El novelista estadounidense Richard Ford
El novelista estadounidense Richard Ford - INÉS BAUCELLS
Premio Princesa de Asturias de las Letras

Richard Ford: «No soy tan viejo como para que este premio no me haga feliz»

El jurado del Princesa de Asturias de las Letras destacó su carácter de narrador y gran cronista, con una obra que se inscribe en la tradición de la novela americana del siglo XX

Corresponsal en Nueva York Actualizado: Guardar
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Como cada día, ayer Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) se levantó temprano, a las cinco de la mañana. Se sirvió un café y encendió el ordenador para pasar revista a las noticias del mundo. En el buzón de su correo electrónico, una sorpresa con remite español: la comunicación de que era el premio Princesa de Asturias de las Letras 2016. «No soy tan viejo ni estoy tan de vuelta como para que algo así no me haga feliz», confesó por teléfono a ABC. «Me provoca diferentes cosas: me anima, me informa de que mi editor no ha perdido un tiempo precioso en los últimos treinta años y puede ser un estímulo para otros escritores. Todos nos dedicamos a lo mismo: a escribir libros que encuentren a un lector y que tengan impacto en el mundo.

El premio es una pequeña prueba de que eso es posible».

El Princesa de Asturias le sorprendió en Nueva Orleáns -una ciudad en la que vivió muchos años-, donde desemboca el río Misisipi, en cuya cuenca se crió Ford. El Misisipi es una columna central de la literatura estadounidense y Ford es una de las figuras indispensables de su escena contemporánea. El acta del jurado alabó la «épica irónica y minimalista» del novelista y el «cuidado detallismo en las descripciones, la mirada sombría y densa sobre la vida cotidiana de seres anónimos e invisibles» que «conjugan la desolación y la emoción de sus relatos». Para el jurado, Ford -ganador del Pulitzer en 1995 con «El día de la independencia»- es «el gran cronista del mosaico de historias cruzadas que es la sociedad americana».

¿Se considera un cronista, casi un historiador, del EE.UU. contemporáneo?

No soy un historiador, eso lo tengo claro. Leo historia todo el tiempo, más que cualquier otra cosa, pero no soy un historiador. Me dedico al negocio de inventar, de inventarse el mundo. Por otro lado, claro que escribo sobre Norteamérica o sitúo mis historias en este terreno, pero es muy evidente que las cosas que me importan en mis libros son las mismas que importan a la gente de otras lenguas, culturas y geografía. Va más allá de las fronteras, que es siempre la intención de la literatura. A veces, la gente me pregunta cuál es la gran novela americana. Mi respuesta es: la gran novela española, de Namibia o de Kazajistán. Es siempre la misma novela, que nos manda a la cama sintiéndonos un poco mejor que cuando nos despertamos.

Quizá la gran historia del momento actual de EE.UU. es la insatisfacción de una buena parte del país, que está detrás del ascenso de Donald Trump.

Pienso en ello y escribo sobre el asunto en los periódicos todo el tiempo. Hay dos cosas: los estadounidenses creemos tener el derecho a ser felices; si no lo somos, nos sentimos engañados. Y a veces lo pensamos por la gran desigualdad, que hace que la gente crea que debería ser más rica de lo que es. Al mismo tiempo, los estadounidenses no tienen gran interés por el Gobierno. Por mucho tiempo que dediquemos a ver noticias y a políticos en televisión, la realidad es que tenemos poco interés por los detalles de la política. Por ello, es fácil que venga gente como Donald Trump y te seduzca haciendo el payaso, que es lo que es. Trump es en cierta manera un «showman». EE.UU. entiende de política lo que sale en televisión, y en EE.UU. la tele crea una ilusión de que la política es un tipo de entretenimiento.

Como un bar donde emiten Deporte.

Así es. La narrativa en las noticias y en el deporte es la misma.

Si hubiera que resumir la trayectoria literaria de Ford en dos palabras, serían Frank y Bascombe. Son el nombre y el apellido del personaje que le dio su primer éxito, cuando después de dos novelas que pasaron sin pena ni gloria se resignó a escribir en prensa deportiva. Luego llegaron otras tres novelas alrededor de Bascombe -la última, el año pasado-, un personaje que aparece como un periodista deportivo que acaba de perder a su hijo. «El periodista deportivo» (1986), «El día de la independencia» (1995, premio Pulitzer y PEN/Faulkner de ese año), «Acción de gracias» (2006) y «Francamente, Frank» (2015) son las cuatro obras dedicadas a Bascombe, aunque Ford ha firmado otras obras maestras, como «Incendios» (1990), «Canadá» (2012) y varias colecciones de relatos.

Después de tantos años, ¿cómo se lleva con el personaje de Frank Bascombe?

Tuve mucha suerte, allá por los años ochenta, de poder crear este personaje. La primera vez que lo escribí creía que existía solo en un libro. El éxito de «El periodista deportivo» me animó a continuar.

¿Se ha cansado de que le pregunten por él en cientos de entrevistas, como esta?

Para nada. Estaría cansado de que nadie me preguntara por él [amplias carcajadas].

¿Bascombe está vivo? ¿Habrá una quinta novela?

La pregunta es más si yo estoy vivo. Él, sin duda, lo está. Hay otro libro sobre Frank Bascombe que podría escribir si tengo el tiempo y la energía para hacerlo. Tengo ese libro, aunque no escrito, en la cabeza. Si yo estoy vivo, él está vivo.

No le gustan las etiquetas que le suelen colocar, como representante del «realismo sucio» o su condición de «escritor masculino».

No, no [con voz desesperada]. Huyo de eso.

¿Hay una etiqueta en la que se sienta cómodo?

La de ser humano. Que escribe libros para otros seres humanos.

¿Cómo ve la relación actualmente entre el periodismo y la narrativa, dos mundos que conoce bien?

En la sociedad estadounidense hay cierta ansiedad. La ascendencia de Trump es un síntoma de ella. Cuando existe esa ansiedad, quieres agarrarte a algo sólido. Si se le añade el antiintelectualismo histórico en el país, muchos estadounidenses no van a la escritura imaginativa cuando buscan esas certezas. Van a los hechos y desconfían de la imaginación, como una manera de aliviarse esa ansiedad.

Ha citado muchas referencias en su obra: Doctorow, Faulkner, Eudora Welty, su madre… ¿Sobresale alguna?

Es difícil decirlo. Creo que me quedaría con mi mujer. Nos conocemos desde hace 52 años y para mí siempre ha sido la representación de lo que es un buen ser humano.

¿Cómo ha afectado a su obra?

Ella es una lectora ávida y cree en la efectividad de la literatura. Pero también es un ejemplo diario de empatía y bondad con los demás. Es sincera, no es cínica, ni irónica. Si tienes alguien así a tu lado durante 52 años, es inevitable que encuentres razones para pensar que hay una causa común con el resto de seres humanos.

¿En qué proyectos trabaja actualmente?

Estoy acabando unas memorias. Escribí unas sobre mi madre y ahora lo estoy haciendo sobre mi padre. En España se publicarán de forma conjunta con el nombre «Entre ellos» [dice el nombre en un español correcto]. Si no estuviera aquí hablando con usted, en esta bonita mañana, estaría en mi mesa releyendo mis palabras y tratando de mejorarlas.

¿Irá a España a recoger el premio?

¡Por supuesto! He estado en varios sitios de España, pero no en Asturias. Tengo muchas ganas.

Le encantará, es una joya de paisajes, gastronomía…

¡Y premios!

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