con 'c' de cádiz

El Chacha: «Me llamaron de Jerez y Sevilla para encender, pero como mi Cádiz, ni hablar»

antonio jiménez rodríguez. pertiguero en semana santa

Un año más, y van más de 70, este gaditano dará luz con su caña a una Semana Santa de la que él ya forma parte como un misterio más

Antonio Jiménez el Chacha, a los pies de la iglesia de La Palma. nacho frade
Alfonso Carbonell

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El Chacha es a la Semana Santa de Cádiz lo que el bombo y la caja es a la chirigota. No se entiende lo uno sin lo otro. Más de siete décadas lleva al pie del cañón y no hay quien lo retire. Su hija Ana bien que lo sabe. «Cuando le pregunto si este año va a ser el último siempre me contesta que es el penúltimo», cuenta con el cariño y la preocupación lógica de alguien que le quiere. Este año, Antonio Jiménez Rodríguez (Cádiz, 1934) llevará luz a la Victoria de Expiración y a El Caído, dos cofradías que cuentan en su nómina con un gaditano que tiene historias por cada paso que da. Este año, este experto pertiguero se paseará por las calles de su tierra con su famosa caña en una mano y de la otra la manita de su bisnieto de siete años, que lo acompañará el Viernes Santo en su procesionar con Expiración.

Ha sido prácticamente de todo. Desde electricista a campanero, sin olvidar una etapa que trabajó en una funeraria hasta que su señora le instó a dejarlo por eso del mal fario. El Chacha igual te enciende un paso que se pasea por su barrio de la Viña vestido de marinerito o de lo que surja con tal de arrimarse a otra de las fiestas de una ciudad en la que ha crecido y a la que ama.

En esa entrevista, esta parte de Cádiz nos lleva a los años en los que la autoridad se imponía a base de reglazos que él esquivaba. De ahí su aversión a los libros, que no al trabajo. Porque si algo ha hecho este señor de 89 años ha sido trabajar desde que apenas contaba con 14 años. El Chacha tiene ese sabor de Cádiz innato en la gente que ha vivido una ciudad que ha pasado por infinidad de cambios. Porque todo cambia, todo salvo ver a El Chacha, con su túnica y su caña en ristre, dándole lustre a una Semana Santa que mantiene viva una de sus estampas más emblemáticas en la figura de un gaditano que hace de su oficio y devoción, arte

-¿Dé dónde es el Chacha?

-Yo nací en Cádiz, en la calle Mesón, número 16.

-En todo el Pópulo.

-Donde estaba el Pay-pay; frente por frente.

-¿Y dónde estudió?

-Estudiar, poco estudió (jeje). (Quien habla es su hija Ana, que salta de forma inconsciente con suma gracia)

-Jejeje. Bueno, bueno. Me refiero a dónde pasó la infancia, por qué colegios pasó y todo eso.

-El colegio fue mal, muy mal, muy malo. Recuerdo que yo esperaba siempre a mi madre en el escalón de casa porque ella estaba trabajando en la calle. Y allí que estaba yo, a las doce, la una, las dos; esperando a que llegase ella.

-Vamos, que pisaba poco el colegio.

-Poquito. Yo iba al del Campo, en el Campo del Sur, donde la Cárcel Vieja. De allí no tengo yo muy buenos recuerdos porque me falló el maestro, que quería que pusiera los dedos de la mano así [y los coloca todos recogidos en alto, como cuando los italianos maldicen o se quejan de algo].

-Uff, 'na' bueno viene ahora...

-Y tanto que no. Quería que los colocase así y que se los pusiera delante suya para darme con la regla. Y yo le decía que no, que no, y que no. '-¡Vaya usted al patio y póngase a cantar el Cara al sol!', me dijo. Y le respondí: -'Yo me voy 'pa' la calle. Yo no canto ni 'ná'.

-Usted le diría si acaso que iba a poner su carita al sol, pero en la calle, ¿no?

-Eso Jajaja

-Y de ese colegio pasó a cuál.

-De ese me fui a la calle Arbolí, otro colegio que tenía como maestro a un capitán.

