Fuerzas armadas

La gran batalla del soldado Martínez: «Después de lo que he pasado ya no hay nada que me dé miedo»

Este joven militar sufrió un grave accidente que le costó la amputación de una pierna cuando trasladaba una pieza de artillería desde Cádiz a Valladolid

El soldado Rafael Martínez en su casa de Sevilla. Rocío Ruz
Verónica Sánchez

Verónica Sánchez

Cádiz/Sevilla

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La serenidad de sus palabras, su positividad y amabilidad, esa perenne sonrisa mientras habla, que se refleja en una mirada vital y limpia, todo ello hace que una charla con el soldado Rafael Martínez sea una auténtica lección de vida. Para este joven sevillano, que acaba de cumplir 26 años, la vida dio un giro de 180 grados el pasado 10 de agosto. Destinado en el Regimiento de Artillería de Costa nº4 (RACTA 4), en San Fernando, aún no llevaba un año en el Ejército cuando sufrió un terrible accidente.

Junto a otros compañeros, Rafael se encontraba escoltando una pieza de artillería desde Cádiz hasta Valladolid, para que la reparasen en un acuartelamiento de la ciudad castellanoleonesa. Y allí fue donde todo se torció. Explica Rafael que «desgraciadamente» se acuerda perfectamente del accidente. «Es algo que incluso los médicos me han dicho que es fuera de lo normal porque se supone que tu cuerpo debería entrar en shock o desmayarse pero yo no me desmayé, por desgracia». Mientras manipulaba la pieza de artillería, entre dos ruedas de la misma, «una de ellas me cogió el pie», detalla. «Yo ya sabía que me iba a pasar por encima porque eso estaba andando y era imparable. Cuando me pasó por encima recuerdo el gran crujir de mis huesos. Me quedé mirando al suelo. En ese momento la cabeza va a mil por hora y lo primero que pensé es que algo gordo había pasado. Pensaba que me había quedado parapléjico o tetrapléjico. Y en mi familia y en mi novia, que yo estaba muy lejos de casa y no me iba a poder despedir de ellos», cuenta Rafael a este periódico. «Los mandos que estaban conmigo me atendieron y me mantuvieron despierto hasta que llegó la ambulancia, que tardó unos 15 minutos. Cuando subí a la ambulancia me atendió Inma, una comandante que hoy en día es de la familia, me preguntó cuanto pesaba, mi edad, para mantenerme despierto. Me pincharon morfina y ahí ya me desmayé. Desperté a los dos meses y medio».

«Creía que estaba muerto»

Durante ese tiempo Rafael estuvo en coma inducido en el hospital de Valladolid. «Mientras estaba en coma tenía sobre todo sueños con agua, de tener mucha sed. Soñaba con voces familiares. Y con que no me podía mover», narra el soldado. «El primer recuerdo que tengo de cuando me desperté es el de mi hermana con mi novia, que me pregunta 'Rafa si estas aquí con nosotros, saca la lengua' y yo saqué la lengua. Escuché gritos y ya me volví a dormir otra vez. Después los recuerdos que tengo son muy leves, porque como tenía tanta cantidad de drogas en mi cuerpo, para aguantar el dolor, empecé a mezclar la realidad con los sueños. Me enfadé con mi novia y con mi padre porque pensaba que me habían hecho cosas que no eran reales, porque yo lo soñaba simplemente». Durante ese tiempo Rafael sufrió numerosos ataques de pánico. «Yo creía que estaba muerto ya, me resultaba tan raro esa forma de estar ahí entre cuatro paredes durante tanto tiempo que la cabeza se acaba yendo. Entras en el agobio y en la desesperación. Recuerdo que las enfermeras me trataron muy bien. También vino un futbolista a verme, Sergio León. Impresionante. Hoy en día veo vídeos de cuando estaba allí y pienso '¡madre mía!, ¿cómo se puede estar tan mal?'».

