obituario

Un hombre culto que enalteció la política y ordenó al Cádiz CF

Además de ser un peso pesado en el gobierno municipal de Carlos Diaz, Rafael Garófano fue un hombre de letras que dignificó toda obra u acción que tocaba

Rafael Garófano, en una de las muchas rueda de prensa que dio en su dilatada trayectoria.

Alfonso Carbonell

Quizás, para muchos indocumentados, el nombre de Rafael Garófano Sánchez (San Fernando, 1947 - Cádiz, 2023) se mantenga asociado a un gran cuplé de la chirigota 'Los ricos' en el que se bromeaba con la ignorancia futbolera del que fuera presidente del Cádiz CF entre los años 1992 y 1994. Sin embargo, lo cierto es que aquel concejal metido a máximo mandatario de un club de fútbol arregló y ordenó una caótica empresa en manos de Manuel Irigoyen para que desde entonces echase a andar como un ente mínimamente serio. En su haber, la recuperación para el ayuntamiento de un capital de 400 millones de pesetas que se habían tenido que poner para la conversión de la entidad. A su pesar, que no en su debe, el no poder traspasar el club a manos gaditanas siendo Jesús Gil finalmente el que lo compró y al que jamás quiso conocer.

Aquel 'embolao' en el que le metió el alcalde Carlos Diaz no era ni mucho menos el único al que se enfrentó un hombre culto y con una talla moral y cultural inigualable en la política de hoy en día. Antes de arremangarse para encarrilar al Cádiz CF, don Rafael se las vio y se las deseó para meter en vereda a la policía local de Cádiz, que por entonces era un nido de corrupción al que había que ponerle coto. Y ahí que estuvo él, que se pensaba que su concejalía iba a ser la de la Cultura. Al tiempo, el alcalde de Cádiz le recompensó por fin con el caramelo de la Gran Regata 1992, un evento del que solo recordarlo se le iluminaban los ojos. Fue todo un éxito.

Pero la política no fue ni mucho menos su motor de vida a pesar de ser uno de los fundadores del PSOE de Cádiz. Desde un primer momento, no dudó en adentrarse en la filosofía como mejor salida para no seguir los pasos de su padre, astrónomo de la Armada en el Observatorio de San Fernando. Estudió en Salamanca junto a curas progres y se hizo rojo «colateral» a pesar de su padre, que «me consentía, pero no participaba en nada de mi forma de pensar», decía con una gracia sinigual.

En sus años mozos, Rafael predicaba con el ejemplo, pues no había verano universitario que no se fuera a trabajar a fábricas de Alemania en las que aprendió las formas de vivir y sufrir de los emigrantes españoles. Todo aquello le forjó un carácter obrero en una mentalidad intelectual.

Una vez licenciado volvió a Cádiz y comenzó a dar clases en Salesianos hasta que se metió de lleno en la política, de donde salió con más heridas que un cristo pero con la dignidad por bandera. Cansado y revoleado de la cosa pública, pasó a dedicarse a lo que más le llenaba, su carrera intelectual, esa que le ha llevado a escribir más de veinte libros relacionados con la imagen, el cine y la historia de Cádiz, una ciudad que pierde a un hombre culto que enriqueció la política al tiempo que la dignificó.

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