Flamenco

La guitarra del utrerano Ramón Priego, testigo de una época dorada para el flamenco

El guitarrista utrerano acompañó al inmortal Bambino por escenarios de media España

El utrerano Ramón Priego acaricia su guitarra en la plaza Enrique de la Cuadra de su localidad natal A.F.

Alberto Flores

El flamenco de Utrera, que tantas voces irrepetibles ha legado a los amantes de este arte, no se puede comprender sin las antiguas casas de vecinos. En aquellos recintos no sólo se compartían penurias, escasez y guisos que se cocinaban con lo mínimo, también flotaban en el ambiente compases, bulerías, letras flamencas y soleares. Las sabiduría de la tradición ancestral pasaba de una generación a otra, y precisamente en una de estas casas de vecinos el joven guitarrista utrerano Ramón Priego grababa en un magnetofón que le había regalado su padre, los temas flamencos que escuchaba la radio, para después sacarlos enteros de oído.

En ese ambiente creció el joven Ramón, mirándose en el espejo de su hermano mayor, Pepe, quien también estaba enamorado de las seis cuerdas y siendo todavía un niño comenzó a colarse en las fiestas flamencas que organizaban los señoritos y en las que había artistas irrepetibles como Enrique Montoya, Fernanda y Bernarda o Gaspar de Utrera .

Como le ocurría a tantas familias de la época, la madre de Ramón trabajaba en una de las numerosas fábricas que procesaban la aceituna que existían en la localidad y su padre era ferroviario, en una ciudad que en la década de los sesenta del pasado siglo, rezumaba ambiente flamenco en muchas de sus calles. Ramón se obsesiona con la guitarra e inicia su formación reglada, aprendiendo solfeo con José Salazar en el Casino, después en Sevilla y más tarde en Madrid, donde se formó en la disciplina clásica. « Me gustaba la guitarra clásica, pero no lo siento como el flamenco . Por eso algunas veces los profesores se escandalizaban cuando tocaba una pieza clásica por bulerías, aunque los alumnos sí me aplaudían», explica el propio utrerano, quien tuvo que lidiar con estereotipos de la época, ya que eran años en los que la guitarra flamenca se consideraba como una disciplina inferior frente a la guitarra clásica.

Ramón Priego conoció la edad dorado de los tablaos flamencos en la capital española

El utrerano conoció la que fue sin lugar a dudas la edad dorada del flamenco en Madrid, en una ciudad que bullía hasta altas horas de la madrugada con auténticos templos del cante abiertos toda la noche. El Madrid de Camarón o de Paco de Lucía, donde estuvo trabajando en el tablao «Caripén», abierto por Lola Flores y donde Ramón Priego pudo acompañar en más de una ocasión a la propia faraona, que posteriormente también lo contrató en otro tablao que gestionaba en Puerto Banús.

Pero sí hay un artista que ha marcado la carrera de Ramón Priego es sin lugar a dudas el utrerano Miguel Vargas Jiménez -Bambino- , al que acompañó a la guitarra desde que era sólo un niño. Junto con su hermano Pepe, Ramón fue testigo en primera línea de algunos de los momentos más importantes del que fue bautizado por el propio Camarón de la Isla como «artista de artistas». Fue en la legendaria sala «Oasis», siendo todavía menor de edad, cuando Ramón se estrenó en el cuadro de Bambino, asegurando entre risas que «cuando actuaban las vedettes el dueño de la sala me obligaba a esconderme entre bambalinas, porque todavía no era mayor de edad».

De gira con Bambino

Ramón formó parte de un grupo de músicos que participaron en una gira por escenarios de toda España, en la que Bambino colgaba el cartel de «no hay billetes» prácticamente todas las noches. Años inolvidables, en los que en un coche conducido por el desaparecido utrerano Juan Márquez, este grupo de músicos recorría toda la geografía española. «A Bambino le gustaba la música de verdad, en aquellos momentos llevaba el mejor grupo de España y era un artista de verdad porque dominaba el escenario como nadie», cuenta el guitarrista utrerano.

En el estuche donde Ramón Priego guarda su guitarra, que se abre y se cierra en la actualidad todas las semanas en el tablao «El Arenal», están además guardados en forma de fotografías los recuerdos de una época única en la que el flamenco era un auténtico fenómeno social en España, y en la que Utrera era un punto obligado en la geografía del cante. Recuerdos de años en los que el utrerano también conoció escenarios de otros países como Japón, en los que compartió juergas y actuaciones con Paco de Lucía y que contrastan con las dificultades por las que atraviesa este arte en la actualidad: «A pesar de ser cuna del cante, Utrera se ha quedado paralizada , porque no hay futuro para los artistas, después de estar muchos años estudiando no encuentran un panorama alentador y pasan hambre», cuenta el guitarrista, quien sueña con la puesta en marcha en su localidad natal de «una escuela flamenca donde se enseñe el cante, el toque y el baile, tradiciones nuestras que no se deben perder».

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