«Peter Grimes» en Valencia: La buena gramática

El Palau de les Arts ofrece una reposición decisica del montaje de Willy Decker de la ópera de Benjamin Britten

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

A pesar del paso del tiempo, la coyuntura de la moda y el desgaste del uso, el montaje que Willy Decker diseñó en 1994 para «Peter Grimes» sigue explicando la trascendencia de una obra maestra. Apenas hay vanagloria en este trabajo con el que se ratifica la admiración hacia la ópera que Britten escribió sobre libreto final de Montagu Slater. No quiere decir que el diseño sea servicial pues la personalidad de Decker se manifiesta en multitud de gestos afines a su propio estilo. La potente inclinación del suelo , la asimetría de los paneles o el desproporcionado tamaño de la silla en el juicio popular de arranque son fórmulas que sugieren la inquietud del drama, mientras que las sombras silueteadas y, sin duda cinematográficas, que acompaña la aparición de muchos personajes dan cuenta de su presencia coercitiva.

La lectura de Decker explica la evidencia y afronta lo inconsciente. En «Peter Grimes» el mar es un personaje dual, de un lado benefactor, del otro amenazante y, sin embargo, permanece agazapado tras el fondo de un escenario sintéticamente abstracto. También asoma a través de la música que, concentrada en los interludios, se escucha a telón bajado. En Valencia es innegable la importante recreación que de estos fragmentos hace la Orquestra de la Comunidad Valenciana dirigida con muy solvente autoridad por Christopher Franklin. Definitivamente, tiene fuerza la imagen sombría y dramática del escenario de John Macfaney. Pero, sobre todo, la cuidada colocación de los personajes y, muy particularmente, del coro cuya coreografía se reafirma en la contundente actuación del Cor de la Generaliat.

Precisamente, un gesto del coro sirve para explicar que el conjunto no es (nunca lo es en la obra) un actor pasivo. Sentados en ordenadas filas cierran la representación tapándose la cara con sus partituras. La soledad, el abandono, el desprecio, se concretan así ante ese Grimes que Gregory Kunde aborda en su presentación valenciana aportando madurez y un desgaste con el que refrenda solventemente al personaje. Robert Blork, el amigo Balstrode, impone autoridad, mientras la sutil Leah Pastridge, propone fragilidad en el registro grave y encanto en territorios algo más mordaces. Hay mucho de decisivo en la reposición del Palau de les Arts.

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