-Ojú.

-Otro 'iguá'. Quería que yo hiciera esto, esto, esto y lo otro... Y yo me negaba; entonces me pegó con la regla en la espalda. En aquellos tiempos, en las bancas había unos tinteros de plomo que se usaban para mojar la tinta y escribir.

-Cierto, lo he visto en las películas. Verá donde acaba el tintero...

-Jaja. Pues en una de esas que me dijo algo de pegarme lo cogí y se lo tiré. Y ya me echaron otra vez a la calle.

-Lo que parecía claro es que para militar no iba usted. ¿Cómo se ganó la vida?

-De joven empecé a trabajar por mi cuenta desde muy chico. Algunos oficios fueron carpintero, albañil, electricista, desatascador de las alcantarillas con la caña.

-(Interrumpo) Ya empezó ahí con la caña.

-Jejeje Sí, sí. Y después ya pasé a la Catedral.

-Pero papá, antes de llegar a la catedral trabajaste en la funeraria ( le recuerda Ana)

-Ah, sí, sí. Es verdad. Pero ahí duré poco por tu madre.

-Jajajaja Cómo, cómo. Cuente eso.

-Trabajé un tiempo en la funeraria que había en la calle Sagasta, abajo, pero me fui de ahí por mi mujer.

-Vaya, ahora que parecía tener un trabajo estable y alejado de los chapús. ¿Y que no le gustaba a su mujer se puede saber?

-Me vio coger un cadáver con las manos y me dijo. -¡A mí no me toques, no me toques! ¡Ya te puedes ir de aquí si quieres seguir tocándome!'

-Jajajaja

-Y ya de ahí pasé a Obras Municipales, que allí ya me pasó otras cosas iguales. O casi, casi que peor.

-Cuente.

-Eso estaba en frente del Parque de Bomberos (en frente de la actual casa del niño Jesús). El edificio tenía unas rejas. De esto hace mucho tiempo. Esas rejas estaban rodeadas por las losas de Tarifa, esas que se quitaron hace ya muchos años en Cádiz. El jefe de la obra nos dijo que teníamos que quitar las losas y amontonarlas todas cerca del edificio este donde van los abogados, ¡los juzgados! También tuvimos que quitar las rejas para la salida de los bomberos. Empezamos el trabajo a las ocho de la mañana y a eso de las once y media-doce ya estaba terminado. Éramos cinco y acabamos muy cansados como no podía ser de otra manera porque aquello era muy duro. En ese momento me viene el jefe y le digo: 'mire usted, que nosotros ya hemos terminado la tarea y que nos marchamos para casa hasta mañana que vendremos a la misma hora'. '-¡No, no, no! ¡Ustedes no se pueden ir de aquí!', me responde el gachó. -'Ustedes se tiene que ir para el estadio ahora'.

-¿Al estadio para qué?

-Eso le dije yo. El estadio tenía los escalones de piedra de casi 1,70 de largo y lo que quería el jefe era que los rascasemos para de un escalón, hacer dos asientos. '-¡Yo me voy a c... en tus muerto!', le dije antes de coger la pala y hacer que le iba a dar.

-Jajajajajaja

-Hasta que salió mi padre, que trabaja de bombero, y preguntó '-Qué pasa aquí, Antonio, hombre? -Me pasa esto', le conté.

-¿Y cómo acabó el asunto?

-Me fui a la oficina a pedir la cuenta para irme. Y me dijeron, hombre no se vaya; eso pasó ya. 'Conmigo no pasó y con mis compañeros, los que quieran, tampoco'. Alguno se quedó y yo ya me fui. De eso habrá pasado ya unos 50 años. Al principio de todo, yo entré en Obras Municipales para encargarme del alcantarillado. Yo conozco todo el alcantarillado de Cádiz.

-Pero papá. Tú después de Vía y Obras ya entraste en la Catedral, ¿no? Que fue con don Emilio Torre. (le refresca su hija)

-Yo, desde chico, siempre había ido a la iglesia porque me gustaban mucho tocar las campanas. Y en la catedral me he llevado yo más de 60 años de campanero.

