Pura Ramos, la periodista viva más veterana de Madrid
Pura Ramos, la periodista viva más veterana de Madrid - n.m

Pura Ramos: «Con internet, el periodismo es muy sofisticado pero deshumanizado»

A pesar de considerarse una «momia», a sus 84 años, la periodista viva más veterana de Madrid continúa escribiendo en Ars Magazine, donde es una «institución»

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«Pueblo» e «Informaciones». Dos diarios vespertinos, emblemas del periodismo ágil y moderno, rivales y pioneros, cuna de algunos de los mejores profesionales que daría el oficio en España. Pura Ramos, la periodista más veterana todavía en activo de Madrid, no solo coincidió en ambos con su marido, Jesús de la Serna, también con una de las personalidades más conocidas del panorama mediático actual: el presidente ejecutivo de PRISA, Juan Luis Cebrián. Por aquel entonces subdirector de «Informaciones», en un escatológico choque de egos el número dos del vespertino dio un golpe sobre la mesa de la redacción de San Roque. La dialéctica tomó la palabra.

—Si yo te digo que te vayas a Barajas, te vas a Barajas— gruñó Cebrián.

—Entonces, si me dices que me ponga a fregar la redacción, debo fregar la redacción—replicó el fotógrafo Diego Segura, cuestionando la orden del número dos del periódico.

—Sí. Si yo te digo que te pongas a fregar la redacción te pones.

—Pues oye: ¡no!

—Pues sube a contabilidad a pedir la cuenta. Quedas despedido—zanjó el subdirector.

Un silencio sepulcral asedió la redacción. Solo se oía el ruido de Segura, el fotógrafo despedido, mientras recogía sus cosas. Y un sollozo, de fondo, velado: Pura llorando en un rincón. Un cuadro que quedaría grabado en la memoria de uno de sus compañeros, Juan Pedro Quiñonero, actual corresponsal de ABC en Francia. Una imagen que contrasta con esa «mujer que no perdía la sonrisa ante ninguna intemperancia». El periodista también la recuerda implicada, afanosa por demostrar que el talento está por encima de los prejuicios de género. Ella misma, cabizbaja, admite que «aún hoy tenemos que demostrar más que el hombre. Yo no soy feminista, quien vale, vale y quien no, al montón; pero es cierto que siempre hemos tenido que esforzarnos más». Por eso era siempre la primera en llegar, «hacia las ocho de la mañana», y también en decir adiós a la redacción, «poco antes de las tres».

Acostumbrada a hacer frente a las trabas que la vida ha ido tejiendo a su paso, no está dispuesta a ceder en la batalla contra el tiempo. A sus 84 años, esta vasca nacida en Madrid —porque «los vascos nacemos donde queremos»—, ya jubilada, sigue colaborando en la revista «Ars Magazine», alimentando, sobre todo, los temas de actualidad que requiere la web. « Ella es como la Historia del Arte de los últimos cincuenta años. Su colaboración no es una obra de caridad. Ella es un tesoro, se mantiene muy activa; valora exposiciones; hace entrevistas, muy interesantes porque suelen ser con artistas de su generación y se establece una sintonía, una conexión especial. Nos resulta utilísima», comenta Fernando Rayón, director de la revista para quien Pura Ramos Unamuno es «una institución», a pesar de que ella habla de sí misma como «una momia». Tan rentable es su trabajo para la revista artística que, además de colarse en la portada con muchos de los temas que propone, edita a sus compañeros y, sobre todo, al director: «Opina con mucho criterio, cuando escribo el editorial se lo envío y me hace comentarios bastante ácidos y mordaces. Yo lo agradezco porque mejora mucho la calidad», comenta Rayón. El director de «Ars Magazine» destaca de la periodista y licenciada en Historia del Arte su cercanía, «nadie le dice que no porque va a algo que se ha perdido un poco, que es a la persona; por qué alguien hace lo que hace, conocer su vida».

