Escena de «El año de Ricardo», de Angélica Liddell
Escena de «El año de Ricardo», de Angélica Liddell - La Fábrica
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Angélica Liddell se arranca la lengua

Angélica Liddell deja rastros de su intimidad y de su teatro en «El sacrificio como acto poético» y «Via Lucis»

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Para Angélica Liddell (Figueres, 1966) la escritura es «una venganza contra la vida». Lo afirma en la entrevista de Laura Zangarini, publicada por «Corriere della Sera» el 28 de julio de 2014, que cierra el pequeño volumen «El sacrificio como acto poético» (Continta Me Tienes). Las seis conferencias y el texto inédito agrupados en el libro conforman un mapa teórico en el que pueden rastrearse las inquietudes, las claves, las preocupaciones, las lecturas, las influencias y el pensamiento de esta formidable creadora escénica, poseedora de una de las escrituras dramáticas más hondas, originales, deslumbrantes y provocadoras del teatro de nuestros días.

Autora, actriz y directora de sus propios textos cuajados de destellos autorreferenciales («mi escritura -dice- no está separada de mi vida, en absoluto, depende de mi vida»), subraya y rescata el sentido ceremonial y, más hacia lo profundo, sacrificial latente en el hecho teatral: «El acto creativo -escribe- es inmolación, pero al mismo tiempo salvación».

Cioran, Canetti, Godard, Pasolini, Artaud, Nietzsche, Wittgenstein, Diderot, Bataille, Derrida, Kierkegaard, Beuys, Brecht y Foucault son algunos de los nombres bullentes en estas reflexiones, preciosas y precisas, que iluminan tanto como inquietan y dan pistas sobre las ideas que retumban en sus obras y el sentido de las puestas en escena concebidas para las mismas.

Camino de luz

Convencida, como Adorno, de la precariedad e impotencia de la palabra para expresar el horror y la ignominia contemporáneos, explicita sus ganas de arrancarse la lengua para escupirla «sobre esa aspiración artística de manipular los sentimientos humanos».

Una imagen impactante del catálogo magmático de dolor, sacrificio, violencia y tensión místico-carnal que define su teatro e impregna también los poemas, fragmentos de su diario y de textos teatrales, y autorretratos fotográficos íntimos agrupados en «Via Lucis», volumen publicado también por Continta Me Tienes en coedición bilingüe español-francés con Les Solitaires Intempestif. El particular camino de luz de Angélica Liddell expresa esa dualidad dibujada por Miguel de Unamuno en un verso memorable: «Tinieblas es la luz donde hay luz sola».

Flores suicidas

La escritora visita el territorio feroz de lo sagrado recurriendo a la iconografía religiosa asociada al martirologio -la Santa Águeda de Zurbarán exhibiendo sus pechos cercenados es una referencia clave- para ahondar en un discurso que habla del éxtasis, la posesión sexual, la caníbal entrega amorosa, la desazón, el deslumbramiento… «Sade y Santa Teresa -anuncia- unidos por lo irracional, por el delirio, por la transgresión trágica de la ley, mi cuerpo profano y mi cuerpo santo utilizan el mismo lenguaje para amar…». Una catarata de imágenes poéticas inundadas de belleza convulsa.

Los autorretratos son instantes de cuidadosa intimidad congelada en los que, con contrastes que remiten a Caravaggio, Angélica Liddell es tal vez una Ofelia que flota entre flores suicidas, o Emily Dickinson ensimismada en lo mínimo para llegar a lo hondo, o una Magdalena enredada en sus largos cabellos, o una diosa ensangrentada a la vez víctima y verdugo de sí misma… Hermosas y enigmáticas ventanas a un universo personal inquietante.

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