Enrique Sánchez Lubián - Esbozos para una crónica negra de antaño (XII)

Toros y tiros: capea sangrienta en Bargas

Uno de los disparos alcanzó al mozo Eusebio Páramo Montalvo. Tenía 25 años, era panadero y estaba soltero

Enrique Sánchez Lubián
TOLEDO Actualizado: Guardar
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El abogado Juan de la Cierva y Peñafiel (1864-1938) fue uno de aquellos políticos de la monarquía de Alfonso XIII que tejió una compleja red caciquil para sobrevivir en diferentes gobiernos durante más de media vida, ostentando los ministerios de Instrucción Pública y Bellas Artes, Gobernación, Guerra, Hacienda y Fomento, algunos de ellos en varias ocasiones. En 1908, siendo titular de la cartera de Gobernación, promovió una polémica orden que trajo de cabeza a muchos gobernadores civiles y alcaldes: prohibir los encierros y capeas en aquellos pueblos donde no hubiese recintos adecuados para su celebración. Aún reconociendo el arraigo que tales prácticas tenían en muchas localidades, tan drástica decisión se argumentaba como medida para evitar desgracias personales.

Juan de la Cierva y Peñafiel, ministro de la Gobernación quien en 1908 prohibió las capeas y encierros en aquellos municipios donde no hubiese recintos adecuados para su celebración (Foto, Kaulak)
Juan de la Cierva y Peñafiel, ministro de la Gobernación quien en 1908 prohibió las capeas y encierros en aquellos municipios donde no hubiese recintos adecuados para su celebración (Foto, Kaulak)

El cumplimiento de la disposición, en la que también figuraba que aquellos ayuntamientos que no tuvieran satisfechas todas sus obligaciones no podrían destinar fondos municipales ni a la construcción de plazas de toros ni espectáculos taurinos, fue casi imposible.

En la prensa de la época hay numerosas noticias sobre incidentes y desgracias registradas por no hacer caso a esta orden ministerial o por exceso de celo en su seguimiento.

En agosto de 1908, desde las páginas de «El País», se censuraba la pasividad del gobernador civil de Toledo, Ricardo L. Parreño, por haber permitido la celebración de una capea en Villarrubia de Santiago, en una plaza formada con maderas mal atadas y carros sin seguridades para el público, donde dos mozos terminaron moribundos tras ser corneados y un toro manso fue objeto de todo tipo de tropelías. «El Día de Madrid», en 1911, alababa al gobernador Fernando Boccherini por la enérgica labor que estaba realizando en la provincia para mantener la prohibición de las capeas, destacándose que en una sola tarde había impuesto en la localidad de Almorox veintiséis multas de 50 pesetas, pagando con pena de cárcel algunos sancionados insolventes. Unos años después, los alcaldes de Mocejón y Esquivias también sufrieron un correctivo de 500 pesetas por permitir la celebración de encierros sin la preceptiva autorización gubernativa.

Tradicional encierro en la calle Arroyada a principios del pasado siglo XX (Foto, Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)
Tradicional encierro en la calle Arroyada a principios del pasado siglo XX (Foto, Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)

El reguero de incidentes se repetía por toda España, llegándose a casos extremos como el vivido en un pueblo cercano a la provincia de Toledo, Cuevas del Valle, en Ávila, donde un sacerdote fue apuñalado durante un motín provocado por la supresión de una capea tras ser cogido gravemente uno de los mozos participantes. Los incidentes se saldaron con la muerte de un niño de trece años, al que un navajazo le atravesó la pleura, numerosos heridos -el clérigo lo fue por intentar mediar en la trifulca- y quince detenidos, entre ellos el propio alcalde.

Imagen de las típicas novilladas en Bargas en los años cincuenta (Foto, Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)
Imagen de las típicas novilladas en Bargas en los años cincuenta (Foto, Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)

En septiembre de 1916 el pueblo de Bargas se sumó, lamentablemente, a este cúmulo de desgracias. Para el día 25 se había programado una novillada, motivo por el que numerosos vecinos no acudieron a sus trabajos, llegando también a la localidad bastantes forasteros. A las nueve de la mañana el alcalde, Victoriano Quirós, hizo público un bando anunciando la suspensión del festejo, toda vez que los toros se habían desmandado durante las labores previas de encierro, quedando desperdigados en el campo y no había animales disponibles para celebrar el festejo.

