El Juli toreando en Santander
El Juli toreando en Santander - Juan Manuel Serrano Arce

El Juli y la grandeza de lo imposible

Sale a hombros con Perera y Roca Rey, muy por encima de la corrida de Garcigrande

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Si Muhammad Alí quería noquear al destino con sus puños, El Juli lo hizo ayer con las palmas de las manos. Julián López Escobar fue ayer el más grande en una tarde de grandeza torera de la terna: el madrileño, Perera y Roca Rey explotaron hasta el fondo una corrida de Garcigrande deslucida y mansota, de poca clase.

Fue la de El Juli al cuarto la obra magna. Como la inolvidable leyenda del boxeo, no buscaba contar una faena, persiguió que su faena contase. Enseñó sus cartas, apostó y noqueó a «Chillón», un toro de Garcigrande por el que nadie daba un alamar. Menos uno: el matador, que brindó al público sabedor en su fuero interno de que exprimiría hasta lo que no tenía al rival.

Parecía imposible, pero no lo fue...

Los tres toreros a hombros tras la faena
Los tres toreros a hombros tras la faena - Juan Manuel Serrano Arce

Para Juli, siguiendo la máxima de Alí, lo imposible no era una declaración, sino un reto. Nada hay imposible, y nada hubo para él. Se había pegado una costalada este «Chillón» en el tanteo y no apuntó nada bueno en la primera serie a derechas. Quien sí lo anotó fue el madrileño, que se adueñó del garcigrande con técnica y sapiencia de privilegiado. El tempo y la distancia precisa del maestro, que maravilló en unos naturales de mano baja y largura, interminable uno de aquí a la eternidad, tremendamente despacioso, roto, asentado y con poderío. Como a cámara lenta fue la siguiente ronda diestra. Llegaron los molinetes, el redondo, un pase de pecho barriendo el lomo... Y Juli feliz, sonriendo, disfrutando como un chiquillo, arañando todo el fondo que este «Chillón» desarrolló en sus manos. Se entretuvo en unos invertidos con el huidizo toro queriéndose rajar y el madrileño queriéndolo imantar. Hasta irse de la cara con un desdén pleno de torería. Soberbia y perfecta su labor, coronada de un espadazo hasta la empuñadura. La plaza, llena hasta la bandera, se colmó de pañuelos blancos solicitando el doble premio.

En ese punto pareció precipitarse la tarde al éxito, pero no hubo triunfalismo alguno, sino tres tíos que sacaron a la desrazada corrida mucho más de lo que tenía. En otras manos no se corta ni media oreja... Hasta media docena se repartieron, con una sensacional terna por la puerta grande y las diez mil almas que colmaban los tendidos encantadas.

Juli había brindado el «abreplaza» -que derrapó de salida como un coche de Fórmula 1- al cielo, en memoria de don Fermín Bohórquez. El madrileño arriesgó en una faena capaz y de figura, con un toro de bravucona movilidad y a la defensiva, mironcete y con peligro por el izquierdo.

El primero en tocar pelo fue Miguel Ángel Perera con un segundo que apretó mucho en banderillas -tercio complicado para las cuadrillas-. Si firme fue el quite, estático se erigió luego el pase del péndulo, con un segundo de escalofrío. Sobre la derecha se puso a torear la figura de La Puebla del Prior con técnica y templanza, aunque sería sobre la zurda donde alargó al natural una embestida con mejores inicios que finales. Variado, se marcó un semichotis fundido con «Descorchado». Media en buen sitio fue suficiente para que el potable toro cayera y brotara la pañolada.

Ofreció distancia en el quinto, sin obligarlo mucho al principio y ayudándolo a romper hacia delante, hasta coser tandas de mucho asiento, metiéndose en su terreno. Perera se enroscó en ochos con el toro, que se movía con un punteo constante. Engarzó emotivos y valerosísimos pases, que no podían ser limpios por la desclasada condición del animal.

Roca Rey demostró una tarde más su madera de figura. Si el maestro al que tanto admira hizo lo imposible real, el peruano que ha devorado la biografía de Alí siguió sus pasos con una seguridad y un don natural que no dejan de sorprender. En el tercero se inventó un redondo interminable con el reverso del capote y una caleserina y cruzó de la sombra al sol con las dos rodillas por tierra en muletazos de vértigo. Cuando se puso de pie, pasó lo que ya se venía vislumbrando: «Malagueño» tenía menos casta que el líder de un ejército de cabras. Y valor legionario el de Roca Rey, a milímetros de los pitones, con las puntas lamiendo la taleguilla, a babor y estribor, atreviéndose con unas espaldinas de infarto.

Si se dejó llegar al sexto con el capote a la espalda, más aún lo haría en los estatuarios, sin espacio ni para la respiración. Quería embestir con nobleza, buena condición y humillación este «Tabaquero», pero pareció lesionarse y al perder las manos la «calada» no era completa. El limeño se la jugó sin cuento, con una capacidad propia de un superdotado, hasta convencer a todos.

Nada fue ayer imposible con una terna superior y una grandiosa faena de El Juli.

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