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El gran documental de Sabina: 13 años, 19 días, 500 noches y demasiados toros

El irregular y esperado documental sobre Joaquín Sabina llega a los cines de la provincia este jueves para expectación de la muchedumbre de fieles del genial ubetense

Sabina, León de Aranoa y Leiva, autor de la banda sonora, en la presentación de la película en el Festival de San Sebastián, el pasado septiembre. EFE
José Landi

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La hagiografía es un género creciente en el cine documental. La proliferación de plataformas sedientas de contenido y la mitificación que siempre damos a la música, la historia, la política o el deporte forman la receta perfecta entre oferta y demanda.

En un catálogo que se multiplica y en el que los protagonistas suelen ser instigadores o pagadores, cuesta dar con obras complejas y equilibradas, subjetivamente honestas, interesantes por sentidas, rigurosas, ricas y didácticas. Escasean -claro- las que relativizan, cuestionan y ensalzan a la vez. Las que descubren mientras explican. Las que cruzan relato y retrato, detalle de obra y miserias de vida, carrera y carácter, cara y alma.

Difícil encontrar prodigios como 'Las últimas estrellas de Hollywood', pieza maestra por contenido, pulso y formato, por idea, ejecución y magnetismo de los protagonistas pese a la estomagante, esquizoide, omnipresencia del autor: Ethan Hawke. Es infrecuente por desentrañar, a la vez, miserias y dolores universales del matrimonio y mitología cinémana específica.

Logra contar, nada menos, que Paul Newman estaba lejos de ser el ideal de actor, padre y marido. Que era tan inseguro como los de apariencia mortal. Que su vida conyugal con Joanne Woodward jamás fue el modelo empaquetado durante 50 años. Funde un material deslumbrante salvado del fuego, una realización ocurrente, con el engarce de escenas de cine, de doblaje de famosos contemporáneos y capítulos reales de varias épocas.

El resultado es que entendemos, solitos, que el talento, la curiosidad, la sensibilidad, la lucidez, el encanto, la generosidad, la fuerza, la sofisticación y hasta la sexualidad perseverante y creativa fueron cosa de ella. «La suerte es un arte» hizo poner en la puerta de casa. Sus hijos e hijastros (seis) y sus nietos se la han tatuado. Quizás porque ella, a los 93, ya no puede recordarla debido a un Alzheimer tan cruel como todos. El supuesto monumento a Newman acaba por ser vida y obra de una mujer, la que sacrificó 20 años de carrera para que su amado y bellísimo compañero, el icono de todos, se convirtiera en leyenda de atractivo irresistible.

Pedir eso a todas las películas o series hagiográficas es demasiado. Sería como pedir a cada cantautor que tuviera el tiento y la escritura de Joaquín Sabina, inventor de himnos individuales en Español por excelencia, titán intergeneracional de la copla sólo comparable a su compadre del Poble Sec.

Contar personaje y personalidad, trayectoria deslumbrante y adictiva, mientras se desgrana la intimidad insoportable que tenemos todos es una utopía. León de Aranoa lo intenta en 'Sintiéndolo mucho', la película que llega a los cines de este jueves. Estación Termini de 13 años de seguimiento a la figura gigante del cantautor de Úbeda. Logra el objetivo a medias.

¿Y las canciones?

Quizás cuenta bien a la persona irritante como tantas y deslumbrante como pocas. Deja ver a un señor mayor que le saca las tripas a su infancia andaluza (quizás lo mejor de la obra) y se ha convertido en un anciano casi dependiente de la paciente Jimena (santa súbita). Quizás no era necesaria la humanización de Sabina porque siempre le tuvimos por muy humano, exageradamente. Nunca ha regateado exhibiciones sobre sus debilidades, sobre una fragilidad que aquí aparece realidad aumentada y sobre la que nunca dudamos. Vemos la caída, literal, del mito que siempre supimos de carne, poca pero frágil, y hueso.

Desde ese punto de vista, sobran confesiones viciosas y se echan de menos exhibiciones virtuosas. Olvidan los autores, puede que premeditadamente, la perspectiva de millones de admiradores: el detalle de su obra, su música, sus canciones ¿qué fue de Londres o García Tola? ¿cómo fueron los inicios? ¿y La Mandrágora? ¿cómo fue el parto de alguna canción que llevamos escrita en el recuerdo? Hay poco, demasiado poco, de eso.

El firmante es un guionista, director y productor brillante. León de Aranoa es autor de paisajes sociales como 'El buen patrón' (qué criminales los campechanos clasistas, enrollados, que no dejan de manipular). Antes, de las desgarradoras 'Los lunes al sol' (2002), 'Barrio' (1998) o 'Familia' (1996). En total, 24 premios Goya. Cuatro a la mejor dirección. Tres al mejor guion. Dos a la mejor película. Asiduo de Cannes, Venecia, San Sebastián, Berlín o Sundance. Un grande. Quizás demasiado.

Es necesaria una sólida autoestima, un ego nutrido, para coger una guitarra y subirse, para dar una canción, una película. El exceso hace que, como esta película o en la de Woodward-Newman, la teórica mano invisible se haga omnipresente. Hasta cargante. 'Sintiéndolo mucho' se presentaba en el Velódromo de Anoeta, hace una eternidad, en septiembre, como un retrato de «Joaquín Sabina sin bombín, hecho a muy pocos centímetros de su piel».

Excesos taurinos

Termina por ser un relato con poca guitarra, pocas canciones, mucho Joaquín y demasiada montera. Resulta decepcionante, para los ajenos a la afición taurina, que una cuarta parte del metraje (o más) esté dedicada a la fascinación del protagonista por José Tomás. A los artistas, vistos así, hay que tragarlos enteros. Es el precio por anteponer persona, personalidad, al artista, su vida a sus canciones. Ahí puede radicar el desequilibrio.

La escena más pura, y de las más divertidas, sucede en Rota. Sabina, con una borrachera catedralicia -por hablar sólo de alcohol- improvisa y canturrea, se descojona, bromea y celebra con sus compinches de esas escapadas gaditanas tan frecuentes. Pura vida. Pura música. Pura amistad.

Ese pasaje resume lo mejor y lo peor de la obra. Demasiado personal, individualista. Carente del asombroso legado artístico que nos hace ir en manada al cine a ver todo lo que tenga que ver con su creador. Hasta lo que ni nos gusta tanto ni apenas nos interesa.

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