-¿Con qué edad comenzó y cómo se enteró que podía ser el campanero?

-Con trece años. Fue porque el campanero que estaba ya era muy viejo y no podía más tocar las campanas.

-¿Cuántas veces subía a tocar la campana a lo largo del día?

-Yo subía a las ocho de la mañana y me llevaba ahí hasta las nueve y media.

-¿Tocándolas hora y media!

-Nooooooooooo. Eso era nada más cuando empezaba a cantar el coro de los curas, como antiguamente, Después, a las nueve, por San José, se tocaba una campana no tan grande. Esa se tocaba de tres o cuatro minutos en otros tantos. Así tres veces. Y yo ya me iba. Ya por las tardes, algunas veces subía arriba para mirar el estado de las campanas; ver si estaban bien puestas o no. Veía si tenían agua porque se habían doblado o no y ponerlas hacia dentro. Lo que venía a ser estar al cuidado y mantenimiento de las campanas.

-Esa fue su primera relación con la Iglesia, pero y con la Semana Santa cuál fue.

-Espera, espera...

-Espera que seguro que te quiere contar una anécdota que le pasó el día que mi madre me parió en San Rafael. (dice Ana)

-Vale, vale. ¿Qué pasó ese día, don Antonio?

-Pues yo estaba con mi mujer, que iba a dar a luz, cuando me llamaron desde la Catedral y me dijeron: 'Vente para acá que se ha muerto el obispo (Tomás Gutiérrez Díez) y hay que enterrarlo'. Era el año 1964.

-¿Qué te parece que hizo el muchacho? Pues que en vez de estar con mi madre y verme nacer se fue a la Catedral. (se queja con ironía su hija)

-Jaja Bueno, bueno. No nos pongamos así que el mío estaba en la alternativa de Paco Ojeda el día que yo nací y no pasó absolutamente nada. Otros tiempos, otros padres, mejores, porque el mío tampoco era médico y lo único que se puede hacer siendo padre en un quirófano es molestar, además del ridículo. Pero don Antonio, sigamos con el entierro del obispo si le parece. Por ese que pasó de la vida a la muerte.

-Llegué a la catedral y lo primero que hice fue coger el metro para medir el ataúd y la cripta para que entrase la caja. Total, que cuando estaba bajando ya la caja veo que no entraba. Y yo, 'qué raro, joe. ¡cómo es esto si yo he 'medío' bien y ahora no entra?' Y todo eso en mitad del entierro. ¿Qué pasaba? Que la caja tenía un rebose. Entonces tuve que partir en la piedra y con la ayuda de los marmolistas pudimos meterlo para dentro. Cuando ya estaba llegando casi al fondo no podía entrar más porque había un pequeño escalón. Entonces tuve que saltar por encima de la caja y me metí dentro diciéndole a mis compañeros que me esperasen antes de que saliera fuera para desde dentro, empujar con mis piernas hasta el fondo el ataúd.

-Y yo llorando mientras... (reclama su hija con carga)

-Y mientras todo eso pasaba, los obispos y los cardenales estaban abajo rezando y venga rezar mientras yo trabajaba. Y claro, yo estaba dando martillazos para sellar el ataúd y no podía concentrarme hasta que me fui para arriba para decir: 'Padre, quiero que usted mande a los que están abajo que se suban para arriba porque yo no puedo trabajar así. Dando martillazos a la piedra; pum, pum, pum y mientras escuchando los rezos'. Bajó 'pabajo' y yo no sé lo que les diría que ya me quedé yo solo abajo y sin nadie; cogí y cerré la puerta de rejas que había y me fui 'pabajo'. Puse los ladrillos y a la semana...

-(Interrumpo) A la semana qué. No me diga que resucitó, eh.

-No, joe. A la semana trajeron la lápida, que era así [y así el típico gesto para expresar algo grande]. Tenía unos 15 metros de ancho. Y la puse, pero al cabo de dos meses le viene una carta al cura diciéndole que al día siguiente venía la familia del obispo para llevarse el cuerpo.

-Con la que había formado para meterlo...

