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El Vapor de El Puerto, una muerte varada catorce años después
Cuando hoy se cumplen casi tres lustros de su hundimiento, el barco, emblema de la Bahía, sigue abandonado deshaciéndose en el paseo fluvial a la espera de un destino definitivo
Mientras se descompone -ya no tiene ni popa- sigue siendo un BIC, lo que lo ha sumergido en un difícil y costoso trámite burocrático que mantiene ahogado su futuro
Hace hoy catorce años, el Vapor emprendió su última travesía entre El Puerto de Santa María y Cádiz. Lo que comenzó como un paseo veraniego terminó en tragedia, marcando la historia de esta emblemática embarcación y dejando en la Bahía un símbolo de nostalgia y abandono.
Hoy, el barco permanece inmóvil, convertido en una isla de restos de madera y metal en medio del paseo fluvial de su localidad. Visible para todos, pero inaccesible para quienes podrían garantizarle un final digno, su presencia recuerda que la historia de una ciudad no se mide solo por lo que prospera, sino también por lo que queda detenido, suspendido entre memoria y abandono.
Desde 2001, el Vaporcito es Bien de Interés Cultural (BIC). La declaración reconoce su valor histórico y cultural y su importancia como símbolo de identidad compartida en la Bahía.
Pero la protección ha generado una paradoja: el estatus de BIC impide mover, restaurar o retirar la nave sin un procedimiento formal de descatalogación que aún no se ha completado. La memoria colectiva choca con la burocracia mientras el barco se deteriora lentamente a la intemperie. Cada día que pasa, la madera se degrada, los restos metálicos se oxidan y la nave se convierte en un emblema de lo que queda de la historia cuando la burocracia supera al patrimonio.
Nostalgia y abandono
El Vaporcito no es solo un barco: es memoria colectiva. Durante décadas, su sirena y cubierta fueron escenario de encuentros, despedidas y celebraciones familiares. Cada travesía evocaba la rutina diaria, la emoción de un paseo o la despedida de un ser querido.
Hoy, lo que queda son restos visibles: tablas dispersas, tornillos oxidados, grafitis y la popa colapsada, mientras la madera flotante alcanza el muelle que le dio nombre. Cada lluvia y cada tormenta advierten de la degradación inexorable que amenaza la embarcación.
Si dejara de ser BIC, el barco podría ser intervenido sin restricciones legales. Esto abriría la puerta a proyectos de recuperación, restauración o traslado a un museo.
Pero también implicaría riesgos. Sin la protección legal, el Vaporcito podría ser objeto de decisiones que prioricen el beneficio económico sobre la preservación histórica. La memoria de la Bahía correría peligro sin un proyecto concreto que asegure la conservación del barco y su legado cultural.
Orígenes y relevancia histórica
El Vaporcito no nació como tal. Su predecesor, Adriano I, se construyó en Ferrol en 1927 y operó tres años ofreciendo rutas turísticas. Dos años después llegó a la Bahía, estableciendo un vínculo que se prolongaría durante décadas. Adriano II sustituyó al primero, pero fue retirado por no cumplir la normativa de seguridad.
'Adriano III', conocido popularmente como Vaporcito, trascendió su función material. Su recorrido no solo unía El Puerto y Cádiz, sino que consolidaba la identidad compartida de la Bahía, convirtiéndose en un referente de la vida cotidiana. Cada sirena y cada cubierta reforzaban su presencia en la vida diaria de generaciones enteras.
La embarcación inspiró fotografías, postales y artículos de prensa, convirtiéndose en un icono de la vida portuense. Su travesía ofrecía la oportunidad de ver el horizonte, escuchar el oleaje y sentir el vaivén del barco mientras la Bahía se desplegaba ante los viajeros.
Su final sobrevino el 30 de agosto de 2011, a las 17:00. El Vaporcito partió desde El Puerto en su última travesía. A las 18:15 colisionó contra la escollera de Punta Soto, avanzó 1,5 kilómetros hasta el muelle Reina Victoria de Cádiz y terminó hundiéndose.
Permaneció 28 días bajo el agua antes de ser reflotado y trasladado al Dique Nº3 de Navantia y luego al varadero del Guadalete, completando un periodo de inactividad de 90 días. El accidente, resultado de un error humano, marcó el inicio del ocaso de un símbolo presente en la Bahía desde 1955. Con el derribo del Varadero Guadalete en 2014, la nave quedó expuesta a la intemperie, dando inicio a su prolongado abandono.
Intentos frustrados de recuperación
En 2020, la Asociación Cultural El Vaporcito adquirió la embarcación con la intención de restaurarla como museo mediante un modelo público-privado, pero la iniciativa no prosperó.
En septiembre de 2024, la Asociación de Amigos del Vapor solicitó a la Junta de Andalucía la descatalogación del barco como BIC para retirarlo del paseo fluvial y darle un final digno. El Ayuntamiento respalda la iniciativa, pero no hay novedades sobre el procedimiento, evidenciando cómo la protección patrimonial limita la gestión práctica de la nave.
Desde el Ayuntamiento recuerdan que la gestión del Vaporcito no depende de la administración local, sino de la Junta de Andalucía —al tratarse de un BIC— y de la Autoridad Portuaria, propietaria de los terrenos donde permanece varado. «Estamos muy pendientes y a disposición para apoyar en lo que sea necesario, esperando que se resuelva lo antes posible», subrayan fuentes municipales.
Sea como sea, hoy, la cubierta del Vaporcito está cubierta de grafitis, la madera y los metales se oxidan, y la popa se encuentra colapsada. La imagen del barco refleja la fragilidad de un bien patrimonial sin intervención.
Los homenajes han sido simbólicos: un colegio que lleva su nombre permanece cerrado, un monumento en la rotonda de Valdelagrana recuerda su legado, y un bar en la calle Cruces lo evoca como El fantasma del Vaporcito. Incluso el busto de su patrón, José Fernández Sanjuán, conocido como Pepe el del Vapor, fue sustraído poco después de su inauguración en 2022.
Vecinos recuerdan el barco a través de fotografías, archivos familiares y redes sociales. La cubierta llena de pasajeros, niños jugando y familias despidiéndose refleja cómo un barco podía convertirse en patrimonio emocional y cultural al mismo tiempo.
Desafío abierto para la memoria de la Bahía
Catorce años después de su hundimiento, el Vaporcito sigue flotando en la memoria de la Bahía, no como un barco activo, sino como un emblema suspendido entre recuerdo y ruina. Transformar el abandono en acción, la nostalgia en patrimonio tangible y la memoria en un cierre digno sigue siendo un desafío pendiente.
Recuperar la nave no es solo restauración física; es reivindicar la memoria, la identidad y la historia de una ciudad que durante décadas se reflejó en sus cubiertas y sirena. Solo una decisión administrativa y un compromiso real con la conservación patrimonial permitirá que el Vaporcito «zarpe» de nuevo, aunque sea simbólicamente, hacia un destino que honre su historia y significado para toda la Bahía.
Comparado con otros símbolos patrimoniales de la región que han desaparecido o quedado relegados, el Vapor de El Puerto es un recordatorio de que la memoria se sostiene solo si se actúa. Su futuro dependerá de que las instituciones y la sociedad encuentren un equilibrio entre protección legal, acción administrativa y compromiso ciudadano, para que la Bahía no pierda uno de sus referentes más evocadores.
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