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Benítez Reyes: «En el articulismo, uno no debe fiarse mucho de sí mismo»

Felipe Benítez Reyes. Poeta y novelista

El escritor roteño, galardonado con el premio LA VOZ, ha vivido los cambios en las empresas informativas en sus 30 años como articulista de opinión

El escritor nacido en Rota ha sido galardonado con el premio LA VOZ. ANTONIO VÁZQUEZ
Andrés G. Latorre

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Cuando se habla de Felipe Benítez Reyes, se está hablando de literatura con mayúsculas, de la que queda grabada, mejor que en piedra, en los libros de texto de las generaciones venideras. Ha sido uno de los galardonados en este 2022 con los premios LA VOZ, que reconoce como «muy especial» por la vinculación que tiene con los medios de comunicación. No en balde, lleva tres décadas como articulista de opinión. En ese tiempo ha vivido el cambio de modelo informativo, que se ha ido despegando del papel para hacerse cada vez más y más digital.

–Este 2022 el periódico cumple 18 años ¿Cómo ha cambiado en este tiempo la relación del lector con los periódicos y con los articulistas?

–Antes, cuando publicabas un artículo, era muy raro que tuvieras un eco directo, no sabías si el lector estaba de acuerdo o si se irritaba por lo que decías allí. Ahora, con las ediciones digitales, ya tienes constancia inmediata de su repercusión gracias a los comentaristas anónimos, y suelen predominar las opiniones negativas, cuando no las agresivas, que a veces dan hasta miedo, porque adivinas ahí una mente muy dañada. La prensa ha cambiado mucho en muy poco tiempo, sobre todo porque ha cambiado su soporte predominante y hemos pasado del papel a la pantalla. Ahora el periodismo riguroso tiene un rival alarmante, el de la falsa información. No puedo saber hasta qué punto esa falsa información va ganando terreno a la información veraz o al menos objetivada, pero parece claro que ese fenómeno está creando una distorsión social que puede resultar muy peligrosa. Hay quien lee noticias tendenciosas o puramente disparatadas y las da por buenas, en parte porque cada cual cree en lo que quiere creer de antemano. El prejuicio es una especie de pensamiento estático. De pensamiento que no se para a pensar.

«Ahora el periodismo riguroso tiene un rival alarmante, el de la falsa información»

–¿Le afecta ese eco negativo a la hora de escribir?

–Me gustaría suponer que no. Cuando escribo un artículo, no me propongo provocar, sino reflexionar y transmitir esa reflexión. Si alguien se siente increpado o se irrita es algo que se contempla en las reglas del juego dialéctico. Todos los que llevamos bastantes años en este oficio hemos escrito de vez en cuando tonterías, eso es inevitable; a veces, porque el curso de la realidad contradice tu percepción inicial de un asunto. Lo que hoy parece una evidencia, mañana puede convertirse en un despropósito. Para un articulista, lo fundamental es que no se imponga su estado de ánimo cuando escribe. El artículo debe partir de una reflexión, no de un arrebato.

–Sin embargo, ahora en los artículos de opinión parece que prima el exabrupto, la provocación.

–Ahora, en algunos medios, se percibe una tendencia creciente a hacer ruido. No sé si me he quedado anticuado, pero, insisto, el articulista debe aportar algo razonable a la interpretación de la realidad. Una de sus funciones sería la de abrir un debate colectivo, no soltar lo primero que se le pase por la cabeza. No me parece conveniente confundir el artículo con un sermón airado o con un desahogo. Eso debe quedar en familia, no en un periódico.

–Con la proliferación de medios y plataformas digitales ¿ha empeorado el nivel del articulismo?

–Hay de todo. Al multiplicarse los medios de comunicación, también se han multiplicado los articulistas, que en muchos casos no pasan del nivel del amateurismo. Yo los artículos los medito mucho. Se publican en sábado, pero los escribo el jueves y los repaso el viernes. Creo haber aprendido que uno no debe fiarse demasiado de sí mismo, de sus opiniones momentáneas. Las ocurrencias son muy útiles, pero hay que someterlas a un examen.

