Pablo Iglesias saluda a Pedro Sánchez en el homenaje a las víctimas del 11-M
Pablo Iglesias saluda a Pedro Sánchez en el homenaje a las víctimas del 11-M - EFE

La presión interna en Podemos acerca a Iglesias a un acuerdo con Sánchez

Los socialistas creen que el líder populista ha visto debilitada su oposición al pacto

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se estrecharon ayer la mano en el homenaje a las víctimas del 11-M en Madrid. No hubo tiempo más que para un saludo amable; «sin calado político», aclararon sus portavoces. Sin embargo, en los últimos días la distensión entre PSOE y Podemos no se reduce al protocolo. Entre ambos partidos se ha abierto una corriente para restañar las heridas del debate parlamentario (con insultos a Felipe González incluidos) y desbloquear la investidura del líder socialista. Son solo pequeños pasos, pero suficientes para que la idea de una alianza de izquierdas recobre fuerza mientras que se aleja, pese a la insistencia del PP, la posibilidad de una gran coalición al estilo alemán.

Sánchez sabe, apuntan fuentes socialistas, que «a Iglesias se le acaba el tiempo y las fuerzas» para oponerse a un acuerdo autoproclamado «progresista».

Como si de una obra en varios actos se tratara, el PSOE ya ha cumplido con su alma «moderada» colgando a Ciudadanos de su brazo, en el fallido debate de investidura, sobre la base de un documento «de amplio espectro e inequívocamente respetuoso con la Constitución», defienden. Consumado ese primer movimiento que terminó sin frutos tangibles, «ahora toca hablar en serio porque el tiempo corre», concluyen en Ferraz, donde crece la preocupación por el coste que en los pactos tenga la investigación judicial sobre su candidato gallego, José Ramón Gómez Besteiro.

Un inesperado aliado se ha puesto del lado socialista: la fractura interna que vive la cúpula de Podemos y el debilitamiento del liderazgo de Iglesias. Pese a que el discurso oficial populista se centre en negar el enfrentamiento, tanto Sánchez como su número dos, César Luena, tienen constancia de que Iglesias está capitulando en su oposición al acuerdo. El propio Iglesias ha interpretado como «un ataque del PSOE» la repercusión mediática de la guerra entre sus partidarios, contrarios a ceder con Sánchez, y los del número dos, Íñigo Errejón, y la cofundadora de Podemos, Carolina Bescansa, valedores de la coalición. Una batalla que se ha llevado por delante a diez miembros del núcleo duro de Errejón en Madrid y que ahonda la crisis que desembocó en la constitución de gestoras en Cantabria, País Vasco, Cataluña, La Rioja y Galicia.

Más allá de las declaraciones, «algo se está moviendo en secreto entre los dos partidos que no hace impensable un acercamiento durante las próximas semanas», apuntan fuentes conocedoras de los contactos. Pese a que el sector Anticapitalista de Podemos ha instado a abandonar la vía del acuerdo y preparar elecciones, la formación morada no descarta subirse al tren que conduce Sánchez. Es verdad que para ello sería necesario enmendar puntos de carácter social y económico del pacto de investidura con Ciudadanos, lo que alejaría a Albert Rivera.

Con todo, el problema aritmético persiste: sin la abstención del grupo naranja (al que un cambio de rumbo socialista dejaría en una posición electoral muy comprometida) sería imposible la conformación de un gobierno de izquierda, a no ser que se contara con el concurso -vía abstención- de fuerzas separatistas como Democracia y Libertad, ERC y PNV, que evitaran que el «no» de PP (122) sumado al de Ciudadanos (40) superara al número de votos afirmativos. Otra cosa es que el partido naranja decidiera, con el argumento de evitar nuevas elecciones y la imposibilidad de acordar medidas de regeneración con el PP de Mariano Rajoy, mirar hacia otro lado y no bloquear un Ejecutivo que mantuviera pilares básicos del pacto de investidura, en la línea del «corta y pega» que denunció Iglesias.

Mantener el «no» a Rivera

La estrategia del líder de Podemos es mantener en público el descarte de Rivera e insistir en que la suma de su grupo con PSOE, IU y Compromís «obtendría votos suficientes, al estilo valenciano». En el mejor de los casos, esa fórmula solo se acercaría a los 160 apoyos, escasos para que Sánchez, en una segunda votación, llegue a Moncloa. La clave está en el salvoconducto que tendrían que otorgar las fuerzas nacionalistas, en contra de la opinión del Comité Federal del PSOE. Esa oposición de la vieja guardia a dar carta blanca a Sánchez es cada vez más tibia. La propia Susana Díaz ha dado un paso atrás y barones como el castellano-manchego, Emiliano García-Page, o el valenciano, Ximo Puig, no ven con malos ojos el acuerdo con el partido que los sostiene a ambos. Solo las voces del dirigente extremeño, Guillermo Fernández Vara (enfrentado en su Parlamento con la fuerza morada), o la del asturiano, Javier Fernández, se unen a la de Felipe González en criticar esa opción.

«Los mensajes que recibe Ferraz son mucho mejores que hace unos días, aunque Podemos lo niegue en público», apuntan en la dirección, lo que explica que hace 48 horas Sánchez verbalizara un secreto a voces: «No me cierro a ninguna formulación», abriendo la puerta al gobierno de coalición, con Iglesias de vicepresidente, del que no había querido ni oír hablar desde el desaire público el día que acudía a la primera ronda de contactos con el Rey. La declaración de intenciones se basa asimismo en el trabajo de campo que está haciendo el PSOE con otros partidos afines a Podemos: desde IU a las mareas gallegas, a las que pulsó en su visita del jueves a Galicia.

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