hecho ETA, al darse cuenta de que no puede continuar la «lucha armada», como llama a sus delitos, acorralada por las policías y tribunales españoles y franceses. Aparte de ¿para qué lo necesita si ya está en las instituciones? El dolor de corazón se queda en pedir perdón a las víctimas que «no tenían nada que ver con el conflicto». O sea, a las otras no. Como las conocemos, sabemos quiénes son: los militares, los policías, los jueces, los empresarios, los periodistas y cuantos no comulgan con su ideario nacionalista. ¿Sigue pensado que «ellos se lo buscaron»? Algo parecido ocurre con la confesión de los pecados, Hay más de 300 asesinatos sin aclarar, ¿va ETA a aclararlos? No parece. De propósito de enmienda, reconocer haberse equivocado y prometer no volver a hacerlo, ni palabra. Por último, cumplir la penitencia, o sea, aceptar las penas que sus crímenes le acarrean, tampoco habla, pero su entorno viene exigiendo medidas de gracia para alcanzar la «reconciliación nacional», con el primer paso de acercar sus presos al País Vasco, donde seguro recibirán mejor trato, si no salir a tomar chiquitos. En resumen, una confesión no ya a medias, sino de la quinta parte. ¿Merece la absolución?

Diría que no, que no puede acabar con otro abrazo de Vergara, pues tampoco fue una guerra abierta, sino a traición, terrorismo, puro y duro que no respetó ninguna regla, lo que exige medidas excepcionales, empezando por no acabar en empate. Tiene que haber un vencedor y un vencido, porque hubo víctimas y verdugos, que no pueden ser tratados igualmente. Y no pueden ser tratados igualmente porque, en tal caso, los verdugos ganarían, dejando las raíces del mal en la sociedad vasca. Un mal compuesto de fanatismo, irracionalidad y racismo, aún latente, que puede volver en cualquier momento.

ETA tiene la gran oportunidad de demostrar que su adiós a la violencia es sincero y que su terrorismo ha acabado para siempre, incluyendo en su anuncio oficial de disolución que condena la agresión a los guardia civiles en Alsasua y pide que no vuelva a ocurrir en el País Vasco. Hasta que no lo haga, no la creeremos. De momento, sólo lo han hecho sus obispos. El PNV, experto en recoger las nueces del árbol que otro sacude, a medias, como siempre.

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