Accidente Avión Privado

«Estaba tan integrado en Zahara que aquí lo conocíamos como El Alemán»

La familia Griesemann llevaba una vida discreta en el entorno de Zahara de los Atunes, donde era muy conocida por el chalé donde vivía

Hallados once fragmentos del avión siniestrado en el Báltico tras partir desde Jerez

Vivienda 'El hoyo del toro' del empresario Karl-Peter Griesemann NACHO FRADE
Andrés G. Latorre

Andrés G. Latorre

Zahara de los Atunes

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Zahara de los Atunes afronta septiembre con sabor a despedida. Los restaurantes van haciendo inventario del verano y las terrazas están medio vacías, aunque animadas. A los tradicionales temas de conversación (política, fútbol y cotilleos de familia y prensa rosa) se unía este lunes la trágica noticia del accidente de avión privado desde Jerez de la familia Griesemann. «Qué pena, toda la familia, qué tragedia», relata una camarera de acento argentino del chiringuito Lode Bibi, que añade una frase que es una constante en la pedanía barbateña: «Me suenan, pero no podría decirte que los conociera».

La respuesta fue una constante en la calle María Luisa, donde se ubica buena parte de los restaurantes de la localidad. El boca a boca de lo ocurrido hace que buena parte de los vecinos comparta algún dato sobre la familia, de origen alemán. Sorprendentemente, uno de los más conocidos era dónde vivían, 'El hoyo del toro'. El chalé es una de las lujosas viviendas que se asoman a la playa de Los Alemanes, uno de los parajes más bellos de la costa gaditana y que alberga algunas de las residencias más exclusivas de la costa. La nobleza de sangre, de dinero y de fama ha hecho de este rincón su pequeño paraíso.

«Era muy bonachón, nunca hacía ostentación de su posición»

Hay una razón para que muchos de los preguntados no supieran identificar a Karl-Peter Griesemann, propietario de la compañía Quick Air. Muchos son aún turistas y buena parte de los trabajadores vienen de localidades vecinas. Entre los locales, uno de los camareros de la calle María Luisa narra que conocía el chalé, que lo había visto «pero cuando no estaban los dueños, porque conocía a quienes lo mantenían durante el año». Otra vecina, Juani, nos repite que la familia le suena de vista y, sobre todo, por el chalé. Su marido trabajaba en la zona. En el grupo de vecinos, todos habían oído la noticia del accidente, en el que falleció el propio Karl-Peter (72 años), su mujer Julianne, (de 68), su hija Lisa (de 27), y el novio de esta última. Todos eran de nacionalidad alemana.

En el Hotel Antonio, en la frontera que delimita Zahara de los Atunes y Atlanterra, hacen memoria sobre la familia. «Me suena, pero no sabría decirte con seguridad, igual hace tiempo que no vienen -aseguran en el restaurante-. ¿Que si nos enteramos de la noticia? Claro, esta mañana lo comentaba todo el mundo».

José León Castro, propietario de 'La esquina de Catalina' Nacho Frade

El desierto de datos de la familia encuentra un oasis en 'La esquina de Catalina'. El propietario, José León Castro, lleva toda la vida atendiendo a clientes en su local. Entre ellos, a Karl-Peter Griesemann y su familia. Confiesa que la noticia les afectó mucho porque «eran unos vecinos más del pueblo, «Grissemann estaba tan integrado que le llamábamos 'El Alemán', aquí, con la de alemanes que hay». Castro conoce la actividad empresarial de Grissemann y sabía cómo iba y volvía al pueblo. «Por eso, al ver que era una persona que venía en avioneta desde Colonia, pensé blanco y en botella...».

Hemos dicho que Castro sabía que su cliente, «muy bonachón y de cerca de dos metros», era un hombre de, no abusemos de la hipérbole, una más que desahogada situación económica. «Pero nunca hizo ostentación, quien lo viera podría pensar que no tenía más que una bicicleta; era muy afable y siempre era encantador. Le encantaba el rabo de toro», rememoraba. «Era un hombre extraordinario», zanja. Como anécdota, cuenta que uno de los jardineros que se ocupaban de las palmeras de la zona tuvo un accidente con el veneno de los árboles «y estuvo siempre pendiente de él en los siguientes años».

Castro indica que le compró el chalé a otra ciudadana alemana en los años 90 (en el pueblo, varios vecinos nos aseguran que lo heredó de su padre) y que fue del grupo de aristócratas y grandes empresarios alemanes que, aún en el siglo XX, hicieron de Zahara un destino de lujo. «Ahora Zahara la conocen el toda España, pero antes era distinto, ellos con su exigencia y, hay que decirlo, su poder adquisitivo contribuyeron a la calidad de la hostelería aquí».

Respecto a la familia, Castro cuenta que hace unos años «se les veía con los dos hijos -hay que recordar que su hija Lisa falleció en el accidente junto con su pareja-, pero ya menos, habrían hecho su vida fuera. Y cuando era el cumpleaños de alguno de los alemanes de Atlanterra, se les veía a muchos reunidos aquí».

Mutismo en Atlanterra

En la zona de chalés de Atlanterra tiene un lugar privilegiado 'El hoyo del toro', adonde acudía la familia varias veces al año. El paraje, este lunes, estaba rodeado de un mutismo absoluto, roto sólo por el piar de los pájaros, el rumor lejano de las olas y algún chapuzón furtivo en alguna piscina.

Fachada del chalé donde residía la familia Griesemann. N. Frade

El conglomerado de residencias es epítome de discreción. Desde el exterior, apenas se adivinan la mayoría de las viviendas, en las que la vegetación y el escarpado terreno se unen para que los curiosos no sepan qué sucede más allá de las verjas. La propia urbanización no tiene aceras, sólo unos anchos arcenes que no invitan al paseo y por el que pasan, de cuando en cuando, algún vehículo a buena velocidad y algún ciclista aventurado.

En la elaboración de este reportaje, encontramos a una familia que paseaba un par de calles por debajo de la residencia de los Griesemann. Preguntados por ellos, responden con amabilidad. «No los conocíamos, cuando esta mañana he visto la foto, he hecho memoria, pensando en si me lo había cruzado alguna vez, pero nada». Eso sí, reconoce que si algo buscan los vecinos de esta zona de chalés es discreción e intimidad.

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