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Theresa May elogia la «caballerosidad» de Donald Trump por sujetar su mano en Washington

La primera ministra posa en portada de la edición estadounidense de «Vogue»

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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En 2014, en el programa de radio inglés «Desert Island Discs», donde se pregunta a un famoso qué se llevaría a una isla desierta, Theresa May, por entonces ministra del Interior, sorprendió eligiendo como su particular lujo una suscripción de por vida a «Vogue».

Ahora se ha convertido en puntual modelo de la publicación. En abril será la primera política británica que ocupe la portada de la edición estadounidense de la revista. Para la ocasión ha concedido una entrevista, en la que habla de lo bien que su marido Philip cocina el risotto de setas, o comenta una controvertida foto tomada durante su visita a Trump en Washington, cuando el presidente la sujetó de la mano: «Creo que realmente estaba siendo un caballero.

Había una rampa de bajada y me dijo que podía ser un poco incómodo».

La periodista londinense Anna Wintour, «el diablo vestido de Prada», de 67 años e impenetrables gafas de sol, ha conseguido que pose para la revista en Chequers, la idílica residencia campestre de los primeros ministros. La sesión es obra de la prestigiosa fotógrafa Annie Leibovitz, también de 67 años, especialista en retratar a mujeres poderosas. El año pasado inmortalizó a Isabel II rodeada de sus nietos y bisnietos más pequeños, con motivo de su 90 cumpleaños.

Como sucediera en un controvertido reportaje en «The Sunday Times», May, de 60 años, famosa por sus excesos laborales y que en la vida real luce muy ojerosa y desmejorada, aparece como un pincel merced a un exagerado uso del Photoshop. Posa en un salón de Chequers, ataviada con un abrigo y un vestido azul marino de la firma británica L.K. Benneth, con el pelo peinado hacia atrás, como si un vendaval corriese por la estancia. También aparece caminando por la finca junto a su marido Philip, un año menor que ella, que trabaja en un fondo en la City. En la escena campestre la premier lleva un abrigo rojo de la firma Egg, de 520 euros, y un jersey de la misma marca de 543 euros.

May comenta que Philip «me apoya muchísimo» y que cada vez están más unidos. Solo discuten por las típicas menudencias conyugales, «por ejemplo, él prefiere ver en televisión documentales históricos y yo series policíacas, como NCSIS». También le preguntan por sus emolumentos: «Tengo dos sueldos, como diputada y como primer ministra. Si sumas los dos es del dominio público que son 142.000 libras anuales» (164.000 euros).

Hija única de un vicario, reconoce que esa condición la expuso «a las conversaciones de los adultos desde muy pronto». También fue precoz en su vocación política. Confiesa que a los doce años ya se propuso ser diputada de mayor y comenzó a colaborar con el Partido Conservador, preparando sobres.

May resume así la diferencia esencial que separa el modo de ver el mundo de tories y laboristas: «Creo que ellos igualan a la gente a la baja y nosotros creemos en ayudarla a subir, en mejorar sus vidas y las de sus hijos». No falta una comparación inevitable, la que la relaciona con la otra única mujer que fue primer ministra británica: «Solo puede haber una Margaret Thatcher. Yo soy Theresa May y hago las cosas a mi manera», despeja con seguridad.

A finales del año pasado, May protagonizó una controversia cuando posó en el Número 10 para la revista de «The Sunday Times», ataviada con unos pantalones de cuero de Amanda Wakeley valorados en 1.200 euros. Nicky Morgan, europeísta, ministra de Educación con Cameron, a la que la nueva premier cesó nada más llegar al poder, la acusó de ostentación. Acto seguido, Morgan fue represaliada por el equipo de May, que la dio de baja en una reunión con la mandataria.

«Las críticas no me van a impedir seguir disfrutando de la moda –advierte ahora en Vogue-. Es importante para nosotras que una mujer pueda hacer un trabajo como el mío y estar interesada en la ropa». May es famosa por su gusto por los zapatos efectistas y por su cuidado vestuario, aunque no tiene asesores de estética y se peina ella misma. En la etapa de Cameron, la primera dama, la popular Samantha, contaba con una asesora de imagen costeada por el erario público. Cameron incluso llegó a conceder honores reales a su peluquero personal, de origen italiano, «por servicios a la peluquería británica», lo cual provocó críticas y burlas.

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