Como era de esperar, el aviso no sentó nada bien al vecindario, que fue concentrándose frente a la fachada del Ayuntamiento, voceando y criticando a la autoridad municipal por considerar que se había burlado de ellos. Los intentos de primer edil por justificar los motivos de la suspensión de nada sirvieron. El recinto preparado para la novillada, quedó en pocos momentos deshecho, quemándose algunas maderas en un puesto de churrería.

Durante muchos años, los festejos taurinos en honor del Cristo de la Sala se celebraron en una plaza de palos (Foto, Colección Antonio Pareja)
Durante muchos años, los festejos taurinos en honor del Cristo de la Sala se celebraron en una plaza de palos (Foto, Colección Antonio Pareja)

Al mediodía la tensión alcanzó su cenit. A la plaza de Bargas llegaron fuerzas de la Guardia Civil, siendo recibidas con gritos y una lluvia de piedras. Para disolver el tumulto, previo aviso de los tres toques de atención reglamentarios y unos tiros al aire, las fuerzas de la Benemérita realizaron fuego de fusilería. Uno de los disparos alcanzó al mozo Eusebio Páramo Montalvo, herido en la región lumbar, quien quedó tendido y sangrando de forma abundante. «El pánico -se narraba en la crónica de “El Eco Toledano”- fue grande al sonar la descarga; por las calles corrían mujeres y niños que se internaban en sus casas poseídos de terror, cerrándose puertas y ventanas». Tres guardias civiles resultaron heridos por el apedreamiento.

«Los padres del herido -continuaba el relato periodístico-, al verlo, salieron a la plaza a recoger a su hijo, teniendo que desistir ante la actitud y el peligro que corrían en aquel sitio, donde la Benemérita prohibía que se permaneciera». Cuando por fin pudieron rescatarlo, lo llevaron a su domicilio, donde falleció en pocos minutos. Tenía veinticinco años de edad, era panadero y estaba soltero. «Eusebio -indicaba el reportero- era un guapo mozo, fuerte y en su rostro se dejaba adivinar la bondad que le atribuyen cuantos le conocieron».

Los forasteros, ante la intensidad del tumulto, abandonaron apresuradamente Bargas volviendo a sus casas en coches, en caballerías y andando, «quedando toda la tarde el pueblo con el aspecto de un cementerio».

Fachada del Ayuntamiento en la plaza de Bargas, donde se registraron las protestas e incidentes por la suspensión de la capea en 1916 (Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)
Fachada del Ayuntamiento en la plaza de Bargas, donde se registraron las protestas e incidentes por la suspensión de la capea en 1916 (Ayuntamiento de Bargas. Archivo Municipal)

Desde Toledo llegaron refuerzos de caballería e infantería en previsión de que los incidentes volvieran a repetirse durante el entierro del fallecido. El gobernador civil, Emilio de Ignesón, se desplazó a Bargas para supervisar cualquier acción. Con fuerte presencia de las fuerzas de orden patrullando por las calles, la noche transcurrió tranquila. A la mañana siguiente, el cadáver de Páramo fue trasladado al cementerio, realizándose el sepelio solo con asistencia de las autoridades y el párroco. Por orden de éstas, «no se tocaron las campanas ni hubo ostentación alguna por la que el pueblo pudiera comprender que el acto se celebraba en aquellos momentos», se señalaba en «El Castellano». Mientras la tranquilidad iba recomponiéndose en la localidad, donde durante unos días permanecieron destacados medio centenar de agentes, once personas fueron detenidas por su implicación en las protestas y trasladadas a la cárcel provincial de Toledo.

A través de ese mismo diario, el alcalde bargueño descargó las responsabilidades de lo ocurrido en el ganadero Eduardo Díaz, quien no cumplió su compromiso de encerrar a los toros en los corrales días antes, ya que los animales se disgregaron y los vaqueros no hicieron nada por llevarlos hasta allí, quedando el ganado abandonado en las afueras del pueblo. Sobre la marcha se intentó que se llevasen a Bargas otros novillos desde Cabañas de la Sagra, pero los intentos fueron infructuosos, motivo por el que decidió suspender la corrida.

