Catástrofe

Militares en el terremoto de Turquía: «Los llantos de los niños nos rompían el corazón y nos daban más fuerzas para seguir excavando»

Hablamos con el contralmirante al mando del Grupo Anfibio Aeronaval 'Dédalo-23', infantes de Marina del Tercio de Armada de San Fernando y un miembro de la UME que han conseguido salvar varias vidas de entre las ruinas

Niños turcos se despiden de los infantes de Marina antes del repliegue. EMAD MDE
Verónica Sánchez

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Un «panorama desolador», eso es lo que se encontraron los miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) cuando comenzaron las tareas de búsqueda de supervivientes en Turquía el miércoles 8 de febrero, dos días después de que un terremoto de magnitud 7,4 en la escala de Richter sacudiera las entrañas de la frontera entre este país y Siria, dejando más de 36.000 muertos.

Lo cuenta el sargento primero Mario Rivero, uno de los 42 militares del Segundo Batallón de Intervención en Emergencias (BIEM II) de Morón de la Frontera que ha pasado casi una semana buscando resquicios de vida debajo de miles de edificios derruidos. El sargento primero Rivero, natural de San Fernando, es jefe de uno de los dos pelotones en los que se dividen los equipos de búsqueda y rescate urbano (USAR). Cuenta a este periódico por teléfono, un poco antes de que la UME arriase bandera el pasado lunes en su base de operaciones de Islahiye, tras finalizar sus misiones en la provincia de Gazaintep, después de que las autoridades turcas diesen por finalizadas las tareas de búsqueda el domingo 12 de febrero y pidiesen a los rescatistas internacionales que abandonasen el país. Posteriormente, regresaron al destacamento 'Patriot' del Ejército de Tierra en Incirlik, para desde allí volver a España, aterrizando en la Base Aérea de Morón de la Frontera el miércoles 15.

Efectivos de la UME tras el rescate de Leyla y sus hijos, con el sargento primero Rivero (de pie, segundo por la izquierda). UME

El rescate de Leyla, Elif y Muslim

«Hacíamos turnos de 12 horas», explica el sargento primero Rivero, intentando reponerse de una tos recurrente, debido al polvo tragado durante estos días, que corta la conversación. Su labor: buscar indicios de vida con los perros y los geófonos (dispositivos que convierten el movimiento del suelo en una señal eléctrica). «El primer rescate que realizamos fue el de dos niños pequeños, colaborando con equipos turcos. Nuestra teniente médico entró para ver a la víctima, asistirla, realizarle un torniquete y estabilizarla, ya que tenía un hierro del forjado clavado en la pierna», explica el sargento primero Rivero.

Después, llegó el rescate de Leyla, Elif y Muslim, una madre y sus dos hijos pequeños, que comenzó el jueves a mediodía y terminó 28 horas después. «Un capitán turco nos hacía de traductor», cuenta el sargento primero. «Gritaba que si había alguien, respondiese con tres golpes a su llamada. Después se hizo el silencio. El geófono detectó que abajo había alguien con una piedra dando tres golpes. Y comenzó la búsqueda», explica. «Quitamos placas de hormigón y más placas de hormigón. El sonido de la piedra se transformó en la voz de una mujer, que nos dijo que tenía con ella a dos niños, uno de un año y medio en brazos y una niña de cinco años a sus pies. Trabajando para llegar a ellos escuchábamos los llantos de los niños, que nos rompían el corazón a la vez que nos daban más fuerza para seguir», cuenta emocionado el sargento primero Rivero, padre de dos hijos de uno y cuatro años.

Cuando consiguieron llegar a ellos, les dieron un poco de agua y sacaron, en primer lugar, a los dos niños. «Para poder extraer a la madre le pedimos que se retirase para ampliar el hueco, lo que nos supuso otras tres horas de trabajo. Su marido fallecido estaba con ella y, a pesar de llevar allí cinco días bajo los escombros, no quería abandonarlo. Conseguimos convencerla diciéndole que sus hijos la esperaban fuera y que, en cuanto la rescatásemos, sacaríamos el cuerpo sin vida de su marido», detalla el isleño. Acababan de salvar tres vidas de entre el horror.