Pasados dos meses y medio a Rafael lo trasladaron al Hospital Universitario La Paz, en Madrid. «Allí fue otra esclavitud porque cada vez me acostumbré más al fentanilo y me tenían que meter más droga porque los dolores eran más fuertes». Explica Rafael que para hacerle las curas, tres veces al día, las enfermeras usaban ketamina, propofol y fentanilo, un fuerte analgésico opioide sintético similar a la morfina, pero entre 50 y 100 veces más potente. Además, le operaron en 25 ocasiones. En varias de esas largas intervenciones, que duraban en torno a las 10 horas y en las que participaban urólogos, traumatólogos y cirujanos plásticos, «casi muero debido a las complicaciones». De hecho, en una de ellas le tuvieron que poner 16 bolsas de sangre, y en otra «mi tensión era tan baja que mis padres se fueron pensando que había salido bien y les llamaron diciendo que se vinieran corriendo porque quizá el preoperatorio no lo superaba». De todo el proceso, lo peor que recuerda Rafael es su adicción al fentanilo. Cuando se lo quitaron, «sufrí 'el mono'», admite. Este opiáceo «se hace cada vez más fuerte, más adictivo. Era una lucha constante con la mente, porque estaba entre cuatro paredes blancas, sin poder moverme, a sabiendas de que tenía operaciones muy importantes por delante, sin saber como se iba a quedar nada. Recuerdo que no pedía ni explicaciones a los médicos cuando me venían a decir lo que me iban a hacer. Les decía que no me contasen nada ya que prefería no saberlo porque era demasiado tiempo contigo mismo, tu nivel de concentración es muy bajo, por lo tanto no puedes ni leer, ni coger el móvil. El peor recuerdo que tengo es ese, el de la UCI en Madrid». Cuando sufrió 'el mono' debido a la adicción al fentanilo «estuve muy muy mal». Cuenta este joven artillero que, presa del síndrome de abstinencia, llegó a pegar a sus padres, su novia y las enfermeras. «Era un demonio. Recuerdo que tenía tanta ansiedad y necesitaba tanto sentir alivio en mi cuerpo que, como tenía la traqueotomía hecha, me desacompasaba la respiración con la máquina para así poder vomitar y sentir algo de paz».

Rafael con su madre, Toñi. Rocío Ruz

En el hospital madrileño estuvo cuatro meses y medio, hasta enero, cuando lo trasladaron a su ciudad, Sevilla, donde estuvo ingresado una semana más. Durante todo el proceso Rafael tuvo asistencia psicológica. «La de Valladolid no me gustó mucho y tampoco la pude aprovechar porque estaba en muy malas condiciones, pero en Madrid sí que recibí tanto medicación como asistencia psicológica», explica. «Gracias a Ana, la psicóloga de allí. que la verdad que cada vez que voy a Madrid me viene a ver. Guardo muy buena relación con ella. Me ha ayudado muchísimo», explica Rafael. Y hace una llamada de atención, «he ido a los psiquiatras aquí en Sevilla y me han dicho que no me hace falta psicólogo, con todas las cosas que me han pasado. Yo por ejemplo me puedo pagar la asistencia psicológica por mi cuenta pero hay personas que no pueden y creo que eso es algo que debería mirarse en España».

«Hay que luchar por estar mejor»

Nueve meses después de aquel terrible accidente Rafael asegura que está «en general, bastante bien». «Es cierto que hay un gran choque con la realidad cuando vuelves a tu rutina porque es completamente diferente y se pasa muy mal. Me falta una pierna, tengo una colostomía, una sonda... Después ya con el paso de los días y gracias al apoyo de mi familia, de mi novia y de mis amigos he conseguido adaptarme y simplemente asumir mi realidad, que eso es lo que más cuesta. Imagino que para todo el mundo. Para cada uno sus problemas son los más grandes. Pero bueno, siempre se puede estar peor y hay que luchar por estar bien y mejor», afirma optimista el soldado.

Durante toda la conversación, el único momento en el que se le quiebra la voz, se emociona y las lágrimas asoman a sus ojos, es cuando habla de su novia, Blanca. «No se imagina lo orgulloso que se puede sentir una persona de su pareja», dice Rafael. «Llevo 10 años con ella y ojalá dure toda mi vida porque no hay una persona más bonita en esta tierra que mi pareja, que se ha portado conmigo como auténtica guerrera y una campeona. Soy afortunadísimo».

