EL PUERTO

Zorba, la pequeña librería portuense que resiste a Amazon

La librería Zorba lleva surtiendo de libros a los portuenses desde la Transición, primero a cargo de Ángel y desde 2008 de su hija María, quien ha tenido que reinventarse para hacer frente a Amazon y demás gigantes

María, la protagonista de la librería Zorba, rodeada de libros MLS

MANUEL LÓPEZ SAMPALO

EL PUERTO

El Puerto de Santa María tiene la suerte de tener en el corazón de la ciudad una librería como Zorba. El palacio nº 101. Todo un paraíso –borgeano–, en tamaño de bolsillo, para los amantes de la literatura. Un burladero hecho de palabras donde ponerse a salvo de las cornadas que va pegando la vida.

Zorba, que toma su nombre del libro 'Zorba el griego', de Nikos Kazantzakis, se ubica en el número 84 de la calle Virgen de Los Milagros (vulgo, calle Larga) desde hace tres años, ya que anteriormente estuvo en el local colindante.

Abrió en 1978 como una tienda de regalos situada en la cercana plaza de Isaac Peral. Ángel, su fundador, empezó a introducir libros en sus estantes, que fueron ganando espacio como en 'La casa tomada' de Cortázar, hasta hacer de su negocio una librería.

En 2008 se escribe un nuevo capítulo de este despacho de literatura al tomar las riendas del comercio su hija María con apenas 25 años. «Lo hice por vocación; si mis padres me hubiesen dejado una charcutería me dedicaría a otra cosa», confiesa esta.

Pequeña librería vs Amazon

María, precisamente, es quien nos recibe en su alargado local –un antiguo estudio fotográfico con techo de vigas–, pizpireta y sonriente, y nos va desgranando los secretos para mantener a flote una pequeña librería en los tiempos de Amazon y Netflix.

Amante de la literatura japonesa –«Me encantan Murakami y Yoshimoto»–, en cuya cultura hay que descalzarse al entrar en un hogar, María nos enseña que al entrar en una librería hay que dejar los prejuicios a la entrada: en el paragüero o ataditos junto a la puerta como un perrillo.

Así, nos hace ver que el mito de que hoy día no se lee –o que se lee menos que antes– «es falso»: «Si no, no estaría yo aquí viviendo de esto», apunta razonablemente. «El negocio va bien, puedo pagar las facturas y a una empleada que me ayude con esto», abunda.

Calcula que en Zorba pueden vender entre 17 y 20 libros al día. Nos enseña los libros que tiene apartados, los pedidos que le han hecho esta semana, «en torno a los veinte». «Me los encargan porque hay libros, como el último de Carmen Mola, que antes de llegar ya está todo vendido».

La clave, confiesa, «está en cuidar a los lectores, ser amable con ellos, en el trato personal y personalizado. Aquí vienen sobre todo clientes de toda la vida y conocemos sus gustos y les aconsejamos según estos». En ese preciso momento, como para cargar de razón a la librera, entra un matrimonio veterano y él se lleva el diario El Mundo y ella, una revista «de cotilleos».

María los atiende por su nombre, y antes de que atraviesen el umbral de la puerta del comercio ya sabe lo que vienen buscando. «Soy como el algoritmo de Google», bromea, «yo te ofrezco según tus gustos: así, pido libros específicos pensando en lectores concretos: «¡Ay este le va a encantar a Fulanito!»».

Pero hay más, claro. «También movemos mucho las redes sociales y cogemos pedidos por WhatsApp... Nos adaptamos». Además, sigue la simpática librera, «A mí me gusta hacer muchas tonterías de escaparates, sorteos, presentaciones temáticas... Siempre me estoy comiendo la cabeza, hay que moverse».

Un cliente llama por teléfono a María para recoger una novela que ha encargado: pasa con el coche por la puerta de Zorba y María sale con el libro y el datáfono a hacer la transacción: «Esto es como el McAuto», ríe. Prueba evidente de la resiliencia –dichosa palabra– que tiene que tener un librero hoy día.