–Le he leído que, en estos días, da la impresión de que se escribe más que se lee e, incluso, se publica más que se lee. ¿Hay una avalancha de libros condenados a no leerse?

–Hace poco leí un estudio que indicaba que algo así como el 80% de los libros que se publican no venden ni 50 ejemplares. El fenómeno de la autoedición ha contribuido a que haya muchos más libros de los que ya había en un mercado sobresaturado, aunque la gran mayoría de esos libros no entran en los circuitos comerciales y se limitan a circular por ámbitos amistosos y familiares. Lo curioso es que los índices de lectura no dejan de crecer. No sé cómo la gente puede sacar tiempo para leer libros si está ocupada escribiendo libros. Tras la pandemia, es difícil conocer a alguien que no haya publicado al menos un libro de cocina o de aforismos sapienciales. (Risas de ambos)

-Jesús Maeso dice que se ha pasado del escritor famoso al famoso escritor, ¿es un problema que para vender libros que haya que ser conocido por el público?

–Eso ha ocurrido desde casi siempre, la coexistencia de una literatura de consumo popular y de una literatura sin adjetivos. No es una coexistencia problemática. Hay mucha diversidad de intereses en el público lector.

–Resulta inevitable preguntarle por Almudena Grandes (premio LA VOZ en 2008), ¿tan viciado está el panorama que, pese a su valor literario, todo lo que rodea su figura está tan politizado?

–Ese el signo de los tiempos, según parece. Almudena tuvo un posicionamiento ideológico muy claro y vehemente, lo que, de rebote, implica una valoración extraliteraria de su obra por parte de algunos que están en la orilla ideológica contraria. Un escritor es esencialmente su obra, pero en este caso se ha pretendido reducir su figura a unas cuantas opiniones. Pero el caso es que su obra sigue y seguirá ahí.

–¿No le sorprende lo pronto que olvidamos a nuestros escritores? Caballero Bonald (reconocido con el premio LA VOZ en 2007) pareciera que hubiera fallecido hace 50 años.

–Eso es un fenómeno habitual. Al morir, el escritor queda en una especie de limbo. Tiene un repunte informativo en los días posteriores a su muerte, pero, al poco, el público ya está en otras cosas. Pasó, no sé, con Alberti y Vicente Aleixandre, con Umbral y Cela, que fueron muy mediáticos. La avalancha de novedades actúa en contra de la retrospección lectora. Prima la curiosidad por lo nuevo.

-Usted tiene una vasta obra en relato, novela y poesía ¿Cada vez más nos movemos en términos de frontera con los géneros? ¿Se han vuelto más híbridos?

–Sería un asunto un poco espinoso. Los géneros pueden contaminarse entre sí, pero no resulta conveniente confundirlos. Es cierto que los géneros no están tan reglamentados como antes y hay una cierta búsqueda de mixtura, de hibridación estilística. Todo dependerá, en fin, del resultado, no del propósito.

–¿De qué depende que opte por un género o por otro a la hora de escribir?

–Depende de la modalidad de la ocurrencia que haya tenido. La inspiración no pasa de ser una ocurrencia, una mera chispa, que exige un desarrollo, por lo general laborioso. A fuerza de experiencia, ya sabes qué ocurrencia puede aplicarse a un poema o a un texto narrativo.

–Sus obras son, en muchas ocasiones, juguetonas. Con el humor, con el lenguaje, con las complicidades. ¿Teme que todas esas posibilidades narrativas queden aplastadas por el nuevo lenguaje de las redes sociales o este puede permitir también cierto juego intelectual?

–No curioseo mucho en las redes, que pueden resultar muy mareantes y, al parecer, muy adictivas. Pero de vez en cuando me asomo, por tomarle un poco el pulso a la realidad, y descubro a gente con mucho ingenio y mucha gracia. Abunda la ramplonería, pero también hay mucha agudeza suelta por ahí.

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