Ignacio Ruiz Quintano

12-O

Con veinte inquisidores mantengo a España en paz, dijo Felipe II. El marianismo ha querido mantener a España en paz con veinte tertulianos

IGNACIO RUIZ-QUINTANO

Como regalo de la hispanidad, Cataluña ha puesto un huevo que es un tabú, una ambivalencia freudiana: los catalanes desean lo que el tabú oculta, pero, a la vez, lo temen, mientras en Madrid los juristas de guardia, que son los del TC, ahora rama leguleya del Ejecutivo, pasan por alto que la sedición no es un delito de resultado, sino de intención, y resuelven ilegalizar… ¡la sedición!

-Con veinte inquisidores mantengo a España en paz -dicen que dijo Felipe II.

El marianismo ha querido mantener a España en paz con veinte tertulianos, pero ni Mariano es Felipe II ni los tertulianos son (intelectual, cultural y moralmente) los inquisidores, que los inquisidores desaconsejaron a Felipe II la guerra de Flandes, y ya ven. Cataluña inaugura, pues, su «independencia constante», que nos lleva, como le pasó a Azorín con El Greco, al obispo Judas Tadeo José Romo y Gamboa, «adicto por convencimiento a la monarquía libre», que te adentra en el corazón de España con su libro «Independencia constante de la Iglesia hispana», donde se lee (mi edición es de 1843) que la soberanía nacional, «tan decantada entre los corifeos de nuestras Cortes, no ha sido ejercida nunca ni por sueños en España»…

-La soberanía del pueblo americano, única que existe en toda la extensión de la palabra, y de la que las de la Europa no son más que un simulacro…

Otro Alt Right, dirían hoy de este Romo que recorre la nacionalidad española que surge como unidad religiosa contra romanos, godos y sarracenos, hasta llegar, cosa que Romo, lector entusiasta de Tocqueville, no pudo ni sospechar, a las «vividuras» de los Castro (Américo) y las cáscaras kantianas de los Laín, que vendrían a prefigurar el doloso abandonismo mariano.

-Me abruma Laín con la confesión de sus lecturas -escribe en el exilio don Claudio Sánchez-Albornoz, en divina controversia en esta Casa-. «Lo que sabe este tío», dirían en Chamberí. Orgullosamente usted declara leer a Kant; humildemente yo reconozco que leo el ABC.

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