-Digo. Y se lo dije al cura, ¿que cómo iba a sacarlo yo de ahí? ¡Que lo había pegado con cemento cola, con lo que se pegan los azulejos! ¡Cemento cola del bueno!

-Jajajaja

-No tuve otra que coger la machota y pum, pum, pum y partirlo 'to' para poder sacar la caja. Y ya llegó la familia y se lo pudieron llevar. Es verdad que fue entonces cuando recordé que cuando se subía el obispo a leer me dijo un día: '¡Antonio!' [y pone un acento como gallego], miento. Me dijo: '¡Bombero!', porque me llamaba así debido a que mi padre era bombero. `-Bombero, ¿tú no sabes lo que yo ha hecho?'. -¿Qué ha hecho usted?' -Me ha costado dos millones y medio de pesetas hacerme un panteón al que iré cuando me muera. Era normal que la familia quisiera llevárselo a su tierra (risas).

-Cuenta también lo del padre Torre, papá. Cuando nosotros vivíamos en el Mesón con catorce personas en la misma habitación. (propone Ana, que por si no se ha dado cuenta más que una más en la entrevista comienza a ser mi guionista)

-¿Cuántos sois ustedes?

-Tres, dos hembras y un varón; lo que pasa es que allí vivíamos tres matrimonios más mi abuela. Y cada uno tenía a sus hijos, que contando todos éramos catorce. (responde mientras el Chacha da buena cuenta de su café, al que le ha echado, a sus 89 añitos, sus dos sobresitos de azúcar. Ole ahí).

-¿Y qué pasó con el padre Torre?

-Pues que cuando fui a hablar con él para que nos diera una casa que nos había dicho que tenía a la espalda de la iglesia de San Antonio; un pequeño pisito dentro de la misma iglesia, me llevé a mis dos hijas para que lo vieran conmigo. Ya estaba el cura para darme el piso cuando empezaron esta y la otra, su hermana, a corretear, a jugar y a armar jaleo delante del cura y 'to'. Y claro, al ver el padre Torre todo aquello decidió no darnos esa porque se iban a pasar todo el día jugando y armando ruido mientras se daban las misas (risas). Casi las mato.

-La verdad que jugamos por todos lados, incluida la sacristía (aporta su hija).

-¿Pero os dieron alguna casa?

-Sí, pero aquí, en la calle La Paz. Era un piso de dos habitaciones que cuando fuimos a verla recuerdo que iba con el paraguas porque llovía a mares. Antes de eso, fuimos, el cura y yo, a la Cámara de la Propiedad para firmar los papeles a Manolita.

-¿Manolita era?

-Era la encargada de estar en la cámara; muy conocida porque era la que llevaba las casas, la que las administraba. Pues esa señora nos dijo que ya estaba dada esa casa y el padre Torre se opuso diciendo que 'esas habitaciones son para este señor'.

-Una vez repasada a vuelapluma su vida, vayamos a los que nos trae aquí, la Semana Santa. ¿Cómo llega a ella?

-La primera fue.

-(Interrumpo) ¿Pero de penitente, cargador, monaguillo?

-Nada, nada. La primera en la que salí fue La Piedad.

-Andá, con los buenos recuerdos que teníamos de los militares en el colegio.

-Jeje. Esa era del Ejército de Tierra.

-¿Qué año sería?

-Si tú llevas 71 años en la Expiración y empezaste antes... (le ayuda su hija a recordar)

-Yo empecé a salir con doce y pico.

-O sea, que estamos hablando del año de finales de los años 40. Y por qué empezó en la Piedad.

-Ahí empecé llevando el incensario, pero estaban viendo que le daba muchas veces al suelo y me lo quitaron (jeje).

-¿Y del suelo al cielo?

-Claro. Porque yo dije 'ah, ¿sí? Pues voy a 'cogé' la caña y me voy a poné 'encendé' a ve cómo se me da'. Y ya empecé en un paso, en otro, y en otro. Hasta hoy.

-Cualquier gaditano aficionado a la Semana Santa juraría que le habrá visto a usted en prácticamente todos los pasos, más vírgenes, sí. De todas las hermandades, ¿cuáles son las que lleva en el corazón?

