Nico (Christa Päffgen) retratada por el célebre fotógrafo alemán Willy Maywald
Nico (Christa Päffgen) retratada por el célebre fotógrafo alemán Willy Maywald
MÚSICA

Anatomía de un instante

De la mano y con la voz de Patti Smith, el colectivo Soundwalk reconstruye en «Killer Road» la agonía de Nico, muerta en Ibiza hace tres décadas

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Pese a los equívocos televisivos y las trampas de la memoria, no fue la amazona, también rubia y de origen centroeuropeo, que hace medio siglo montó semidesnuda sobre el caballo tordo de unas bodegas jerezanas. Nico, sin embargo, tuvo ocasión de saborear su coñac, que entonces era cosa de hombres. A toda página, la hemeroteca de ABC guarda las estampas de la serie publicitaria –«Terry me va. Usted sí que sabe»– que la entonces modelo protagonizó para la compañía gaditana, de la que fue imagen de marca. Veinte años después de posar para aquella campaña, Christa Päffgen volvió a hacerse inmortal en España, ya sin vuelta de hoja.

El colectivo Soundwalk reconstruye en « Killer Road» (Bella Union-Sacred Bones) los últimos instantes de la vida de la vocalista de la primera Velvet Underground, víctima de un derrame cerebral cuando paseaba en bicicleta por Ibiza, donde residía.

Según los datos recogidos por Stephan Crasneanscki, compositor de piezas documentales y armador de sonidos casi estadísticos, el accidente de Nico se produjo alrededor de las 13:30 horas. Demasiado calor para un 17 de julio sobre el asfalto mediterráneo, coordenadas espaciales y meteorológicas que conducen a lo que los franceses denominan une «torpeur». Es el trance, o el letargo, el verdadero argumento de «Killer Road», trabajo ambientado en la sala de espera de la muerte.

Estallido

Patti Smith, mujer contra mujer, es la encargada de dar vida a Nico en este relato sobre la agonía. Pasaron varias horas hasta que la cantante alemana fue trasladada a un hospital, donde ya de noche se certificó su muerte. Entre la consciencia y la inconsciencia, cuya frontera se borra en un cerebro que acaba de estallar, las últimas canciones de Christa Päffgen, reducidas a poemas, suenan en un disco que trata de recomponer al detalle los momentos últimos de la artista, abandonada a su suerte sobre el alquitrán y con la cabeza quizás en otro sitio, más para allá que para acá.

Crasneanscki sabe con certeza que hacía mucho calor y que de fondo, en aquella carretera de Ibiza, se escuchaban las cigarras. Maestra de las lecturas dramatizadas, Patti Smith recita los últimos versos escritos por Nico con la voz duplicada, a menudo distorsionada y espaciada por una respiración que se agota, camino de la asfixia y el colapso.

No es la madrina del punk –vociferante, incansable, moldeada por su propio simbolismo, archisabida para el oyente– la que se asoma a «Killer Road», sino la intérprete que, dócil, acepta un encargo y se ciñe al guión que le entrega Soundwalk Collective, una serie de poemas terminales. La música la ponen ellos. Especializados en el montaje de paisajes sonoros y autores de una obra ligada a la psicogeografía, Stephan Crasneanscki, Simone Merli y Kamran Sadeghi plantean una escena donde la muerte –aquí sí– es el final, precisamente en una isla que desde mucho antes y hasta bastante después del fallecimiento de Nico ha sido etiquetada y despachada como contenedor universal de la fiesta, a su vez sinónimo de vida.

En «Killer Road» es de día, hace mucho calor, las cigarras chirrían y nadie va o viene de fiesta

La búsqueda –y el hallazgo– de sonidos relacionados con el fallecimiento de Christa Päffgen en un entorno tan hostil para el duelo como la isla balear es uno de los grandes aciertos de «Killer Road». Soundwalk Collective recolecta con sus grabadoras materiales ajenos al entorno de las discotecas que activan la vida de postal nocturna de Ibiza. Todo es de bajo voltaje, calmo y diurno: el graznido de las gaviotas, el chirrido de las cigarras o el rumor secuenciado de las olas. Nada que ver con lo que por aquel entonces, mediados de julio de 1988, se tramaba en la isla, subsede del segundo verano del amor en la que New Order cogía ideas para « Technique». Nico fue a morir en el arcén de un inmenso «after».

En «Killer Road» es de día, hace mucho calor y nadie viene o va de fiesta. La única persona que aparece en el disco yace en el suelo y, envuelta en ruidos ambientales, se va para siempre. El plato y la cadena de la bicicleta que montaba Nico no se escuchan –hubiera sido un buen extra sonoro– porque alguien la robó aprovechando el desconcierto de la emergencia clínica, un episodio marcadamente mediterráneo, puro paisaje humano y silencioso.

Corazón vacío

Estrenado en la Bienal de Venecia de 2013 e interpretado en directo en nueve ocasiones, «Killer Road» incluye en su edición discográfica tres piezas grabadas en vivo y se cierra con «My Only Child», canción –aquí respirada, arrítmica– en la que Nico trata de proteger a su hijo Ari, al que introdujo en el consumo de heroína y con el que hizo bueno el refrán «lo que pare la gata ratones mata». «Mi corazón está vacío, / pero las canciones que canto / están llenas de amor por ti», recita Patti Smith en «Killer Road». No es el primer álbum de «spoken-word» que firma la compositora norteamericana, pero sí el más logrado y mejor armado.

No se escucha en este disco la bicicleta de Nico, ni su armonio, instrumento que la musa de Leonard Cohen transformó con el tiempo en su segunda voz. De aquí para allá, el trabajo de campo de Soundwalk Collective aporta a «Killer Road» los sonidos del gigantesco órgano del conservatorio de Nápoles, cuya tonalidad envuelve un recital poético en el que la lírica le echa un pulso a su envoltorio, o viceversa. Nada se improvisa en un trabajo que, más allá de sus valores musicales, redefine el género –caótico, casual, visceral– del «spoken-word». Patti Smith sabe cómo contar los últimos minutos de vida consciente o inconsciente de Nico, pero es el colectivo Soundwalk el que con su magistral decorado sonoro sitúa al oyente en un limbo que no pude ser expresado con palabras.

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