Escena de «El público», de García Lorca, en un montaje dirigido por Lluís Pasqual
Escena de «El público», de García Lorca, en un montaje dirigido por Lluís Pasqual - Ros Ribas
TEATRO

Lluís Pasqual y García Lorca: una historia de amor

El director de escena viaja al fondo de su memoria para narrar una aventura, la que ha recorrido desde niño de la mano de Federico García Lorca, su poeta tutelar

Madrid Actualizado: Guardar
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Esta historia de amor empieza con un paisaje de canciones. Las que la madre andaluza de Lluís Pasqual les cantaba a él y a su hermana cuando eran niños en Reus. Los estribillos de «Los mozos de Monleón», «Los peregrinitos» o «Los cuatro muleros» fueron una puerta sencilla, alegre y natural de entrada al mundo lorquiano cuando ni el pequeño Lluís ni su madre sabían que en esas canciones vibraba el fervor por lo popular de un poeta andaluz llamado Federico.

En esta historia de amor coinciden, superpuestas, añadidas, amalgamadas, otras historias de amor: el amor por la literatura, el amor por el teatro, el amor por la vida, el amor por el amor… Lluís Pasqual narra su relación con García Lorca como quien pasea por un jardín sin un itinerario predeterminado, con paso quedo, sin forzar la marcha ni aparentar esfuerzo, y se detiene un rato bajo la sombra de un árbol frondoso o aspira cerrando los ojos el aroma de un arriate recién florecido.

Una escritura que fluye con espontaneidad y armonía, exenta de arrogancia retórica, dejando que se vaya desbordando el agua clara de los recuerdos más hermosos o, en ocasiones, los que más dolor contienen.

Doble testimonio

«Al igual que cuando uno se enamora por primera vez se está enamorando de alguien y del amor al mismo tiempo, García Lorca era para mí ‘el autor’ y la Literatura: el descubrimiento de la compañía espiritual y de la capacidad de aventura que encierra un libro», escribe el gran director de escena que, al poco, se encuentra ante la Biblioteca Nacional de Bogotá donde debe impartir una lección práctica sobre el poeta y dramaturgo, y que, al identificarse como el que va a dar el taller, es saludado por el conserje del edificio con un abrazo emocionado: «¡Don Federico García Lorca! ¡Qué alegría, después de tantos años de leer sus poesías! Cuando se lo cuente a mi familia… Mañana traeré unos libros para que me los firme». Naturalmente, no se atreve a sacar a aquel hombre de su error y cada vez que tiene que volver a entrar a la biblioteca, lo hace casi clandestinamente para evitar encontrarse con el agradecido lector de Lorca.

Pasqual evoca personas y situaciones. Nos coloca con él ante Núria Espert, Alfredo Alcón, Patrice Chérau, Sara Baras o Manolo Sanlúcar. Con ayuda de Juan Echanove reconstruye una voz tan parecida a la que tuvo el poeta –de la que no se conserva ningún registro sonoro– que Isabel, hermana de Lorca, duda unos segundos, y Rafael Alberti la reconoce sin dudarlo como la de Federico.

Este libro profundo y tan ligero, íntimo y abierto, tiene tanto de indagación como de testimonio de doble sentido: sobre Lorca y sobre quien lo ha escrito, que se explica a sí mismo a través de su poeta tutelar, de quien desbroza datos biográficos como si descubriera ante un espejo sus propios rasgos. Pasqual cuenta la historia del montaje de «El público» como «la historia de una utopía», pasea por otras obras del autor, del que niega su pretendido apoliticismo; salta de «Comedia sin título» a «La casa de Bernarda Alba» o «Bodas de sangre», igual que viaja a Estocolmo, Nueva York, Sevilla, Shizuoka, La Habana o Avignon, con un fardo de amor como equipaje y nos lo cuenta. Tras leerlo uno se siente más cerca de Federico. Y también, claro, de Lluís.

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