-Yo es que llegaba a salir toda la semana. Y en cuanto a los pasos a los que más devoción le tengo es a la Virgen de la Victoria de la Expiración.

-¿Y por qué le une tanto a esta hermandad que sale de la Castrense?

-Porque entré desde muy pequeño en ella y hace poco que me hicieron un homenaje, lo que pasa es que esta [dice con guasa y cariño señalando a su hija] no ha querido que trajera el muñeco. Es perfecto, salgo con mi cara, mis gafas...

La hermandad de Expiración le hizo un homenaje al Chacha.

-¿Y este año sigue dando luz?

-Sí, en dos. En la Expiración y en El Caído.

-Cuidado que el año pasado se pegó un sofocón porque perdió una túnica según me contaron o me dijo.

-Digo, pero será por túnicas... (jeje)

-También ha salido en otras. Y no pocos años.

-Antes también he salido en el Nazareno 49 años.

-¿Y por qué dejó de salir?

-Porque hace dos años me dijo el hermano mayor que ya no iba a salir más puesto que ya tenían un muchacho para encender.

-Hombre, don Antonio, también es bueno dejar paso a los jóvenes. También lo recuerdo mucho en El Perdón. ¿Cuántos años se pegó allí?

-Allí estuve cerca de 50. En realidad, he estado en casi todas las cofradías. También estuve en San Lorenzo con Las Penas, donde no estuve mucho tiempo, y con Afligidos, donde sí me llevé más. También en la Columna y en la de los romanos.

-¿Por qué le gusta más los palios?

-Siempre me han gustado más las vírgenes.

-El viento, su principal enemigo.

-Sí porque es lo más peligroso que hay a la hora de encender. Pero yo, hasta haciendo viento y 'to' he estado encendiendo.

-Por 'Cádi'. Usted, que es de los antiguos, ¿cómo ve el oficio ahora?

-Pues mira, y hablando también del viento, desde hace unos cinco años se han colado a hacer este trabajo los mecheros. Y eso no vale 'ná'.

-Es verdad, es verdad. Que ahora van los pertigueros con encendedores. Se está perdiendo 'to' y no puede ser.

-Y tanto. Me he llevado desde hace setenta y picos años yo llevando el pabilo. Y lo sigo llevando porque sigue siendo lo mejor. Yo tengo mi caña y mis rollos de pabilo para yo llevarlos el día de la procesión.

-Qué arte.

-No, qué arte no, joe. ¡Es que es mejor, se enciende más!

-Claro, claro.

-El mechero, de tantas velas que hay, tengo el miedo que eso, de tanta calor que hay ahí con tantas velas, estalle. No sé en qué pueblo pasó que ardió el paso por culpa del mechero.

-¿Qué anécdota así más gorda le pasó a lo largo de tantos años?

-Se cayó encima del paso por poner un ramo de flores que le dio una señora para ponérselo a la imagen (contesta Ana).

-¿En qué paso fue?

-¿En qué paso fue eso, papá? (pregunta la que a estas alturas ya es mi compañera)

-Ah, bueno. Yo me caí en la Virgen de las Penas de La Palma. Fue en la plaza Candelaria, donde está la peña (La Estrella). Me caí y me tuvo que llevar la ambulancia a San Rafael.

-No sé porque sería, pero en Cádiz, o se ha perdido o no se ve como sí se aprecia en Sevilla, la típica escalera que debe ir detrás del paso para cualquier cosa que pueda pasar. ¿Por qué cree que aquí no tenemos escaleras acompañando al paso?

-Nada, aquí no. A mí siempre me han cogido en brazos o como sea para subirme a lo alto del paso o también para empujar las farolas, que antes estaban más bajas y eran giratorias, para que pasara el paso. Me subía en lo alto de un varal y cogía yo y echaba para la pared la farola.

-Antes le he visto pegarse un 'zapateao' con su bailecito y su giro con mi compañero el fotógrafo y puede que me haya dado una pista de por dónde pueden venir los tiros, pero le haré la pregunta. ¿De dónde le viene el apodo del Chacha?

