Octavio Paz retratado por Manuel Álvarez Bravo
Octavio Paz retratado por Manuel Álvarez Bravo
LIBROS

La lucidez de Octavio Paz

«Faraónica» esta edición de «Ladera este» en la que los poemas dialogan con las imágenes de Vicente Rojo. El poeta lúcido se desdobla como crítico y creador en «Los pasos contados»

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Para toda mi generación la obra de Octavio Paz (Ciudad de México, México, 1914-1998) fue un oasis y cada nuevo libro suyo, un acontecimiento y un festín. Tanto en verso como en prosa su palabra irradiaba desde el centro mismo de la modernidad con una voz cuya cadencia sonaba tan única como sorprendente, haciendo espejear los numerosos temas que trataba de un modo tan claro que su estilo nos subyugaba y la floración de su lenguaje se convertía en un innovador modo de ver. Hasta la vanguardia histórica parecía allí recién creada en aquellos viajes que emprendía hacia las fuentes barrocas del romanticismo o hacia la condensación del sentir y el decir oriental.

Otra obra

La «Ladera Este» que leímos nosotros no era exactamente ésta que se edita ahora: venía envuelta en un faldoncito rojo que decía «La obra poética de Paz de 1962 a 1968»; había sido editada en México por Joaquín Mortiz y, según expone su colofón, «se acabó de imprimir el día 30 de mayo de 1969 en los talleres de Editorial Muñoz S.

A. en edición de 3.150 ejemplares», de los que tengo el 1217. Mi ejemplar conserva incluso el número de Registro de Empresas Importadoras: el correspondiente a la Editorial Seix-Barral S. A.

Pero, cuando digo que aquella «Ladera Este» que nosotros leímos no era exactamente esta, no me refiero a estos detalles de exterior sino a la estructura y composición del libro mismo, que incluía también lo que podríamos considerar -y tal vez lo sean- otros dos: «Hacia el comienzo» y «Blanco», que, al igual que las notas explicativas de algunos de los poemas, no figuran en ésta de ahora. También el poema titulado entonces «Aparición» pasó después a denominarse «Prueba». No critico estos cambios. «Ladera Este» tiene entidad poética suficiente como para poderse aislar del resto y ser leído como lo que sin duda alguna es: un libro autónomo. Y esto es lo que Pedro Tabernero, con buen criterio en mi opinión, ha hecho: autonomizar la singularidad el libro, darle su libertad.

Escrito en la India, Afganistán y Ceilán, entronca -como advierte Juan Manuel Bonet- con «Mutra», un largo poema de su libro «La estación violenta» (1958) en el que Paz objetiva su primera experiencia del paisaje de la India: la que tuvo y vivió cuando en 1951 llegó allí como segundo secretario de Embajada. Pero su visión no es -no va a ser ni puede ser- la misma. Por eso, dice Juan Bonilla que lo que Octavio Paz hace aquí no es una descripción sino un registro de cámara fotográfica, similar al ojo narrador de C. Isherwood, que mira hacia adentro recogiendo a la vez todo su alrededor.

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