Poco antes de replegar, fueron a visitar a Leyla y sus hijos Elif y Muslim al hospital. «Ha sido un momento muy bonito», dice el sargento primero Rivero. No obstante, matiza, «no te vas feliz, porque esto no es feliz. Es una mezcla de alegría porque hemos salvado tres vidas, pero lo que ha pasado aquí ha sido muy duro». «No te acostumbras a decirle a la gente que no has encontrado a su familiar. Se lo dices con un dolor y una pena tremendos. Estamos preparados para ello y no hay más, pero a eso no se acostumbra nadie», afirma.

Pone de relieve la buena acogida de la población turca. «La esperábamos algo más tensa, como podía ser normal, por la situación, pero para nada». Y recuerda cuando recibieron la llamada para que buscasen a un niño que estaba debajo de un edificio derruido. «Su padre le pedía que hablase y nada, no encontramos nada. Cuando le dijimos al padre que ni el geófono ni el perro habían encontrado nada y que debíamos irnos, nos dio las gracias. Te vas con muy mal sabor de boca», cuenta el sargento primero Rivero que, asegura, esta experiencia le ha hecho ver la vida de otra forma. «Una cosa así te cambia. Eres consciente de que en un momento puedes perder a tu familia y todo lo que tienes», dice este militar. Y concluye, cuando desde del otro lado de la línea le damos las gracias por su labor, «es nuestro trabajo. Estamos orgullosos de servir a España y, en este caso, a la población turca».

Los infantes de Marina realizando labores de desescombro. Pablo M. Díez (ABC)

«Absoluta devastación»

Al igual que la UME, el Grupo Anfibio Aeronaval 'Dédalo-23', recibió la orden de poner rumbo a Turquía el mismo día del terremoto. Lo que, cuando zarparon de la Base Naval de Rota el 16 de enero con más de 500 infantes de Marina del Segundo Batallón de Desembarco del Tercio de Armada de San Fernando a bordo, era una navegación de algo más de dos meses por el mar Mediterráneo para «incrementar su adiestramiento y mostrar el firme compromiso de España con la Política de Disuasión y Defensa» de la OTAN, se convirtió en una misión de ayuda humanitaria. En menos de 48 horas el portaaeronaves 'Juan Carlos I' y el buque anfibio 'Galicia' estaban en la bahía de Iskenderun. «Aunque la configuración de nuestro grupo anfibio no estaba inicialmente pensada para una misión de ayuda humanitaria, dispusimos a todos nuestros efectivos con el fin de causar el mayor impacto posible en la población turca y aliviar las devastadoras causas que el terremoto originó», declara a este periódico el contralmirante Gonzalo Villar, al mando de 'Dédalo-23'.

La situación que se encontraron al llegar fue de «absoluta devastación. La mayoría de los servicios no funcionan y la red de carreteras de la ciudad está bloqueada en su práctica totalidad, lo cual supone un importante obstáculo para los medios de emergencias y de seguridad. La provincia de Hatay, donde está la ciudad de Iskenderun o Alejandreta, donde nos encontrábamos, fueron una de las más afectadas. Tristemente, las víctimas mortales en esta zona se cuentan por miles». «La llegada a Alejandreta no fue sencilla, ya que el principal puerto se encontraba cerrado debido a un incendio originado por el terremoto. En estas condiciones, gracias a que tanto el 'Juan Carlos I' como el 'Galicia' tienen capacidad anfibia, optamos por realizar un reconocimiento hidrográfico del litoral y desembarcar los medios, personal y ayuda humanitaria en una playa adecuada de las afueras de la ciudad. Desde allí, inmediatamente comenzamos a prestar asistencia a la población y, pocas horas después, establecimos una base permanente en el recinto de la Universidad de Alejandreta, en coordinación con las autoridades locales».

