Frank Zappa, en una actuación
Frank Zappa, en una actuación - ABC

Vivir el (alucinado) sueño americano

Se cumplen 50 años de la publicación de «Freak Out!», el debut de Frank Zappa & The Mothers of Invention. Pauline Butcher, su secretaria personal en la época, traza un sorprendente retrato del artista en un libro lleno de detalles íntimos

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Más allá de la transgresión, la genialidad, la excentricidad y demás vocablos a los que nos agarramos para esbozar una idea rápida de lo que significó Zappa para el rock a finales de los ‘60, hay una palabra clave aún más pertinente: feísmo. Ese fue el recurso principal sobre el que el artista de Baltimore cimentó su personal apuesta para hacerse notar en la era del «flower power», un inabarcable y confuso maremagnum estético-musical en el que nunca se sintió seguro. «Estoy completamente de acuerdo, ese feísmo era una especie de barrera de protección tras la cual podía refugiarse de las críticas», afirma Pauline Butcher, una de las personas que formó parte de su pequeño círculo íntimo durante el lustro 1967-1971.

«Cuando Frank empezaba a hacerse famoso aún no tenía tanta confianza en sí mismo, así que enfatizaba mucho el elemento “feo” o “desagradable” de la estética de su banda», asegura. «Más tarde, cuando tuvo más reconocimiento y las groupies le perseguían por todas partes, abandonó esa actitud. Es más, en los ’70 se convirtió en un hombre muy elegante y atractivo».

Butcher, autora de «¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa» (ed. Malpaso), tenía 21 años cuando trabajaba en Londres en una agencia de secretarias. Era una chica tímida, pacata y trabajadora, una adolescente modélica para el estándar de formalidad de la clase media británica, pero su mundo se puso patas arriba cuando Zappa llamó a sus oficinas pidiendo una asistente para su estancia en la City. «Fui a la dirección que me dio mi jefa, y cuando Frank abrió la puerta me quedé estupefacta. Jamás había visto a nadie con esas pintas, ¡mucho menos a un cliente!», cuenta Butcher. «Entré en una sala llena de rockeros que no me prestaban la más mínima atención, pero Frank fue distinto, era amable, inteligente y educado. Poco a poco fue demostrando interés por conocerme».

Zappa le encargó transcribir las letras de su disco «Absolutely Free», y además de quedar satisfecho con su empeño (la pobre tuvo que descifrar palabra por palabra entre alaridos y ruidos sin sentido para ella), le gustaron sus inocentes críticas –«¡qué música tan rara!»-. Es más que probable que nadie ajeno a su mundillo artístico le hubiera comentado nunca sus impresiones, y quizá en algún momento se sintió como el rey desnudo del cuento «El traje nuevo del emperador». «Me impresionó muchísimo que un cliente aceptara mis sugerencias o mis opiniones, nunca me había ocurrido antes», recuerda Butcher.

La contracultura de la contracultura

El siguiente paso del por entonces líder de The Mothers of Invention fue invitarla a vivir en Los Ángeles y contratarla como secretaria personal, propuesta que Pauline aceptó como quien se tira de cabeza a una piscina sin mirar si hay agua. Fue allí, viviendo en la casa del artista, donde empezó a descubrir aspectos algo inesperados de su personalidad. «Él era una persona muy tranquila y educada, pero aquello estaba siempre lleno de gente y vivíamos en medio del desorden. Me pasaba horas limpiando». Aquello era una especie de comuna hippie, pero sin drogas ni amor libre. «Él me confesó que le aterrorizaba la idea de perder el control, estaba obsesionado con eso», cuenta Butcher. Zappa sentía aversión hacia el estilo de vida y las creencias políticas, sociales y espirituales de los hippies, y compuso brutales sátiras al respecto como «Plastic People» o «Flower Punk». Pero lo curioso es que éstos también le adoraban, «bien porque no entendían sus parodias o bien porque veían en él a un interesante icono de la contracultura de la contracultura», cuenta Butcher mientras recuerda las visitas de Grace Slick (cantante de Jefferson Airplane), David Crosby o Mamma Cass a la caótica morada de los Mothers.

Butcher, descolocada ante la nueva fauna humana que estaba descubriendo, fue contando sus impresiones por carta a su familia para desahogarse. Décadas después descubrió que su madre había guardado todas esas misivas, y el reencuentro con sus recuerdos la impulsó a escribir esta historia de amor platónico. «Fue una decepción enterarme de que Zappa estaba casado», asegura. «Le veía como una especie de divinidad que estaba por encima del bien y del mal, que hacía lo que quería siempre, libre de cualquier convencionalismo, pero al conocer a su mujer Gail me di cuenta de que no, de que era un ser humano». Otra cosa que le llamó la atención, y que de alguna forma también le hizo ver que Zappa no era el hombre seguro de sí mismo que aparentaba ser, fue comprobar que estaba completamente dominado por un machismo rampante. «Era extremadamente celoso y posesivo con su mujer, pero en fin, ella lo aceptaba así que yo también lo hice».

No hay excusa alguna, pero sí es cierto que hay que recordar que en los ’60 estas actitudes estaban a la orden del día (incluso en el seno del «igualitario» movimiento hippie). De hecho, Butcher recuerda una anécdota bastante terrible al respecto. «Antes de mudarme a EE.UU., una vez acompañé a una amiga que tenía una reunión en Londres con unos hombres del mundo del cine, entre ellos Billy Wilder. De repente nos dijeron "quitaos la ropa"… Tuve que llevarme a mi amiga de allí a la fuerza. Quería un papel en una película y me dijo que yo lo había estropeado todo».

La perspectiva de una mujer metida en el meollo del rock’n’roll, un mundo mayoritariamente masculino, es uno de los puntos fuertes de «¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa». Pero también lo es el hecho de que se trata de una mujer que no acabó de integrarse del todo ni en la extravagancia de la troupé Mother ni en el hedonismo extremo del artisteo sesentero, y que siempre mantuvo una personalidad que la convirtió en un observador de excepción. Miró, pero no tocó. «En Londres, cuando estaba conociendo a Frank, en una ocasión me lanzó un beso en la boca que no rechacé, y después insistió varias veces en acostarse conmigo. Por eso me sentí incómoda cuando me presentó a Gail. En ese instante lo saqué de mi radar, sabía que nunca cedería a sus intenciones. Estar con un hombre casado era romper mi regla número uno».

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