-Pues mira, yo estaba en una academia de baile.

-Arsa.

-Sí. Yo estaba en la academia de baile de Bernardo Torre el aceitunero; este señor era bailarín profesional e internacional y además vendía sus aceitunas en la plaza, por fuera.

(Padre e hija se ponen a hablar de sus cosas hasta que Ana coge la palabra de nuevo)

-¿Y cómo conociste tú a mi madre? (le pregunta con mi visto bueno, eso sí)

-Eso, eso, don Antonio. ¿Se cameló a su señora con un bailecito como el que se ha 'marcao' con mi compañero o una mijita más?

-No, no. Jaja. Te cuento. Yo la conocí saliendo con la Expiración. Yendo yo por la tribuna me preguntan '-Mire usted, ¿tiene una estampita? -No, no tengo', respondo. Pero ella me había visto dar algunas un poco más abajo de la calle, pero era verdad que se me habían acabado poco antes de llegar a su sitio.

-O sea, que no la conocía y ya se llevó su primera bronca. Está bueno.

-Jaja. Sí, sí. Y fue peor que eso porque su madre llamó a la policía para que yo le diese una estampa. Al final, la conseguí y le dije de mala gana: 'Tome, tome usted la estampa. Enga, adió'. Y me fui. Y ahí quedó eso.

-Y después la conoció en el baile (remata su hija)

-¡No me haga spoiler, hombre! Venga, acabe la historia, don Antonio.

-Un día en la escuela de baile coincidimos y le dijo una amiga: '-Mira, ahí está el muchacho de la estampa (risas)'. Y ya nos conocimos, y 'paqui pallá' y a bailar y hasta ahora (jeje).

-¿Y qué tipo de baile aprendió?

-¿Yo? De todos.

-Ok. Con el romance nos hemos ido del asunto. ¿Quién le puso el Chacha y por qué?

-A la academia vino un día un cubano que no sabía bailar 'ná de ná'.

-Raro eso, con lo que son ellos para bailar y lo que no es bailar.

-Jeje. Entonces el maestro me dijo 'Antonio, cógelo tú un poquito 'pa' enseñarlo este y aquel baile'. Total, que me puse a enseñarlo y 'pum, pum, pum' un día y otro hasta que llegó un día en el que se tuvo que ir a su tierra, con permiso porque estaba estudiando en la Facultad de Medicina.

-Como tantos otros que estudiaban por entonces en Cádiz. Fernandito Sousa, que es de Brasil, o Raynold, el negro de las Pérgolas, que es de Haití.

-Sí que había muchos por aquí, pero en la escuela de baile esta había uno 'ná' más. Pues a este que enseñaba yo a bailar era de Cuba y se enteró que enseñábamos 'baile por los pinos' (lentos) y por eso se apuntó. Total, que nos hicimos amigos y cuando se fue a su casa me dijo que a la vuelta me iba a traer un regalo, sin decirme qué. Pues cuando volvió de Cuba y regresó a la academia me trajo un disco que era de 'Chachachá'; todo era de cumbias y cosas así.

-Ajam.

-Y claro, yo no había día en la academia que no pusiera el disco todo el rato. Tanto que cuando por una cosa u otra no acudía a clases de baile, las muchachas y los muchachos preguntaban '¿no ha venido el muchacho del chachachá, no?' Y se me quedó lo del Chacha.

-Olé. Para terminar, Chacha. ¿Cómo ve la Semana Santa de Cádiz?

-Yo la veo bien. Y aprovechando esta pregunta te diré una cosa. A mí me querían llevar para encender a Jerez y a Sevilla. A Sevilla, además de cobrando, con todos los gastos pagados de hotel y demás. Estoy hablando de un dinero bastante bueno.

-Además del prestigio, ojo.

-Bueno, también. Pero yo pensé 'mira, yo no me voy a ir para allá; yo me voy a quedá aquí en Cádi, que como Cádi pa mí, ni hablar'.

-Grande. Pues con eso me quedó, don Antonio. Hágase la luz esta Semana Santa y que usted sea testigo y autor de ello.

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