Respecto al Ejército, el soldado Martínez asegura que son su segunda familia. «He sentido su apoyo en todo momento, tanto de la tropa, de mis compañeros de trabajo, como de los mandos de mi cuartel, los altos mandos, la ministra. Todo el mundo se ha portado estupendamente, de 10, conmigo. No tengo palabras malas para nadie, han estado pendientes de mí en todo momento, interesándose por mí. Ahí se da cuenta uno de la importancia que es tener un buen Ejército como el que tenemos, que se dedica a ayudar y a colaborar para hacer el bien», afirma sin dudar un instante. «Llevaba meses como soldado cuando me pasó el accidente pero no me hizo falta más para darme cuenta de las grandes personas que hay en las Fuerzas Armadas españolas, que se juegan la vida diariamente. Porque a mí me pasó un accidente, pero hay muchas personas que han fallecido realizando este trabajo, ya que el plus de peligrosidad es alto», relata Rafael.

«Ahora voy a ir a por todas»

El pasado mes de marzo el soldado Martínez recibió una invitación muy especial. «A traves de WhatsaApp nos escribió Margarita Robles y nos dijo que iba a haber una entrega de premios y le haría mucha ilusión que yo fuera», cuenta. Eran los premios Sabino Fernández Campo, organizados por ABC en Sevilla y que, en esa, su décima edición, galardonaban al despliegue militar en el Este y al buque escuela Juan Sebastián de Elcano. «Imagínese. Yo fui con el pecho y con la cabeza bien alta», asegura Rafael, que en ningún momento dudó en aceptar la invitación de la ministra de Defensa, a la que describe como «una bellísima persona que ha estado y sigue estando pendiente de mí. Mujer profesional de los pies a la cabeza», sentencia el joven sevillano.

Rafael, junto a su novia y su madre, en la entrega de los premios Sabino Fernández Campo. Rocío Ruz

Tras 26 operaciones y alguna más por el horizonte, Rafael Martínez mira al futuro con optimismo y muchas ganas. Le gustaría estudiar Psicología. «Tengo un grado superior de Sistemas Electrotécnicos y Automatizados, pero siempre me he quedado con la cosilla de ir a la universidad. Ahora dispongo de tiempo y me veo con fuerza», porque, asevera este artillero, «después de lo que he pasado ya no hay nada que me dé miedo. Ahora voy a ir a por eso, a por todas, a sacarme la carrera para, el día de mañana, poder ayudar a personas que estén en mi misma situación. Al final es de lo que se trata, de ayudarnos unos a otros y de tirar para adelante».

El apoyo de la Ministra de Defensa

«Rafael es fuerza, superación y valentía», dice sobre el joven artillero la ministra de Defensa, Margarita Robles, en unas declaraciones en exclusiva para este periódico. «Una de las cosas más emotivas que he vivido como ministra de Defensa es tener que enfrentarme a algunas situaciones como la de Rafael. Todavía hoy, después de casi cinco años en este cargo, sigo sorprendiéndome al ver cómo nuestros militares son capaces de afrontarlas con una actitud positiva, dándonos a todos una lección de superación y de fortaleza. Son muy grandes. Todos deberíamos aprender a afrontar la vida como hacen ellos, con optimismo y generosidad.

He mantenido largas conversaciones telefónicas con sus padres, Toñi y Rafael, y con Rafa. Charlas de ánimo, de apoyo, de cariño, de auténtica preocupación por las distintas etapas de la evolución de su proceso hospitalario. En todas ellas, siempre me han demostrado que Rafael es todo un ejemplo de superación. Nunca ha perdido el ánimo.

Ahora está, como él suele decir, reaprendiendo a vivir y para ello cuenta con el apoyo incondicional de todos sus amigos «que están todo el día haciendo planes para él» y con el cariño de su novia, Blanca.

En todo este tiempo, si algo me ha demostrado Rafael a mí, y a todos los que tenemos la suerte de conocerle, es que es un ejemplo de generosidad y entrega. Cada día nos da una lección de heroicidad y fortaleza.

Este sábado 20 de mayo ha sido su cumpleaños y le deseo todo lo mejor. Seguro que conseguirá todo lo que se proponga porque es una fuerza de la naturaleza».

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