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Ramón Abad, el último carpintero de ribera de Chiclana

En febrero, comenzó la restauración del velero conmemorativo del VII Centenario de Chiclana, que se encontraba en muy mal estado

Ramón fabrica y restaura barcos de madera desde hace 50 años

Ramón Abad pepe ortega

Pepe Ortega

Chiclana

Unos golpes secos rompen el rugido del viento de levante. «¡Tac, tac, tac!». A primera hora del día, Ramón Abad aparca su coche en las Salinas de Santa Teresa y arranca unas puntillas de un tablón con su martillo. Haga calor, frío o un levante horroroso, él siempre está ahí: con su sombrero y su enorme lápiz en el bolsillo, en el mismo lugar que le vio crecer, aunque ahora todo sea diferente. Pero hay algo con lo que el tiempo todavía no ha podido. A sus 82 años, Ramón mantiene un oficio que está en peligro de extinción, una labor que en el poblado marinero de Sancti-Petri era tan importante como fácil de ver. En Chiclana, él es el último carpintero de ribera.

Ramón mira con orgullo el proyecto en el que está inmerso. Es uno diferente a lo habitual. En febrero, gracias a que José María Román, alcalde de Chiclana, dio su contacto al propietario de las Salinas de Santa Teresa, comenzó la restauración de un velero con mucha historia chiclanera: el barco conmemorativo del VII Centenario de Chiclana, que durante muchos años dio la bienvenida a chiclaneros y visitantes. Pero cuando llegó a sus manos, la embarcación estaba en muy mal estado. Había sido devorada por la carcoma y le habían prendido fuego, según el experimentado carpintero de ribera. «Daba pena verlo. No lo querían ni en la UCI», lamenta.

Sin embargo, Ramón aceptó el reto y se puso manos a la obra para darle un lavado de cara a un barco portugués —adquirido por el Ayuntamiento de Chiclana en 2003 en la localidad portuguesa de Alcacer do Sal porque era idéntico a los que antiguamente surcaron las aguas de los caños de Sancti-Petri—que «iba y venía del río Tajo para traer vinos y sal porque no había conexiones por carretera». Ahora, la embarcación deslumbra a quien pasa por al lado camino al spa salino. «Tiene otra cara ya, la gente me dice que está quedando muy bien, que es muy bonito». Por fuera, ya está prácticamente terminado, tan solo queda el piso y el velero podría volver a navegar por las aguas chiclaneras, pero ese no será su destino. La idea es que en su interior se coloquen mesas y los comensales puedan comer a bordo de la tradición marinera que durante años escribió las paginas de la historia de este enclave único.

Ramón ha estado toda su vida vinculado a la mar. «Yo empecé pescando pero tuve un problema en la mar y ya no podía navegar y me tuve que buscar la vida por otro lado», expresa el artesano, quien sufrió un duro golpe en la espalda por culpa de un cabo que se soltó mientras pescaba langostinos y gambas en Mozambique. Fue en ese momento cuando cambió la caña de pescar y los gusanos por el martillo y los clavos. «Aprendí de vista, viendo a los maestros; el mejor fue Adolfo Sierra, que estaba en el puente Zuazo», recuerda Abad, quien ya lleva medio siglo con la restauración de embarcaciones. Pero lamentablemente cada vez hay menos trabajo y, por tanto, menos carpinteros de ribera que se dediquen a ello. «Ya no hay nadie porque la mayoría prefiere comprar un barco de plástico a uno de madera, que necesita más mantenimiento».

Cada día, de siete de la mañana a una de la tarde, Ramón trabaja en el barco del VII Centenario. Ya queda muy poco. Prevé que para mediados de agosto ya estará listo. Pero Ramón es de aquellos que disfruta más el proceso que el resultado. «Cuando termino de hacer un barco, no me gusta. Siempre le veo algún fallo». Esa búsqueda de la perfección tal vez haya sido la culpable de que Ramón sea un prodigio en lo suyo.

Ramón no está solo. Dentro del barco, Antonio coloca unas maderas y le pide ayuda al maestro. Le echa un cable desde hace alrededor de un mes, en el que no ha dejado de aprender cada día. «Se necesita mucha cabeza para restaurar un barco. Con la edad que tiene, es una persona muy centrada y se necesita tener mucho conocimiento para sacar las medidas», expresa Antonio, su nuevo ayudante. Los dos pasan las horas juntos entre martillazos. «Hablamos de la vida, de la necesidad que hemos pasado y recordamos cómo era todo esto antes», rememora. Ramón se crió en el molino, muy cerca de las Salinas de Santa Teresa, donde se colaba de joven a jugar con el resto de niños. «Toda mi vida ha sido aquí: empecé en las salinas, luego me fui a la mar y después a la carpintería».

El final se acerca y la sensación de haber hecho un buen trabajo por ahora gana por goleada. «Es trabajoso pero me siento orgulloso porque el barco se va a recuperar y, aunque no vaya a la mar ni vaya a pescar, le van a dar otro uso», reconoce. Restaurar un barco que es un símbolo para la ciudad es un trabajo muy especial; sin embargo, Ramón Abad mira de reojo otro proyecto que quiere culminar más pronto que tarde: un pequeño bote de madera para su nieta de 11 años. Ella también tiene el mar en la sangre y disfruta con su abuelo de las jornadas de pesca. Cuando termine el velero del VII Centenario, ultimará los detalles de un proyecto que es más que un pequeño barco: es el último vestigio de un oficio condenado a desaparecer. Y con él, parte de la historia de Chiclana.

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