Una mujer en un mundo de hombres

La periodista viva más veterana de Madrid, incombustible a sus 84 años, llegó al oficio por casualidad, retando al establishment de la época: «Entonces la profesión era casarse, tener hijos y dedicarse a las labores. Yo solo tenía mucha curiosidad por todo, y aunque no había periodistas femeninos ni por casualidad, porque no era un oficio para mujeres, ingresé en la Escuela Oficial de Periodismo. Un hecho inaudito» que no fue bien recibido por su familia. Pero Pura, joven y vivaz, desoyó las directrices familiares. «La idea de ser periodista no gustó nada en casa y mi madre al principio no se lo decía a nadie. Sociedad cerrada y tradicional. Yo, el garbanzo negro».

De las Escuela de Periodismo, además de conocimientos básicos para desempeñar el oficio, consiguió otras dos cosas si cabe más valiosas. Conoció a Jesús de la Serna, director de «Informaciones» y nieto de Concha Espina, junto al que pasaría el resto de su vida, siguiéndolo, a regañadientes, en los diferentes diarios que este dirigía; y a Luis Fernández Candela, gracias a cuya amistad consiguió su primer trabajo. «Candela me contó que en "Pueblo" estaban buscando una chica que supiese taquigrafía, que no sabía, e idiomas, que sí. Fue un 15 de diciembre de 1952, nunca se me olvida». Algo de fortuna, buenas relaciones y la picardía de esa joven Pura hicieron que la contratasen como auxiliar de redacción en «Pueblo», su primer tanteo con el oficio que terminaría por robarle el corazón. A pesar de su avidez por la lectura, afirma no ser periodista de vocación sino que esta fue creciendo a golpe de tecla, a medida que el mundo de la información la seducía. Un flechazo que a día de hoy perdura y que «llenó por completo» su vida.

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Concentrada en sus recuerdos, frunce el ceño y su curtida piel refleja las batallas a las que, por ser mujer, tuvo que enfrentarse en una época en la que el periodismo, como tantas otras cosas, era solo de hombres. Pura Ramos es una de esas ovejas que, por no permanecer junto al rebaño y perseguir sus inquietudes formó, con Josefina Carabias o Pilar Narvión —con quien coincidió en el diario «Informaciones»— un equipo de pioneras que, por pasión, combatió los prejuicios de género, derribándolos y abriendo camino para futuras generaciones.

A Pura Ramos no le cuesta recordar sus primeros pasos en la profesión, aunque haya pasado mucho desde entonces. Cuenta que proviene «de la era Gutenberg», pero aún tiene fresco el momento en que comenzó su andadura primeriza en el periodismo. De «Pueblo», recuerda con cierto reproche las barreras con las que su jefe, Emilio Romero, frenó sus aspiraciones. «Lo primero que me mandaron hacer fue páginas femeninas que consistían en recetas de cocina, dibujos de moda... A mi jefe por aquel entonces, Emilio Romero, le dije tras la jubilación de un compañero si podía quedarme con información local pero él me dijo que eso no era propio de mujeres. Si me hubiera dicho: "Pura, no vales", lo hubiera aceptado mejor». Un momento que, sesenta años después, todavía recuerda amargo. Después de una larga trayectoria de más de seis décadas dedicada al oficio y a pesar de su amor por el periodismo, sin tapujos sabe reconocer la ingratitud de una profesión a la que, según comenta, muchos acuden por vanidad y sin valorar el esfuerzo que hay que hacer para no sucumbir a la fiebre de las firmas. «El periodismo es un poco madrastra», sostiene.

