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Chiringuitos de moda colapsados «sin control» y ruido sin freno: el modelo turístico de El Puerto, en entredicho
Locales ubicados en Puerto Sherry reavivan la polémica contratando a los mismos autobuses urbanos para sus servicios privados para la noche
Hay además una protesta vecinal convocada este lunes contra este tipo de ocio «que se ha ido de las manos»
Luismi Morales
El Puerto
Los chiringuitos ubicados en Puerto Sherry vuelve a estar en el centro de la polémica este verano. La intensa actividad nocturna que se concentra en torno al puerto deportivo ha disparado las críticas de vecinos, colectivos ecologistas y plataformas ciudadanas, que denuncian ruidos, suciedad, inseguridad, deficiencias en el transporte y un modelo turístico que califican de «turismo de borrachera». Mientras tanto, los locales de ocio han decidido financiar por su cuenta un servicio de lanzadera nocturna de autobuses que conecta la zona con el centro urbano, avivando aún más un debate que cada año gana más intensidad.
La novedad de este verano es precisamente ese servicio de lanzadera, activo los viernes y sábados de 21:00 a 02:00 horas, que une sin paradas la zona de Puerto Sherry con la Plaza de Toros. El trayecto es gratuito para los usuarios, pero financiado íntegramente por los negocios de la zona, ante la ausencia de transporte público nocturno.
Las críticas se vierten sobre todo en que para ello se están utilizando los mismos vehículos de la flota urbana, aunque el servicio no forma parte de la red municipal ni cuenta con cobertura oficial, lo que ha generado dudas legales sobre su operatividad y ha abierto un nuevo frente sobre la gestión de la movilidad en El Puerto.
El creciente malestar vecinal se ha traducido ya en varias movilizaciones. La federación local FLAVE fue una de las primeras en alzar la voz, advirtiendo del impacto que este modelo turístico tiene sobre la convivencia ciudadana. Le ha seguido la plataforma El Puerto para Vivir, que ha convocado una concentración este lunes 28 de julio, a las 20:30 horas, en el Paseo de La Puntilla. El objetivo: denunciar la «situación de ilegalidad, desprotección e impacto ambiental» provocada por la proliferación de locales que, según denuncian, operan como discotecas encubiertas en zonas naturales como son Puerto Sherry y La Calita.
A la protesta ciudadana se ha sumado también Ecologistas en Acción, que alerta del deterioro medioambiental de la costa portuense y denuncia una permisividad municipal que, a su juicio, ha consolidado un modelo turístico agresivo, ruidoso y altamente contaminante. Según su último informe, varios establecimientos operan con licencias de quiosco desmontable pese a disponer de estructuras fijas, programación de conciertos y DJs, y una actividad que «excede con creces» los límites de lo autorizado. La organización ecologista acusa al Ayuntamiento de mirar hacia otro lado y permitir supuestas irregularidades urbanísticas, lo que podría suponer incluso delitos de prevaricación por inacción.
«Nos están expulsando de nuestras playas», denuncian vecinos y activistas. Aseguran que el descanso se ha vuelto imposible, que la limpieza es insuficiente y que el entorno natural está siendo degradado por una actividad descontrolada que convierte espacios públicos en escenarios privados de fiesta. La crítica no se limita a la contaminación acústica o la acumulación de residuos: también se apunta a la falta de regulación urbanística, a una privatización encubierta del litoral y a la nula planificación a largo plazo por parte del Ayuntamiento.
Ya se desalojó La Calita pero se han permitido estas nuevas licencias
La convocatoria del próximo lunes busca visibilizar este hartazgo. «Este conflicto no es nuevo, pero cada año empeora», afirman desde El Puerto para Vivir. Recuerdan que en 2013 se forzó el desalojo del histórico chiringuito La Calita, alegando su ubicación sobre dominio portuario. «Diez años después, ese mismo argumento ha servido para permitir la instalación de cuatro nuevos locales que operan como discotecas al aire libre, con estructuras fijas, música amplificada y venta masiva de alcohol. Lo que debía ser temporal se ha convertido en permanente. Lo desmontable se ha solidificado».
Los convocantes destacan también que estas instalaciones funcionan todo el verano «sin apenas control, alterando la convivencia, saturando los accesos y generando problemas de seguridad». Se cuestiona también el modelo de negocio: «un ocio basado en el consumo de alcohol, sin alternativas culturales ni de ocio saludable, que atrae a miles de jóvenes pero deja un coste ambiental y social altísimo», denuncian.
Todo esto reabre un debate de fondo que lleva años sin resolverse: el modelo turístico y de ocio que quiere —y puede— asumir El Puerto. ¿Debe apostarse por un crecimiento estacional basado en macroeventos, copas y fiestas en la playa, o es hora de replantear un equilibrio entre desarrollo económico y bienestar vecinal?
Las críticas apuntan directamente al alcalde Germán Beardo y al equipo de Gobierno, a quienes se acusa de falta de acción y permisividad. Desde el movimiento vecinal se exige un control más riguroso, inspecciones, revisión de licencias y una estrategia clara que ordene la actividad nocturna en zonas sensibles como el litoral.
Por ahora, la respuesta institucional es escasa. Mientras tanto, la ciudad asiste a un nuevo episodio de una polémica cíclica que, cada verano, regresa con más fuerza. Con la temporada turística en pleno apogeo, y miles de personas disfrutando del ocio en Puerto Sherry, el choque entre economía y calidad de vida se hace cada vez más evidente. Y el clamor vecinal ya no es una anécdota: es una demanda cada vez más generalizada que exige soluciones.
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