Los lectores portuenses

Respecto al retrato robot del cliente de Zorba, cuenta María que «aquí viene público de todas las edades, aunque predominan las mujeres de edad media». Respecto a géneros y autores, «vendo mucha novela negra; donde, por cierto, tengo a mi padre de cobaya: se los doy a leer y luego me dice cuál es bueno y cuál no».

Por ejemplo, prosigue, «con la muerte de Almudena Grandes hubo un boom; con Javier Marías no tanto». Siguiendo con los clientes, «hacemos nuestro agosto en agosto», «viene mucho veraneante a por libros: sobre todo gente de segundas residencias». «Aunque Navidad, con los regalos, no deja de ser la mejor ventana de ventas, e incluso contratamos a alguien más».

En buena lógica mucho visitante relaciona a El Puerto con Alberti y acude a la librería en busca de los versos del portuense, «pero es que curiosamente apenas hay casi nada editado de él». Sí hacen hueco y promoción a autores contemporáneos de El Puerto: «Pepe Mendoza, Jorge Decarlini o García-Máiquez», cuenta la librera.

Cuando hay festivales de música o cine–como el Monkey Weekend o el Shorty Week–, comenta que «aprovechamos para colaborar con ellos: hacer cosas chulas y temáticas. La importancia de las sinergias».

Durante la pandemia, que pudieron mantenerse abiertos gracias a la prensa como servicio básico, «el día del Libro colaboramos con una floristería local y fomentamos que nuestros clientes mandaran un libro y una rosa a sus seres queridos que por el encierro no podían ver. Funcionó muy bien».

Feria del libro

María se muestra satisfecha con la iniciativa municipal de montar una feria del libro en El Puerto de Santa María. «Yo me apunto encantada a todos estos saraos: todo lo que sea fomentar la lectura, sacar los libros al pueblo, bienvenido sea».

De hecho, abunda, «nosotros ya habíamos solicitado su celebración en varias ocasiones. Es que hay municipios pequeñitos como Puerto Real y Rota con ferias librescas y aquí estamos nosotros si nada».

«Por nuestra cuenta hemos montado ferias en colegios y tal. Así que, ya digo, muy contenta. Y si me diesen a escoger una fecha, más que el nacimiento de Alberti o el de Muñoz Seca, tomaría en torno el 23 de abril, el día de Libro, claro», añade.

Una coda

Charlamos de libros y de librerías. Del quijotesco y espléndido 'Rialto, 11' de Belén Rubiano: que precisamente cuenta la lucha de una librera –en este caso en Sevilla– por subsistir. «Yo, afortunadamente, tuve un colchoncito familiar para sobrevivir en los momentos peores. Pero ya te digo que por lo general siempre me ha ido bien».

De cierres de librerías cercanas, que a todos nos han tocado. Las Libreras en Cádiz, por ejemplo. O la famosa Caótica, en Sevilla, que finalmente se salvó del naufragio. «Claro, es que si quieren vivir seis personas de una librería es muy difícil », opina de este mediático amago de adiós la librera portuense.

De camino al patio, donde se hacen las presentaciones y demás eventos, observamos la disposición del comercio. Una mesa con las novedades en el centro –y actualidades: están los 'Versos satánicos' de Rushdie–. Los laterales están forrados con libros ordenados primero por temática y luego por orden alfabético.

Al fondo, la sección infanto-juvenil. «Según las edades, conforme más años, más alto». Y una puerta al fondo a la derecha nos lleva al patio, que es un rincón de un patio-vecinos o corrala que en el primer y único piso comparten con una señora mayor «a la que, afortunadamente, le encanta que hagamos eventos: dice que le da alegría».

Nos despedimos pidiéndole recomendaciones librescas y acabamos comprando, a pesar de la resistencia de María, un ensayo que no saldrá a la venta hasta dos días después: 'Un tal González', de Sergio del Molino. Cerramos así el ciclo de la Transición: desde la tienda de regalos Zorba que abrió Ángel en 1978 hasta el libro de Del Molino que narra la llegada al poder de Felipe González en 1982.

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