En este vespertino, principal competidor de «Informaciones», a donde se trasladaría años más tarde, conoció a José María Carrascal, columnista de ABC y por aquel entonces corresponsal en Berlín. Para su compañero de entonces, Pura es «una de las personas más admirables» que ha conocido. No solo la alaba como persona, también como profesional, y vio en ella alguna de las cualidades que muchos periodistas persiguen pero que en ella eran innatas. Solo coincidía con la veterana informadora en las visitas de ritual que, en vacaciones, hacía a la redacción. «Me daba la impresión de que le gustaba tanto el periodismo que lo haría gratis. Puedo asegurar que era la más optimista de la oficina, y también la más curiosa en el buen sentido de la palabra». Era, según Carrascal, una «simple redactora» que, en aquella época, se ocupaba de revisar las crónicas del extranjero que corresponsales como él enviaban, pero «quería que le contases lo que ocurría fuera del país, cómo se hablaba, cómo se comía...». Quería saber. Más. Siempre más.

Profesional y competente, de esas que durante su etapa en «Informaciones», cubriendo temas de internacional, «se cogía los teletipos hasta fundirlos», aunque sus intereses estuviesen en otras temáticas. «Debió ser un sufrimiento enorme cuando empezó. A ella le gusta más la literatura, el arte, la cultura, la veía más como reportera cultural o crítica de arte que de moda pero en aquel momento era imposible planteárselo de otra manera», sostiene Soledad Gallego-Díaz, Premio Rodríguez Santamaría de la Asociación de la Prensa de Madrid en 2011. Con veinte años menos, Soledad es una de esas mujeres periodistas que aprecia el trabajo de Pura porque gracias a su labor y tozudez, pudo ella desempeñarlo. Pura Ramos pone, en cambio, a Soledad como ejemplo de que las cosas están cambiando: «Es estupenda y como ella muchas más, solo hay que darle tiempo».

Porque como Gallego-Díaz destaca, Pura es humilde, discreta. «Como periodista considera que ella no es el punto de atención, por eso le gusta ver a los demás y cuando ponen el foco sobre ella no le gusta nada, le pone muy nerviosa, no sabe dónde meterse, la verdad». Pura Ramos también hace gala de sentido del humor. «Tiene una percepción crítica de las cosas pero siempre la ejerce de forma prudente, pero muy irónica al mismo tiempo. Es discreta en su juicio, pero tiene siempre una sorna y una retranca bien grandes», comenta entre risas Soledad, con la voz rota de quien ha tenido que hacerse oír más de una vez en la vida. Tanto es así que no quiere dejar pasar la oportunidad para rescatar la sordera a la que se enfrentan las mujeres, aludiendo a una vieja viñeta de la revista satírica británica «Punch» que, con elegancia, parodia el segundo plano de estas:

Es una sugerencia excelente, señorita Tiggs. Quizá alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla.

«No le dejaban hacer las cosas pero sí la escuchaban». Si Pura leía un teletipo que a alguien se le había escapado decía, según Gallego-Díaz: «"Alguien debería ocuparse de este tema porque es importante", y la gente ponía la oreja porque ella sí tenía criterio. Es una de las cosas más curiosas de esa época. Los hombres necesitaban a otro hombre que dijese lo mismo que ella para poder tomárselo en serio». Sobre la relación con su marido Jesús, la que fuera Defensora del Lector en «El País» cuenta: «Él la valoraba muchísimo, en la redacción y en la vida. En la oficina —donde ejercía de director— siempre ponía una pausa y decía: "Espera que le voy a preguntar a Pura". De la Serna sabía las virtudes intelectuales de su mujer y la consultaba en muchísimas cosas».

Conciliación familiar

Pero convivir en casa y en el trabajo con su marido no fue fácil para Pura. «Coincidí primero con él en "Pueblo", donde yo llevaba ya cuatro años, y entró él de redactor jefe. Ahí no fue tan difícil, pero luego nos fuimos a "Informaciones" y fue muy desagradable. Cuando me mandaba a mí hacer cosas, la gente hablaba, diciendo que como era la mujer del director... Pero conseguí que mucha gente que entraba tardase meses en darse cuenta de que yo era la mujer del director», comenta, con un tinte de orgullo tiñendo su voz.

