Cádiz nunca lució mejor que con ella

«Magnificent view» le dijo a la gachí Pierce-James Brosnan Bond con un acento más propio de satirón de Cortadura que de pescador viñero. En el castillo, estuvo cerca la musa petisa de quedarse tuerta por una lasca. El Doc Repeto (por darle aire fantástico de película de Marvel) intervino en el momento oportuno y dejó la lesión en mal rato.

Halle Berry es, junto al difunto Paco Leal, esa primera imagen del Cádiz peliculero que viene a la cabeza cuando se habla de la ciudad como plató. Hubo rodajes antes. Muchos después pero aquello quedó grabado. En película y en muchas memorias.

Han pasado 21 años de aquello y los rodajes se han convertido en serial por esta tierra. Igual aparece 'The Crown' que 'Killing Eve' o siete películas españolas al año. Igual Bollywood que Japón. Una asombrosa sobreoferta juega a favor de obra, paisaje y clima. Cada semana se estrenan -ya no en los cines tristes y huérfanos- más series, documentales y largometrajes de los que cualquier espectador interesado puede ver en un año.

Llorar por la sala derramada o por la histeria subida a unas plataformas conduce a nada. Es el decorado que unas empresas (hipnotizan como Kaa en 'El libro de la selva') y millones de usuarios hemos montado con nuestros nuevos hábitos -siempre tendentes al atajo y la pereza-. Cabe adaptarse para tratar de sobrevivir. O morir con dignidad, en silencio, sin dar por culo, tratando de dejar algo. Como nos enseñó el viejo funcionario de 'Ikiru'.

En esa actitud de adaptación parecen estar Ayuntamiento y Junta, Junta y Ayuntamiento, cuando anuncian un festival de plataformas (series y películas, de ficción o no) en la capital gaditana. Ni una ciudad sin festival. Cada vez menos espectadores en butaca rotatoria y más en casa. Cada vez más eventos, más producción, más «contenido». Otra paradoja de los tiempos que corren a la velocidad del 'Halcón Milenario'.

Parece mala idea comparar. Esa nueva cita de Cádiz jamás va a igualarse con San Sebastián. Hacen falta décadas de excelencia, elegancia y amor fou por el cine para lograr una cita con la elegancia de Zinemaldia. Tampoco será Valladolid (asombroso el documental sobre cómo se la coló al franquismo con 'La naranja mecánica' y la insospechada colaboración del Kubrick). Ni siquiera será Sevilla (gran programación y Susan Sarandon a dos metros) o Málaga (afortunada especialización, como Sitges).

Es más, Cádiz ya tiene un festival de cine. Esquelético pese a que fue un acontecimiento (yo he visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser y el Falla hasta la misma bola del Gallinero por un estreno, aquí, de David Lynch). Precisamente el cambio de hábitos lo redujo a cenizas documentales pese a ser pionero, decano, de Andalucía. Incluso de televisión hay un festival con solera en la Península Ibérica: Gasteiz.

Pero a las nuevas formas usuarias y utilitarias hay que consagrarse para considerar la idea, que estos días se presenta en Fitur, como un acierto. Suena a coger la ola buena en 'El gran miércoles', a oportunidad aprovechada, a que alguien ha visto la jugada, el pase, un minuto antes que otros. Un certamen solo para las plataformas. Esa especialización puede, debe, ser la clave distintiva. De lo contrario será uno más. Uno peor.

Supone exponerse mucho al dictado de estas empresas, tan despiadadas como las de antes. De su presencia depende todo el atractivo. Tampoco es una situación nueva. Hasta hace 30 años, todo festival estaba a merced de productores y distribuidores. De que quisieran estar y traer.

Si sale regular, si vienen solo la mitad de los nombres que no podemos decir (Netflix, Filmin, HBO, Movistar, Disney, Amazon...) ya habrá salido muy bien. Millones de 'likes' en la era del postureo. Miles de «pues podíamos ir» añadidos a los que ya son. Difundirá la idea de que Cádiz es ese lugar maravilloso para ser, estar y rodar. En el que Halle Berry brilló entre la plata quieta y Viggo Mortensen desembarcó.

Y si vienen algunos, quizás, querrán venir más. Merece la pena el riesgo. Merecen apoyo los que se montan una película en su cabeza y sueñan con verla proyectada en un trozo gigante de tela blanca. De eso está hecho el cine, que es -con notable distancia- de lo mejor de la vida.

La misma banda sonora, emocionante, tiene la idea de acompañar este proyecto y el fomento de los rodajes con una «escuelita de cine». El concejal Carlos Paradas tuvo un arrebato de tino lírico al admitir que el objetivo es «meter el gusanillo» del cine en estudiantes gaditanos de 14 a 18 años. En colaboración con los colegios e institutos.

Si algún artesano cinéfilo, cinéfago, coleccionista, historiador, si algún enamorado de todo esto, es capaz de transmitir a dos chavalas unos gramos de pasión y conocimiento; si logran que tres, cinco, diez chinorris puedan acabar como técnicos, intérpretes, escritores, realizadores, imaginadores de una parte de alguna película ya habrá sido una tarea fecunda y feliz. Un triunfo de la belleza y la alegría.

Puede que todos estos sean planes basados en la ilusión más ilógica e infantil, carentes de todo pragmatismo. No dan de comer. Nunca darán dinero ni sirven para nada concreto. Esos proyectos son los mayores, los mejores. Los que consuelan y acompañan más horas, más días y más noches. Como el cine.