El arquitecto italiano Renzo Piano, en el Centro Botín en Santander
El arquitecto italiano Renzo Piano, en el Centro Botín en Santander - EFE

Renzo Piano: «Este edificio no es arrogante»

Recorremos el Centro Botín con un cicerone de lujo: el arquitecto italiano que lo ha diseñado

Santander Actualizado: Guardar
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Ha creado museos tan tranquilos, silenciosos y elegantes como él mismo (la Fundación Beyeler de Basilea, donde los nenúfares de Monet se funden con la naturaleza; la Colección Menil de Houston, con la capilla Rothko; el Centro Klee de Berna, el Art Institute de Chicago...). Tranquilos y silenciosos, a excepción del Pompidou, un espacio excesivo, ruidoso y colorista que diseñó a comienzos de los locos 70, junto con Richard Rogers. Senador vitalicio en Italia, Renzo Piano ganó el Pritzker en 1998. Hasta tiene un meteorito con su nombre. Su último gran museo, el Whitney de Nueva York, donde, al igual que ocurre en el Centro Botín, tan importante resulta el interior como el exterior. Se siente más constructor que artista y detesta la arquitectura arrogante y narcisista, los edificios-icono. «Si ése hubiera sido el objetivo del Centro Botín, no hubiera aceptado el encargo. Nunca me han propuesto algo así en España, en otros países sí», advierte.

Como el «Guernica», cumple este año los 80. ¡Quién lo diría! Incansable, sube y baja con agilidad, una y otra vez, las escaleras del edificio que ha construido en colaboración con el estudio del arquitecto español Luis Vidal. Elegante y muy afable, habla en voz baja, de forma pausada. Le gusta escuchar y explicarse detalladamente. Con este cicerone de lujo, visitamos los dos volúmenes del edifico: el oeste, dedicado al arte; y el este, a la formación y la educación. Ambos tienen forma lobular. El primero consta de dos grandes salas para exposiciones: la de la planta superior, de 1.300 metros cuadrados; la de la planta inferior, de 1.200. La de arriba es espectacular, con una estructura a la vista en el techo, el aire acondicionado sale por unas rejillas en el suelo y amplios ventanales a ambos lados con vistas espléndidas de la ciudad y la bahía:«En un museo es importante que la gente no se sienta encerrada. El edificio dialoga con el mar y con la ciudad», advierte Piano, quien se ha inspirado, entre otros, en Gaudí y Mies van der Rohe. No es mala compañía. Bajo las salas, el restaurante El Muelle –una taberna marinera a cargo del chef Jesús Sánchez, dos estrellas Michelin–; la tienda y un centro de atención al visitante. El edificio no oculta el mar a los santanderinos. Todo queda a la vista, pues las paredes son de cristal. En la fachada oeste se ha instalado una gran pantalla LED de 12 por 6 metros. Se ha creado un anfiteatro para actividades al aire libre.

«Se mueve de puntillas»

El volumen este es un espacio multidisciplinar que acoge cuatro aulas para conciertos, conferencias, música, teatro, cine, danza... y un auditorio para 300 personas, de doble altura, que se alza en voladizo sobre el mar. «No es un edificio arrogante; aunque tampoco demasiado tímido. Es sobrio, modesto, pero bello y muy respetuoso. Tiene fuerza, pero se mueve de puntillas. Un edificio siempre tiene que asumir su responsabilidad», comenta Renzo Piano. Una de sus especificidades es la piel, formada por 270.000 piezas circulares de cerámica nacarada que reflejan la luz y el agua. Le dan un aspecto muy especial al edificio, que cambia por completo dependiendo del clima. El miércoles lucía un sol espléndido en Santander y el edificio brillaba. Ayer, en cambio, era un día grisáceo, típico santanderino, y el Centro Botín se mimetizó con él. «Yo lo dibujé un día como éste», comenta Piano. Confiesa sentirse «muy europeo y cercano a la identidad española. El agua salada es mi elemento. Enseguida me enamoré de la bahía y del espíritu de esta ciudad. Santander es una ciudad sencilla, sobria, silenciosa, como Génova. Durante los primeros seis meses que estuve aquí, siempre llovía, pero me encanta la lluvia, porque le añade una dimensión metafísica. Este edificio corteja al agua».

Vista de la entrada del Centro Botín
Vista de la entrada del Centro Botín- EFE

Tiene 10.285 metros cuadrados, se halla en voladizo sobre el mar (sobresale 20 metros), pero también sobre tierra firme. Está suspendido sobre pilares y columnas; se eleva siete metros del suelo. «Es un edificio que vuela, que flota por encima del suelo, como si fuera un barco más. Hemos luchado contra la fuerza de la gravedad. No es fácil que un edificio como éste vuele», advierte el arquitecto. Los dos volúmenes están conectados entre sí por un conjunto de plazas y pasarelas de acero y vidrio, que han denominado pachinko, en alusión a la máquina de pinball japonesa. Esta zona del edificio resulta lo más espectacular del proyecto, que por cierto es muy fotogénico.

«Un trabajo peligroso»

Le preguntamos si ha sufrido muchas presiones y protestas, como Moneo con los vecinos de los Jerónimos en el Prado, o Cruz y Ortiz con los ciclistas en el Rijksmuseum de Ámsterdam. ¿Ha cambiado mucho su proyecto original? «No. Hubo a veces debates complicados. En un proyecto como éste, es importante escuchar para mejorarlo, si se dicen cosas inteligentes. La arquitectura es un trabajo peligroso y hay que ser humilde. Si se comete un error, éste se queda para siempre». Deja claro que nunca hubo problemas estructurales, ni grandes retrasos. «Lo que pasa es que Emilio Botín quería hacerlo en 18 meses y un proyecto como éste no puede hacerse en menos de tres años».

A Renzo Piano le encanta diseñar obras pensando en las personas:«Este es un centro para disfrutar del arte, para escuchar música, para que la gente se relacione. Hay belleza en reunirnos y compartir conocimiento. Cuando hago feliz a otros, soy feliz». Cree que ya hemos mirado demasiado al centro de las ciudades; apuesta por mirar ahora a la periferia. Su objetivo, «civilizar, llenar de proyectos públicos esos barrios periféricos».

Vista del Centro Botín, desde un lateral
Vista del Centro Botín, desde un lateral- EFE

Piano quiso rendir ayer un tributo a Emilio Botín con unas palabras cargadas de emoción:«No le conocí como banquero, sino como hombre y como soñador. Era un cliente leal. Confiaba en mí. Cuando le dije que quería hacer el edificio en voladizo, que flotara, le encantó la idea. Vino a verme a mi estudio unas 30 veces. Le gustaba mucho hablar. Amaba el mar, como yo. A él le gustaba pescar y a mí navegar en velero. Él era un gran pescador. Lo hacía en un pequeño barco, que no era de banquero. Solía invitarme a cenar pescado que él mismo había capturado. La bahía y esta luz estaban en su corazón. A lo mejor está aquí hoy con nosotros».

El metabolismo de las ciudades, dice el arquitecto, es lento, como el de los elefantes. Tarda en digerirse:«Falta esperar a que la gente haga suyo este lugar y lo empiece a habitar. Los lugares solo se aman cuando se viven». Sabias palabras de un sabio: Renzo Piano.

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