Julio Malo de Molina - Opinión

El arquitecto

La voz «arquitecto» se define de forma poética y precisa en el primer diccionario de nuestra lengua

Julio Malo de Molina
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Así tituló Fernando Quiñones uno de sus mejores relatos, tal como Luis Felipe Vivanco a uno de sus mejores poemas. Éste último además de poeta fue arquitecto, como Thomas Hardy o Joan Margarit por citar sólo algunos de entre quienes se han dedicado de forma simultánea a tan nobles como antiguas disciplinas. Tal vez el arquitecto más entrañable de la cultura de masas contemporánea sea el personaje interpretado por Gary Cooper en la película ‘El Manantial’ de King Vidor (1947) basada en una novela de Ayn Rand (1943), papel que algunos consideran inspirado en la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright (1867-1959), modelo de compromiso con sus convicciones profesionales. Como hay un día para todo, a la Unión Internacional de Arquitectos en su Congreso de Barcelona de 1997 se le ocurrió celebrar el Día Mundial de la Arquitectura, que desde entonces tiene lugar cada año en el primer lunes de octubre, coincidiendo con el Día Mundial del Habitat.

Estas celebraciones no aportan demasiado, a lo sumo son una buena disculpa para convocar actos o escribir cosas que de todas formas se hubiesen hecho sin semejante convocatoria anual. Procede empero que dedique mi artículo semanal a este oficio que yo mismo he venido ejerciendo desde hace ya más de cuarenta años.

La voz «arquitecto» se define de forma poética y precisa en el primer diccionario de nuestra lengua, ‘Tesoro de la Lengua Castellana’, de Sebastián de Covarrubias (1611): «Dícese de aquél que dibuja las trazas y las elevaciones de las construcciones, concibiendo todo ello previamente en su entendimiento». Mucho antes, Marco Vitrubio había compuesto un extenso tratado conocido como ‘De Architectura’ o los Diez Libros de la Arquitectura, escrito en latín y griego entre los años 27 al 23 antes de nuestra era y dedicado al Emperador Augusto. En el cual se define el oficio cuyo nombre latino ‘architectura’ procede de lo que hoy conocemos como arquitrabe, del latín architrabe o trabe maestre, que podemos traducir por viga madre, elemento que cose el adintelado de las construcciones clásicas, especialmente en los Templos griegos, superando así al arco como fábrica portante. Vitrubio cuyos textos son la base del Renacimiento establece los principios que deben caracterizar la arquitectura: ‘Firmitas’ (solidez), ‘Utilitas’ (utilidad), ‘Venustas’ (belleza); con plena vigencia en la crítica más contemporánea que considera a la arquitectura como una ciencia poética, muy al contrario de Kant quien en su cosmogonía la incluye entre las Bellas Artes.

Para Alejandro de la Sota, maestro de maestros, un arquitecto o una arquitecta ha de ser antes que nada intelectual y técnico; visto así la belleza es esplendor de la verdad, de lo bien resuelto. En España, esta vieja profesión se encuentra en un momento crítico, pues si bien los arquitectos españoles gozan en el mundo de un sólido prestigio sólo comparable al de los japoneses, nuestros conciudadanos no entienden el papel que desempeñamos como garantes de la calidad, lo cual deposita en nuestro trabajo el mandato constitucional de protección al débil, frente a los intereses del mundo empresarial para el cual prevalece el afán de lucro. Si bien debemos hacer una autocrítica severa pues la falta de profesionalidad de muchos ha desprestigiado un oficio imprescindible para la gente cuando éste se desarrolla con pundonor. Sostenía Erasmus de Rotterdam que cuanto más excelsa es una profesión, menos de sus miembros están a su altura. El reto en tiempos de cambio es tomar partido por la profesionalidad y por los intereses públicos.

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