Un momento de la representación de «Tristán e Isolda» en Bayreuth
Un momento de la representación de «Tristán e Isolda» en Bayreuth - EFE
Festival de Bayreuth

Bayreuth, un teatro de sorpresas

Angela Merkel asistió con su esposo a la representación de «Tristán e Isolda» y a la reposición de «Parsifal»

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Tardó una semana, pero volvió. La canciller Angela Merkel quiso despejar dudas sobre su fidelidad a Bayreuth -entiéndase, al Festival wagneriano- y asistió con su esposo a la representación de «Tristán e Isolda» y a la reposición de «Parsifal». Lo hizo en privado tan discretamente que el no informado de antemano ni siquiera al final se percató de su presencia en la sala.

«Tristán e Isolda» –con dirección escénica de Katharina Wagner y musical de Christian Thielemann- no presenta cambios, excepto la inclusión de la veterana mezzosoprano Petra Lang como Isolda y ciertos retoques escenográficos en el tercer acto. Después de incontables interpretaciones de Brangäne, Kundry y otros papeles secundarios por los escenarios del mundo, se atrevió a dar el salto y realizó su debut personal en este importante papel wagneriano.

La canciller alemana Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer, a su llegada a Bayreuth
La canciller alemana Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer, a su llegada a Bayreuth - AFP

La producción de «Tristán» supuso para la biznieta del compositor un punto de inflexión: abandono de la provocación sistemática en pro del trabajo serio, si bien (aún) con resultado incierto. La producción ya legendaria de Heiner Müller en los 90 ha apadrinado muchos montajes escénicos de esta obra en todo el mundo. También éste. Se desarrolla mayormente en la oscuridad con una acción escénica comedida enmarcada en una decoración sucinta, basada en una omnipresente estructura triangular que simboliza el «trío amoroso» imposible de los protagonistas. El minimalismo escénico se reduce en cada acto; en el tercero el escenario aparece completamente vacío con nieblina traslúcida.

Arrinconados en una esquina hay cuatro fieles escuderos en torno al cuerpo yacente de Tristán moribundo. En esa amorfa penumbra el melancólico solo del oboe crea una atmósfera irreal de tétrica desolación. Posteriormente van apareciendo y desapareciendo fugazmente gaseosos tetraedros con una figura femenina en su interior que simula los fantasmagóricos delirios del agonizante. Este reduccionismo escénico, tan lejos de su precedente y estrambótico montaje de «Los maestros cantores (pintores) de Nuremberg», no impidió que Katharina Wagner incluyera detalles kitsch para expresar plásticamente el arrobamiento amoroso, como la autoestigmatización de las manos, no por un serafín sino mediante un tubo niquelado, o las estrellitas luminiscentes que coloca Isolda en la especie de tienda-nido montado por ella para esconderse acurrucada con su amante.

Libertad para los cantantes

Una secuela positiva de todo ello es que los actores pueden cantar casi siempre con total libertad, acompañados magistralmente por Thielemann con una lectura parsimoniosa, casi lánguida, que caracterizó el primer acto. Como consumado perfeccionista del detalle, enfrascado en su orfebrería analítica de cada compás, corre peligro de perder, y ocasionalmente lo pierde, el nexo de unión, la síntesis integradora del flujo musical que le confiere a la interpretación, aparte de precisión y transparencia, viveza y dramatismo.

Su lectura detallista evoca a veces a aquellos imagineros alemanes prerrenacentistas, maestros técnicamente consumados esculpiendo detalles pero bastos al fijar proporciones en la configuración natural y estética del bulto redondo, o dicho musicalmente, del arco que engloba y sostiene en viva tensión el conjunto. El recibió las mayores ovaciones, seguido por Stephen Gould (Tristán). Aplauso persistente para todos los cantantes, solos o en grupo. Petra Lang cumplió en su debut, pero deberá mejorar para no perder pie en las alturas. Ian Paterson y Georg Zeppenfeld encarnaron respectivamente dos magníficos Kurwenal y rey Marke.

La notable prestación de los protagonistas la completaron otros secundarios, como Claudia Mahnke (Brangäne) y el joven tenor turco-berlinés Tansel Akzeybek (pastor y timonel). Al adelantarse Katharina Wagner de su grupo para saludar, el público se percató de ella y fue abucheada sin contemplaciones. Como sucediera el día anterior con Castorf, rehusó después aparecer sola ante el telón para no avinagrarse por completo la velada.

¿Volverá a ser lo que fue?

Bayreuth es un teatro de sorpresas. Parecía que la producción de «El holandés errante», de Jan Philipp Gloger, era una simple pieza de relleno que enfilaba sin pena ni gloria la recta final de su ciclo quinquenal. Gris nació y anónima fenecería. Muy convencional para los vanguardistas era artificiosamente moderna para los tradicionalistas, y para todos, insustancial. Durante los ensayos y por razones de salud intercambiaron sus papeles Thomas J.Mayer (anterior Wotan en «Sigfrido») y John Lundgren (Holandés el año pasado). Ese incidente imprevisto produjo un pequeño milagro: ambas obras ganaron con el canje. Dirigida por Axel Kober, la prestación vocal, superior sin reparos a la que se estila en Bayreuth, obtuvo un éxito que ya nadie esperaba, extensible al propio Gogler, quien por primera vez recibió aplausos sin protestas.

Así, el Festival proseguirá su singladura hasta el 28 de agosto con un «Parsifal», cuya lesiva crítica religiosa no suscitó reacciones islamistas, sino de jerarcas cristianos de ambas confesiones. Y con una tetralogía de «El anillo» en la cual, al margen de su infausta puesta en escena, será cuestionada por poco tiempo la dirección musical del treinta años abstemio escénico y casi octogenario debutante maestro Marek Janowski.

¿Mejora Bayreuth? Probablemente, sí. Ciertamente, en el aspecto mediático con retransmisiones televisivas en directo. Hay también ahora entradas disponibles, un público más dispar y más joven. Hay tres grandes directores musicales en acción. Ha mejorado netamente la prestación vocal; la coral y orquestal casi siempre fue óptima. Amaina la ola de esperpentos escénicos y se anuncia en lontananza la llegada o regreso de célebres cantantes, como Waltraud Meier o Anna Netrebko. ¿Volverá a ser Bayreuth lo que fue? Chi lo sa! Por el momento, no; pero la simple pregunta es ya algo más que positivo.

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