Hermann Tertsch

Ausencias multitudinarias

Con motivo del estreno se ha recordado la última impertinencia de Trueba de coquetear con su desprecio a España

Hermann Tertsch
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El director de cine Fernando Trueba está desolado. Lógico a la vista de los datos de taquilla de su última película «La Reina de España». El fracaso de la película es ya un hecho inamovible. Por lo que, a la espera de que aficionados del cine-club en futuras generaciones encuentren en ella motivo de aprecio, hay que considerar que «La Reina de España» ha corrido la misma suerte que la inmensa mayoría de las películas que se hacen en España. Una vez concluidas, después de trincar las subvenciones y, si hay suerte, tras unas semanas de virtuosismo contable con el recuento fraudulento de entradas, quedan para los saldos de las teles. Eso, las que se estrenan. Pero ese mundillo es muy sentido.

Se ve en los Goya, donde unen su coro de desprecios hacia todo lo que no sea de su palo.

Ellos son especiales y exigen mimo. Son zafios, sectarios y de estética de polígono o arrabal en su inmensa mayoría. Ofenden siempre que pueden pero son princesitas todos a la hora de encajar. Ante todo les gusta pasear esa arrogancia semiculta del enterado español, del que se siente «en la pomada» como dice Javier Rioyo, el rey en el Instituto Cervantes al que mandan sin saber inglés de jefe a Nueva York los socialistas y de premio por sus fiascos después a Lisboa los populares. Son célebres los miembros del comisariado político de la cultureta hispana. Enchufados por el PP como por el PSOE para hacer listas blancas y lista negras de quienes tienen derecho y quienes no a estar en esa «pomada» en la que circulan premios, viajes, publicaciones, televisiones, películas y contratos de ministerios y autonomías. Tienen derecho todos los que les bailen el agua a los santones de la izquierda y hagan méritos de militancia antifranquista, de atacar al PP, despreciar a la Iglesia y hablar bien de LaSexta y el Wyoming. Por esta lógica, toda la mamandurria cultural pública en España está en poder de la izquierda desde hace 35 años. Los socialistas, comunistas y separatistas hacen piña para proteger «el mundo cultural» de toda influencia «fascista», es decir de cualquiera que no piense como ellos. Y el PP enchufa a los enchufados de la izquierda para aplacar su miedo cerval a que izquierda y enchufados lo tachen de derechista.

Así se entiende la desolación de Trueba. Él y las gentes de ese mundillo están convencidas, -¡se le nota a Elvira Lindo!-, de que ellos son los únicos cultos y exquisitos de esta España tan perjudicada por el hecho de que ganara Franco y no Stalin. Y creen en serio que les debemos todo y que tenemos que admirarlos y comprar lo que nos vendan. Si no celebramos su obra es como si nos ciscáramos en la Capilla Sixtina. Divertido ahora es que Trueba quiere convertir en fruto de conspiración el fracaso de una película «fallida de principio a fin», según críticos piadosos. Con motivo del estreno se ha recordado la última impertinencia de Trueba de coquetear con su desprecio a España cuando recibía un premio de los españoles. Y se ha celebrado su fiasco. Y Trueba pretende que el hecho de que no vaya a ver su película ni la hija de su portera está en una conspiración de «agresivos y violentos» fascistas en las redes. No. Las ausencias multitudinarias en los cines de la película de Trueba son las de otras muchas películas malas. No interesa su película, no interesa él y cada día interesa menos la tropa vulgar y sectaria que, protegida por complicidades de izquierda y cobardía de derecha, se cree con eterno derecho de pernada y secuestro en el escenario cultural español.

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