Amén de lamentar la muerte de Eusebio Páramo, estos sucesos derivaron en la prensa en debate sobre la conveniencia o no que estas capeas continuasen celebrándose en la provincia. En las páginas de «El Eco Toledano», José Manuel Santos, conocido crítico taurino que firmaba sus crónicas con el seudónimo «Verde y Blanco», proponía una recogida de firmas para que el ministro de la Gobernación dispusiera la total supresión de las corridas de novillos, vacas o becerros en las plazas de los pueblos, considerando que con ello se realizaría una «obra altamente patriótica, llena de altruismo y encaminada a mejorar el erario municipal», defendiendo rotundamente la fiesta verdadera de los toros, «la artística, la colorida y hermosa; no la bruta, antiestética y fea». Similar contundencia se mostraba en «Heraldo Obrero», pidiendo que se prohibiesen estas «brutales fiestas», con lo que se evitarían estos sangrientos sucesos, lamentándose, además, que «para corregir una salvajada se hubiese recurrido a otra mayor». La queja de este semanario se publicó bajo el rotundo titular de «Otra vez el maüser».

La controversia llegó hasta la prensa nacional y los despachos ministeriales. Comentando los sucesos, el titular de Gobernación asimiló lo ocurrido con el comportamiento de los pueblos cafres, mientras que en el diario «El País» se apostaba por la defensa de las capeas populares, pues aún considerando que en algunos lugares se daban comportamientos bárbaros, «son mucho más nobles, más fuertes, más fiesta nacional que las corridas de toros, en las cuales solo torean los diestros vestidos de botargas o bailarines». Añadiéndose que de entre los participantes en las capeas saldrían los buenos soldados y guerrilleros precisos en caso de que la nacionalidad española quedase otra vez «reducida» a Cádiz, en alusión al núcleo patriótico mantenido allí durante la Guerra de la Independencia.

Se consideraba, además, que, pese al doloroso balance de los incidentes, tanto el alcalde como los miembros de la Benemérita actuaron correctamente, no debiendo calificar al pueblo de Bargas como «bárbaro», «ya que no tiene la culpa de que no se le eduque, o se le eduque mal, por las clases directoras y por la prensa apologética de los toros y de los toreros». Calificando lo ocurrido como «motín castizo», este diario, dirigido por el periodista Roberto Castrovido, concluía su comentario con una sorprendente reflexión: «¿Hubieran las vacas bravas causado en Bargas las mismas víctimas que la Guardia Civil se ha visto obligada a causar para defenderse? Creemos que no. Y entre morir de una cornada o de un tiro, siempre es más divertido lo primero».

Doce años de después de acontecer estos sucesos, en 1928 el gobierno reiteró la prohibición de la celebración de capeas. Esa misma intención tuvieron diferentes ordenes aprobadas en los primeros meses de la II República, recordando la normativa aprobada en su día por De la Cierva, si bien en 1932 se hizo excepción con aquellos casos en que la lidia corriese a cargo de toreros profesionales, pero manteniéndose el veto a los encierros de toros o vaquillas ensogadas o en libertad por las calles y plazas de las poblaciones.

Hasta 1931 los festejos taurinos en Bargas continuaron celebrándose en la plaza del pueblo, siendo trasladados de allí al plantarse árboles en dicho espacio. A partir de 1944 las novilladas en honor del Cristo de la Sala comenzaron a realizarse en una plaza de toros de palos, siendo sustituida esta instalación, veinte años después, por una portátil de madera. El actual coso, ya de fábrica, fue inaugurado el 6 de agosto de 1977 con una novillada de rejones en la que intervinieron Manuel Vidrié y Joao Moura. En los carteles se anunciaba como la «plaza más cómoda de la provincia de Toledo».

Sobre la tradición y arraigo de los encierros, novilladas y corridas en esta localidad toledana, José Luis Téllez de Cepeda y Téllez abunda detalladamente en su libro «Festejos taurinos en Bargas (1730-1977)», editado por la Diputación Provincial y el ayuntamiento bargueño hace unos años.

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