Imagen de la capilla ardiente de Lina Morgan en el teatro de La Latina
Imagen de la capilla ardiente de Lina Morgan en el teatro de La Latina - Maya Balanya

Lina Morgan, con teatro propio

Cuando se lo pudo permitir, la actriz hizo realidad su gran sueño: adquirir el teatro de La Latina

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Si los toreros de postín materializan su éxito comprándose un cortijo, Lina Morgan, actriz postinera, se compró un teatro. El culmen de una intérprete nacida para los escenarios, una forma de rendir tributo a su público rindiéndoselo a sí misma, a una carrera cimentada con esfuerzo y talento. Porque hay que tenerlo para ascender hasta la cabecera de cartel como chica de revista abriéndose paso entre farallones de muslos y pechugas pertenecientes a señoras más ebúrneas y exuberantes, dicho sea en la jerga promocional de aquel género extinto que tan buenas tardes proporcionó a la afición en tiempos en que la carnalidad era anatema.

Aquella joven menuda que alzaba la pierna en la segunda o tercera fila del coro tenía eso que singulariza a una estrella.

Y Lina Morgan triunfó convirtiendo a la vedette cómica, hasta entonces personaje colateral, en protagonista del espectáculo. La suya fue una victoria de taquilla con el cartel de no hay entradas y de popularidad insondable: la actriz logró que los espectadores la sintieran suya, de la familia.

Desde perspectivas cursis, se define a Lina como el Chaplin español, etiqueta absurda, equivocada y reduccionista. Cada cual en su sitio, porque los genios suelen parecerse a sí mismos más que a nadie, y ella fue una actriz personal que sacó partido de forma insuperable a los registros que mejor dominaba, extraídos del arsenal de la comicidad universal. Sus muecas, su característico movimiento descoyuntado de pierna que convirtió en emblema de su arte, su sentimentalidad primordial, y su desenvoltura para reírse de sí misma –los grandes cómicos saben que es uno de los resortes esenciales de su oficio– hicieron de ella una gran figura que explotó sus condiciones en teatro, cine y televisión, con libretos escritos a su medida.

Cuando se lo pudo permitir, hizo realidad su gran sueño: adquirir el Teatro de La Latina, precisamente aquel en el que con 16 añitos y mintiendo sobre su edad se enroló en la compañía de revistas de Matías Colsada. Arrendó la sala en 1978 y la compró en 1983. En 2010, ya retirada, aceptó vender el escenario de sus grandes éxitos sólo cuando Jesús Cimarro, responsable de Pentación, venció su encastillamiento con una oferta más allá de lo económico: la actriz dispondría de un palco a perpetuidad. Y allí, a la izquierda, la hemos visto en muchos estrenos, vigilante y cómoda en su torre, recibiendo el aplauso de los espectadores cuando advertían su presencia. La vamos a echar de menos.

Ver los comentarios