Los militares en la base de operaciones avanzada situada en la Universidad de Alejandreta. Pablo M. Díez (ABC)

Base 'Antonio Carrero - Iskenderun'

Los infantes de Marina marcaron su impronta. La base de operaciones avanzada, rodeada de campamentos de refugiados, fue bautizada con el nombre 'Cabo Antonio Carrero - Iskenderun', en recuerdo a su compañero fallecido en acto de servicio durante la misión EUTM-Mali en 2018. Una base de operaciones organizada en puesto de mando, con un área de planeamiento y otra para la conducción de operaciones en curso y dotada de comunicaciones vía satélite; un área de apoyo logístico, donde se recepcionaron, clasificaron y distribuyeron más de 250 toneladas de ayuda humanitaria; un puesto de socorro con capacidad Role-1 (médico, enfermera y ambulancia con soporte vital avanzado); una zona de descanso con tiendas de campaña para 500 infantes de Marina (tres compañías de fusiles, una de armas, una de plana mayor y servicios y una sección de zapadores); un aparcamiento para 60 vehículos de todo tipo (tácticos, camiones de transporte, vehículos de recuperación y cisterna) y una zona de toma de helicópteros balizada. Además de una organización permanente en playa donde se mantenía el apoyo logístico que continuamente era proporcionado por el 'Juan Carlos I' mediante lanchas de desembarco LCM1E del Grupo Naval de Playa.

Parte de los infantes de Marina colaboraron con los equipos de salvamento y rescate turcos, otra parte repartieron ayuda humanitaria, y otros, junto con miembros de la dotación de los buques, se encargaron de la descarga de material humanitario en el puerto de Adana y el de Limak.

Todo el esfuerzo mereció la pena. El sábado 11 de febrero los infantes de Marina consiguieron rescatar de entre los escombros a un niño de 7 años y a un hombre de unos 70. «Una recompensa enorme que nos daba todavía más energías para seguir», declara el teniente coronel Mario Ferreira, comandante del Segundo Batallón Reforzado de Desembarco del Tercio de Armada.

Militares del contingente 'Dédalo-23' junto con el Ejército de Tierra realizando labores de descarga y clasificación de ayuda humanitaria. EMAD MDE

Continuaron trabajando «proporcionando toda nuestra capacidad hasta que agotamos la ayuda humanitaria que teníamos disponible y recibimos la orden de reembarcar». Replegaron el martes 14 de febrero para volver a su actividad en 'Dédalo-23' «trabajando por la seguridad marítima en el Mediterráneo», pero se llevan el cariño de la población turca. «Desesperada» y «triste» por los que había pasado, pero que no dejó «de expresarnos su agradecimiento por estar allí y ayudarles, desviviéndose por cuidarnos, invitándonos a un té en sus tiendas para que descansáramos», cuenta la sargento primero María Teresa Piñeiro. Fue una de las encargadas de la descarga y organización de la ayuda humanitaria que llegaba al aeropuerto de la base de Incirlik, donde se encuentra el destacamento 'Patriot' del Ejército de Tierra, compañeros a los que agradece «su gran profesionalidad y excelente trato recibido». «Es en estas ocasiones cuando uno experimenta la grandeza del ser humano. La unión y el cariño entre personas que no se conocen de nada, la ayuda desinteresada, el calor humano dando lo mejor de sí sin pensarlo ni dudarlo, el anteponer las necesidades del prójimo a las propias», dice la militar.

Se marchan de Turquía «con la satisfacción del deber cumplido y agradecidos», afirma el teniente coronel Ferreira. «Cuando arriamos nuestra bandera de la base de operaciones en Iskenderun, sobre ella, los refugiados y el personal de los equipos de emergencia que nos acompañaban nos escribieron dedicatorias con muestras de cariño y agradecimiento. Esta bandera la conservaremos en un lugar de honor en el Segundo Batallón de Desembarco como imborrable recuerdo de lo que los hombres y mujeres de mi unidad han vivido en Turquía».

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