Wilfred paró un penalti a Míchel en mayo de 1993 en el Bernabéu y dejó al Madrid sin un título
Wilfred paró un penalti a Míchel en mayo de 1993 en el Bernabéu y dejó al Madrid sin un título - afp
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El día que Wilfred soñó con ser portero del Real Madrid

Era su secreto. «A ver si se fijan en mí. Lo haría bien. Si me ficharan, se lo demostraría». Privó a los blancos de la Liga 92-93

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Wilfred Agbonavbare se llamaba. Murió hace unos días, a los 48 años, víctima de un cáncer. Se arruinó por tratar de salvar a su mejor de otro cáncer. Y ha sido el portero más querido de la historia del Rayo. Pero pocas personas conocen que el sueño secreto de Wilfred fue fichar por el Real Madrid. Su potencia y sus reflejos le hicieron desear que fuera observado por la casa blanca. «A ver si se fijan en mí», manifestó entonces en ABC. «Si me ficharan, lo haría bien. Solo necesitaría que me probarán y se lo demostraría». El mensaje de condolencia de Casillas a su familia le habrá encantado desde donde Wilfred se encuentre. Ahora estará parándole un penalti a Di Stéfano, que le conocía desde hace muchos años.

y Don Alfredo le habrá preguntado: ¿Y vos, con quién habés empatado?». Y Wilfred se habrá partido de risa. Siempre riendo. Y parando.

Wilfred demostró precisamente esas cualidades ante el Real Madrid como rival, desde la portería rayista. Fue decisivo en la Liga 92-93. Desgraciadamente, le privó al Madrid del título. Él pensó que era bueno para que le vieran, pero le dolía, porque era rayista y madridista.

Como una ironía del destino, dos de sus grandes momentos de aquella temporada los protagonizó frente a los blancos, que perdieron 2-0 en Vallecas y luego, en la segunda vuelta liguera, empataron a un tanto en el Bernabéu a falta de seis jornadas. Ese 1-1 fue determinante para que el Madrid perdiera la Liga. Aquel 9 de mayo de 1993, Wilfred conquistó el coliseo madridista con una serie de paradas que impidieron la victoria local.

En el momento culminante, detuvo un penalti a Michel. Y le dijo al fino interior madrileño: «Tranquilo, Michel, tranquilo». No podía estarlo. José Miguel González Martín del Campo intuía que se escapaba el triunfo. Así fue.

Wilfred decía con humor que, además de su eficacia en la portería, también debía fichar por el Madrid por su elegancia en el vestir, acorde con el club blanco. Llevaba chaquetas de terciopelo negras en invierno. Y negras en verano. Siempre con clase. Su objetivo era combinarlas con las camisas blancas. Llevaba corbatas a juego, a veces rojas, en otras ocasiones verdes.

Le gustaba la colonia clásica de Paco Rabanne. Le decíamos que ese perfume no congeniaba con su piel, que pedía fragancias más suaves. «Tanto pagar por la colonia y me van mejor las suaves», comentaba con la risa por delante. Siempre con la risa por montera.

El nigeriano de la sonrisa eterna militó en el conjunto vallecano desde 1990 a 1996. Disputó 177 partidos de Liga, 76 en Primera y 101 en Segunda, y formó parte de la selección nigeriana que alcanzó los octavos en el Mundial de Estados Unidos en 1994.

Orgulloso estaba en aquel Mundial. Llevaba el escudo del Rayo con orgullo por todo el mundo. Su carácter feliz caló tan profundamente en Vallecas que en el barrio se hicieron famosos los futbolines con el guardameta pintado de negro, mientras el resto de los jugadores se pintaban de blanco.

Wilfred se convirtió en uno de los grandes ídolos de la afición. Sus paradas felinas, su rapidez, eran portentosas. Sus reflejos daban susto, porque volaba cuando parecía que se quedaría quieto. Paco Jémez destaca que Wilfred sobresalía más por ese poderío físico que por su técnica.

Comenzó a jugar al fútbol muy joven. Con 16 años se hizo jugador profesional en el New Nigeria Bank. Estuvo en el Abiola Babes y en el Lions. Y probó en el Brentford inglés. Entonces le llegó la opción del Rayo. Y aquí se erigió en un cancerbero inolvidable.

En la temporada 91-92 fue clave en el ascenso del Rayo a Primera. Dos años más tarde, el equipo descendió. Pero en 1994 fue uno de los hombres decisivos de la selección nigeriana, con la que ganó la Copa de África y alcanzó esos octavos de final del Mundial de Estados Unidos.

No jugó en el Madrid. Pero se lució en el Bernabéu. Y siempre habló bien de la afición blanca, que le elogió por aquellas paradas que costaron una Liga. Fue un señor del fútbol. Quedan pocos.

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