de un día para otro

El fútbol de los maricones

Esperar bondad de una mafia es de estúpidos. Esperar solidaridad de unos millonarios, de cándidos. Esperar un gesto de nosotros, de ilusos

El futbolista Declan Rice, rodilla en tierra antes del inicio del Inglaterra-Irán de este lunes en Catar. Adrian Denis/ afp
José Landi

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Ha llovido poco y sin arcoiris. Los símbolos brillan un rato. Una rodilla en el suelo, con la frente alta, mejor que las dos y amordazado. Preferible la cursilería que el silencio conveniente. Un himno a boca cerrada retumba en algunos lugares donde manda implacable la irracionalidad.

A esa multinacional apodada fútbol -corrupta como tantas pero más, antes y ahora, de Irigoyen a Infantino, de la Marbella ochentera al desierto de neón siglo XXI- hay poco que pedirle. Pero si el anterior Mundial fue en Rusia. Si Mussolini entregó una copa y Videla, otra. Los holandeses no subieron a darle la mano. Equipazo. Si España 82 se concedió con Franco vivo ¿Nadie ha oído hablar del PSG? ¿Y del City? ¿Ni de la Supercopa? Aún quedarán ganas de pedir democracia frente a estos que van cambiando pero siempre son los mismos. No aprendemos. Ni ganas. Habría que apagar todas las pantallas a un tiempo pero nadie quiere ser el primero. Un pasodoble sobre Derechos Humanos. O medio popurrí. Mejor. Eso. Eso. Se van a enterar.

Velo, brazalete, pañuelo

Pedimos al fútbol algo que no sabe dar. A los futbolistas, que griten lo que sólo unas pocas valientes se atreven a largar cuando les va la vida entera. Ellas lo hacen donde te rebanan el pescuezo por levantar la voz. En algunos partidos, un estúpido velo cuesta la muerte. Un brazalete de colores, el despido. Un pañuelo blanco en una cabeza canosa pudo cambiar el mundo. Y lo hizo. Pero poco. Otro poco. Cien o mil muertos arriba, tirados desde aviones, cien o mil muertos abajo, en los cimientos del estadio. Qué podemos hacer tú y yo. Que otros salgan del armario. Ya luego voy yo.

Los unos por los otros

Los artistas, los deportistas, dicen que no pueden. Demasiado mundo para echárselo encima en pleno Mundial. Por más guita que tengan. Los espectadores, los paganos, decimos que para qué un gesto doméstico, un sacrificio invisible, inservible. Somos los tiesos. Para un rato que tenemos. Para un par de horas que alquilamos una bandera o una patria, un escudo, un objetivo, una ilusión de juguete.

Unos por otros, la causa sin hacer. Las organizaciones criminales saben que nada se moverá mientras el dinero y la comodidad, el miedo y el placer aflojen cualquier pensamiento. Igual, pero sólo quizás, discutirlo sea un inicio. Igual, pero sólo quizás, oler la tonelada de mierda bajo el sofá, en la batería del móvil, en la camiseta oficial, en la tele, sea un principio. Decir algo, hacer algo, un paripé, un baile, un meme por lo menos.

Siquiera para que no ganan siempre los mismos. Así, paso a paso, camino a ninguna parte.

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