Barcelona, urbe carolina

Como Cádiz, Málaga o Bilbao, la Ciudad Condal también aprovechó aquella etapa de crecimiento y progreso

Pietro Fabris inmortalizó en 1759 la imagen de Carlos III embarcándose en Nápoles rumbo a Barcelona para iniciar su reinado en España

MANUEL LUCENA GIRALDO

Una de las explicaciones del benemérito reinado de Carlos III de España y sus Indias radica en que llegó al trono con el oficio aprendido. Como tercer hijo de Felipe V de Borbón, le había correspondido servir como monarca de Nápoles y Sicilia de 1734 a 1759.

Allí adquirió enorme experiencia política . Incluso con la lotería constante que suponían los arreglos dinásticos, en los que su madre Isabel de Farnesio fue consumada maestra, su acceso al trono español distaba de ser previsible. La desaparición de sus dos medio hermanos, Luis I y el gran Fernando VI , este último fallecido en 1759 de «melancolía involutiva», le impuso el deber de abandonar su amada Nápoles y trasladarse a Madrid a gobernar un imperio extendido por cuatro continentes.

La forzosa transformación de la antigua corte peninsular en una capital moderna, con la construcción de lo que hoy llamamos Eje Prado-Recoletos , le valió reconocimiento como su «mejor alcalde». Pero contra lo que la hostilidad interesada hacia Madrid –o cierto madrileñismo casticista– mantienen, aquella monarquía española y borbónica, lejos de ser centralista, continuó siendo policéntrica. Su capital geopolítica era México, porque el Virreinato de la Nueva España fue siempre el centro de su poder. Las capitales virreinales , Buenos Aires, Bogotá y Lima , acogieron jardines, alamedas, bibliotecas y observatorios. En las fachadas marítimas peninsulares, el impacto de la liberalización comercial iniciada en 1778 cambió para siempre el carácter y fisonomía de urbes como Gijón, Santander, La Coruña, Bilbao, Málaga y por supuesto Cádiz.

También Barcelona aprovechó, y mucho, aquella etapa de crecimiento y progreso. ¿Podríamos imaginar Barcelona sin e l palacio de la virreina, en plenas Ramblas , levantado por Manuel Amat tras su regreso del Perú en 1776? ¿O sin el Castillo-Fortaleza de Montjuich, obra renovadora levantada por el ingeniero militar salmantino Juan Martín Cermeño desde 1751?

Los monumentos son historia verdadera.

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