«Me llama la atención que una persona, a su edad, suele estar muy anquilosada y ella, sin embargo, aunque no entiende mucho el arte contemporáneo y tampoco le gusta, lo respeta», comenta Fernando Rayón. Y eso mismo le sucede a Pura con la inmediatez de la actualidad, con las nuevas formas de hacer periodismo. Acostumbrada a detenerse en detalles como el tipo de imprenta, mientras acaricia sus callosas manos evoca el olor a tinta, el tacto del papel de periódico antiguo y el ruido de la cafetería se funde con el repiqueteo de las máquinas de escribir de su andadura primeriza en la profesión. Quizás por ello, a pesar de reinventarse y adaptarse a los cambios que las tecnologías han introducido tanto en la vida como en la profesión, prefiere los viejos tiempos. «Con internet, el periodismo es muy sofisticado pero deshumanizado. Claro que no puedo ir a contracorriente, estoy también encantada con esta era», comenta. Y por eso participa activamente en Whatsapp. «Pensaba que internet era una creación del demonio, como el microondas, porque no es normal, pero es un invento bueno porque facilita la labor de los periodistas».

Además de periodista, Pura Ramos es licenciada en Historia del Arte. Durante su periplo como jefa de prensa del Museo del Prado, entre 1989 y 1996, aprovechaba la clausura de puertas de la pinacoteca y salía de su despacho, enfrente de «Las Meninas», para contemplarlas. «Estaba en éxtasis porque pensaba: esta pintura que hizo Velázquez y que han contemplado millones de personas ahora la estoy viendo solo yo». A pesar de disfrutar del famoso cuadro, su obra favorita del Museo es «Perro Semihundido», o «el perrito de Goya» como ella lo llama. Esta pieza está lejos de ser la más conocida del pintor, pero la veterana periodista, curtida tanto en el oficio periodístico como en el del mundo del arte, acostumbra a ver más allá de las apariencias, y cree ver en la obra el autorretrato de Goya, por eso «siempre me emociona», asegura. Ahora, con 84 años, se niega a dejar las dos cosas que más le gustan, porque al contrario que en sus inicios, arte e información sí pueden ir de la mano.

Después de ver morir a Kennedy, a Franco, a Carrero Blanco o a dos papas; de trabajar en «Pueblo», «Informaciones» o «Nuevo Lunes»; de ser jefa de prensa del Museo del Prado; Ramos, que después de seis décadas en la profesión continúa en activo, cuenta que cuando empezó, el oficio era «más artesano y el periodista lo era más por instinto que por ciencia; había que buscarse la noticia como fuera: en los despachos, mirando de reojillo los papeles amontonados en las mesas, en la charla, al parecer, nada intencionada…», al contrario que ahora, que no es «tan bueno en cuanto a inquietudes y es más cómodo». Extraña esos momentos en los que salir a la calle estaba a la orden del día y era el factor diferencial del periodista. Cada noticia era propia, no solo el enfoque era diferente. «Aún siento a veces el impulso de salir a la calle, in situ, y enterarme de lo que pasa. El periodismo es un vicio, me gusta mucho mi profesión, por eso sigo trabajando», comenta, y añade en una carcajada: «Soy como Duracell, y dura y dura y dura. Por eso dicen que soy un referente».

Porque si algo caracteriza a Pura Ramos, además de la ironía, es la modestia con la que sortea los halagos. Se toma al pie de la letra eso que decía su suegro Víctor de la Serna y que le gustaba repetir a su marido Jesús: «Las cualidades de un buen profesional deben ser: humildad, humildad, humildad. Y si se puede, buena salud». Ahora, con ambos ausentes, es ella la que recoge el legado y hace alarde de ellas. Aunque nunca lo reconocería, porque ella es así. Por eso no se considera pionera («me conformo con lo de veterana, viejita y haber nacido antes de tiempo. Pero a algunas nos tocó hacerlo»), y mucho menos maestra («¡Qué horror eso de ser maestra de periodismo!»), a pesar de haberlo sido para algunos periodistas como un joven Felipe Maraña (Sahagún). Especializado en información internacional, coincidió en esa misma sección del diario «Informaciones» con Pura Ramos, cuando él todavía era un novato del oficio. «Me enseñó a editar, me enseñó el abecé del periodismo, fue como mi madre adoptiva…», recuerda Sahagún. «No conozco a ninguna mujer capaz de mantener, como Pura hizo, una familia tan numerosa, con tantos hijos, sin dejar de trabajar, sin dejar de estudiar. Una mujer única, extraordinaria, a quien los que la conocimos llevamos siempre en el corazón».

