Conil

El primer alemán que se enamoró de Conil

Se cumplen 60 años desde que Bernardo Prinz y su mujer Hedda llegaron a Conil y se hospedaron en Cortijo Fontanilla, donde conocieron a Joachim Von Knobloch

A su vez, Joachim Von Knobloch fue el primer hotelero del municipio

Joaquín y Juan Cristóbal Von Knobloch pepe ortega

A Bernardo Prinz le gustaba mucho conocer mundo. Ingeniero de minas, deseaba echar las maletas al coche y dejar atrás la gran ciudad alemana de Dortmund junto a su mujer Hedda. El verano de 1965, en una de esas rutas que solía hacer por España y tras un viaje de más de 2.400 kilómetros, aparcó su coche y se «enamoró». Alzó la vista y quedó deslumbrado por la singularidad de un paisaje formado por el pastoreo de las vacas en campos inmensos y la inmensidad de un azul turquesa y cristalino. Prinz había llegado a Conil de la Frontera, un pueblo marinero y de agricultores donde, por aquel entonces, ver una matrícula extranjera era un motivo para pedir un deseo. A la hora de buscar un lugar para dormir, la casualidad hizo de las suyas para entrelazar los caminos de los dos dortmundeses con el de un paisano suyo que llevaba desde los 20 años en España, Joachim Von Knobloch, quien era el dueño de un cortijo a escasos metros de la playa de La Fontanilla y en el que contaba con una morada decorada con mucho gusto donde podían hospedarse.

Y la casualidad se volvió tradición. Desde aquel 14 de julio de 1965 no hubo un año en el que Bernard y Hedda se perdieran entre el olor de los naranjos de la finca, la arena dorada y las noches de verano en una terraza donde las horas parecían segundos. La pareja de Dortmund y el berlinés Joachim y su mujer Maruja pasaron de tener una relación clientes-hoteleros a una en la que reinaba la amistad. Ambas parejas habían sido pioneras en lo suyo: una se convirtió en los primeros turistas alemanes de un municipio que actualmente es un destino puntero y otra fue pionera en levantar un hotel en una tierra donde ahora no hay calle sin uno.

«Él no llegó con la necesidad de ser hotelero, llegó con el sueño de serlo», afirma Joaquín Von Knobloch, nieto del fundador del Cortijo Fontanilla, que hoy en día junto a su padre Juan Cristóbal y sus hermanas dirige el complejo hotelero. Sin embargo, antes de que supiera dónde estaba situado Conil en el mapa, Joachim visualizó su sueño. Todo sucedió antes de llegar a España. Al joven berlinés le invitaron a una boda en el mar Báltico y desde ese momento una idea no se le fue de la cabeza: quería tener una finca en la playa. Años más tarde, pudo cumplirlo.

Joachim llegó a España, concretamente a Sevilla, con 20 años para trabajar como consignatario de barcos, luego logró desarrollar una de sus grandes pasiones, la decoración. Su enorme gusto y creatividad lo llevó a decorar el Palacio de la Zarzuela para la boda de Juan Carlos I. Posteriormente, también fue diplomático. «Mi abuelo fue un persona bastante curioso del siglo XX». Fue en Madrid, mientras corrían los años 60, cuando un agente inmobiliario le ofrece una finca en la playa. Y el prestigioso decorador alemán no se lo piensa dos veces y emprende un viaje de 14 horas hasta Conil. «Empezó pagando tres pesetas por metro y le llamaban loco», recuerda Juan Cristóbal Von Knobloch, segunda generación al mando de Cortijo Fontanilla. La finca que había adquirido tenía una peculiaridad: al estar tan cerca de la playa, la tierra no era fértil. Pero ese no era ningún problema.

En su cortijo, Joachim encontró un lienzo en blanco donde poder practicar lo que más amaba. Hacía y decoraba pequeños hogares para que, primero, sus amigos y, después, sus clientes se «sintieran como en casa». Tres años después de que el primer alemán se hospedara en Conil, llegó el 'boom'.

A la puerta del Cortijo Fontanilla llegó un día Ilsa Möllner, una reconocida bailarina de ballet en Berlín que quedó impresionada al pisar tierras conileñas. «Le dijo a mi padre: 'tengo que escribir algo sobre esto'». Dos semanas después, el periódico Welt am Sonntag le dedicó un artículo al pueblo gaditano titulado 'Conil, 40 kilómetros sin ningún local nocturno alrededor'. A partir de ese momento, el correo postal de Joachim y Maruja se llenó de cartas y el Cortijo Fontanilla se convirtió en ese lugar de vacaciones deseado por los alemanes. «Empieza a darse a conocer el nombre de Conil y el nombre de Cortijo Fontanilla en Alemania de forma más fuerte, no es lo mismo el boca a boca a que ya tengas una aparición en un periódico potente alemán», explica Joaquín, quien reconoce que 8 de cada 10 clientes son alemanes.

Sesenta años después, el Cortijo Fontanilla mantiene la misma esencia que se respiraba cuando Joachim hacía gazpacho con productos de su huerta para los huéspedes y tiene muy presente a los primeros huéspedes que por allí pasaron. «El rincón de Hedda y Bernardo Prinz», reza una placa conmemorativa en la puerta de uno de los apartamentos. Ellos fueron los primeros turistas alemanes; y Joachim y Maruja, los primeros en recibir a huéspedes en Conil. Lo demás, es historia.

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