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La huella española en Estados Unidos: dos almas

Los anglosajones se asombraron, al ocupar el Suroeste del país, con las costumbres tan diferentes de los hispanos

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Cuando los angloamericanos ocuparon el Suroeste de Estados Unidos, se toparon con los habitantes hispanos, asentados allí desde hace doscientos años, y se produjo el encuentro de dos culturas, la anglosajona y la hispana. Tanto les sorprendió a aquellos, que dejaron escritas sus impresiones sobre las costumbres hispanas, que seguramente al lector no se le antojan tan lejanas.

Para empezar, la disposición hacia el trabajo. Para los anglosajones, este es un fin en sí mismo, se vive para trabajar, mientras que los hispanos trabajaban para vivir, y por ello podían pasarse un día entero, como decían ellos, verywelleando, esto es, pasando el tiempo tranquilamente sin hacer nada, disfrutando del tiempo, del paisaje y de la compañía, algo inconcebible para la mentalidad de los angloamericanos.

De hecho, llamaron a Nuevo México «la tierra del mañana», porque todos estaban dispuestos a trabajar… mañana. Y la acumulación de bienes, tan acendradamente anglosajona, no formaba parte del bagaje cultural de los hispanos, que se conformaban con lo mínimo para vivir, porque esto era lo importante.

Y es que, ante el pasado, presente y futuro, los anglosajones, atados por el ayer y preocupados por el mañana, poco disfrutaban del momento actual. Para los hispanos el pasado pasó, el mañana «Dios dirá» y confían a la providencia («ya saldrá algo»), pero el presente es la ocasión para disfrutar a fondo del milagro de la existencia. En este sentido, también extrañó a los angloamericanos que viajaban por Nuevo México el hecho de que, siendo otoño avanzado, ningún ranchero tenía apilada leña para el invierno, cuando las leñeras norteamericanas rebosaban ya de leña. Y al preguntar, le respondió uno que «cortaría la leña cuando hiciera frío, que es cuando hace falta la leña». Porque rasgo de los anglosajones es la planificación y la organización, y de los hispanos la improvisación.

Observaron también la diversa concepción de la familia. La americana se reducía a la familia estricta de padres e hijos, la hispana incluía a sobrinos, tíos, primos, cuñados, abuelos… Y con todos ellos se acudía a la fiesta, pues lo festivo, constataron los anglos, se halla incrustado en el acervo genético hispano. El calendario se encontraba plagado de fiestas, la mayoría religiosas como la Navidad, las Posadas, la Candelaria, el Corpus, San Isidro, San juan, Santiago, la Semana Santa, los Mayos, las Romerías, el Santo Patrón, los Difuntos… Fiestas con copiosa parafernalia de parientes, amigos, comida, bebida, toros, música, fuegos…, que podían durar varios días, semanas, todo tan distinto al espíritu norteamericano, cuando la fiesta mayor, el Thanksgiving, consiste en un pavo que se consume en unas pocas horas. Téngase en cuenta que en muchos pueblos de la España de hoy existe la extraordinaria figura del «concejal de fiestas», algo impensable en Estados Unidos.

La comunicación es otro factor diferenciador. Los hispanos han nacido para comunicarse de una forma continua e inmediata entre ellos. El núcleo español que viajó inicialmente a las Américas procedía del triángulo Cádiz-Sevilla-Huelva, gentes festivas y comunicativas por antonomasia, y fueron ellos quienes sellaron la personalidad de la América hispana. Crúcese cualquier punto de la frontera de México con Estados Unidos para comprobar las diferencias. El último pueblo de México se ve atestado de gentes en calles y plazas. En el primer pueblo de Estados Unidos apenas hay viandantes, solo coches que van y vienen. Pero la acción de los hispanos se agota en la conversación callejera, en la tertulia, mientras los norteamericanos están acudiendo a casas o centros para practicar la sociedad civil, la iniciativa con resultados prácticos.

Los anglos, al serle presentado un desconocido, preguntaban: ¿qué es? Y los hispanos: ¿quién es?. Unos poniendo el acento en la obra, los otros en la persona.

Los angloamericanos gustan de pautas y patrones fijos, que rechazan los hispanos. Para aquellos, las leyes son pocas, pero indiscutibles, y se cumplen a rajatabla. Para los hispanos, las leyes, abundantísimas, son meras pautas de referencia, que se cumplen o no, porque lo que cuenta es el criterio, la interpretación que hace cada uno en cada caso. En este sentido, se hizo muy famosa la sentencia del juez hispano Otero. Los abogados americanos le habían presentado precedentes que obligaban al juez a decidir en un determinando sentido. Pero el juez apartó los precedentes diciendo que «este asunto se juzgaría según sus méritos y circunstancias», algo que escandalizó a la mentalidad anglosajona.

Sorprendió también la generosidad, la solidaridad y la extrema hospitalidad de los hispanos, que recibían a los visitantes con la frase «esta es su casa», muy diferente a la expresión americana «siéntase como en su casa».

En suma, dos filosofías de vida, dos almas en Estados Unidos, la civilización anglosajona y la hispánica, las dos grandes del mundo occidental, ambas con luces y con sombras. Una, la obsesión por hacer; la otra, la pasión por vivir.

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