Dos pasiones: el oficio y la familia

Además de periodista, Pura Ramos fue madre. Tuvo con su marido y compañero de profesión Jesús de la Serna ocho hijos. Trabajar y cuidar a los pequeños se convertía en una odisea a diario: «Luchaba de aquí para allá, me quedaba dormida en cuanto me sentaba al llegar del trabajo. Pero cuando te gustan las dos cosas, te molestas en sacar todo adelante». Y así lo hizo. Siempre risueña, sus finos labios se curvan hacia abajo. Siempre enjuta, su delgadez parece ahora más consumida, fruto de los reproches, que propia de la naturaleza. Su rostro, curtido por las huellas que el tiempo labró en él como ella hiciera sobre el papel, se ensombrece al recordar su rol como madre, y su pelo canoso marca el contraste. Esta es una de las facetas que más asombran a los que, desde la mesa de al lado, la han visto lidiar con sus dos pasiones. Sacando adelante a una familia en tiempos en los que no existía eso de conciliación familiar en los trabajos.

Por eso Pura no se arrepiente de nada. «Me pareció siempre asombroso esa capacidad para mantener un ritmo de trabajo altísimo. Pura era una periodista completa, no una columnista a secas. Ella dice que todo era cuestión de organizarse», asegura Soledad Gallego-Díaz. Felipe Sahagún, por su parte, que fue testigo de la contienda de la periodista entre ambos mundos, comenta: «Creo que en casa nunca hablaba del trabajo con Jesús. Me solía decir que los fines de semana preparaba primeros platos para toda la semana y así resolvía lo esencial de las comidas. En cuanto a la limpieza, comentaba que ponía listas en una pared y cualquiera de los hijos se podía apuntar a hacer tareas domésticas a cambio de una compensación económica. Por lo visto, funcionaba...».

Tanto es así, que uno de ellos, Diego, el quinto hijo, heredó el amor por el oficio de su madre, y es director de la empresa audiovisual «LIVE!». Siguió los pasos de su madre hasta en el amor, casándose con una periodista, «ocurre en las mejores familias», admite entre dientes, con sorna. «Habré fallado, pero tenía la mejor voluntad del mundo para hacer lo que estuviese en mi mano e intentar hacer lo mejor», dice Pura, recobrada de nuevo. Ahora, cada semana, además de su colaboración con «Ars Magazine», dedica su tiempo libre a recuperar el tiempo perdido con sus hijos y nietos. Paseos, una película en el cine... cualquier excusa es buena, porque lo importante es la compañía.

Casi 60 años después, todavía recuerda el consejo que Menéndez Pidal le dio en una de sus primeras entrevistas como periodista: «Todo lo que hagas, por muy humilde y sencillo que sea, pon toda tu valía, todo tu poder y todo tu deseo en hacerlo bien». Y eso ha hecho a lo largo de su trayectoria profesional y lo seguirá haciendo hasta que se le «atrofien las neuronas». «Siempre digo que lo voy a dejar pero mientras tenga la cabeza más o menos… ¿por qué voy a dejar de hacer lo que me gusta?», comenta vehemente. Y después de mirar hacia atrás y recordar sus inicios «sin nostalgia porque el mundo de hoy es apasionante», Pura Ramos, a sus 84 años insta a «vivir la vida sin perder ni un solo segundo», se cubre con el poncho su elegante traje y sale a caminar.

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