suceso

Algeciras guarda las distancias con Quintanar

En la tierra natal de Paola B.C., la presunta filicida, es muy difícil dar con alguien que la conociese: «aquí entra y sale mucha gente; no somos un pueblito»

Guardia Civil Algeciras. Sergio rodríguez

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Cerca de 645 kilómetros separan a Algeciras de Quintanar del Rey por carretera. Una distancia física del lugar de los hechos que también parecen haber guardado emocionalmente los vecinos de la ciudad gaditana con los trágicos sucesos.

En los bares y corrillos de las plazoletas de la capital (de facto) del Campo de Gibraltar se habla más del partido que al día siguiente Marruecos disputará contra Croacia ‒la población censada aquí supera los 6.000 marroquíes‒, de las comidas de Navidad o de la lotería que del parricidio de Cuenca.

Esto no quiere decir que la terrible noticia no haya afectado a los algecireños; se trata de que el suceso parece haber caído igual de mal en la tierra natal de Paola B.C., la presunta filicida, que en cualquier otro municipio español. «Esto es muy duro, pero la gente tiene que seguir viviendo», asegura Fani, camarera de un nutrido restaurante, en cuya terraza muchos jóvenes vecinos disfrutan de un viernes tarde de copas.

En Algeciras, a raíz del suceso, no ha habido ningún tipo de acto público de rechazo hacia la violencia intrafamiliar, ni si quiera las banderas del Ayuntamiento ondean a media asta; tampoco hay constancia de que en la Iglesia principal de la ciudad, la de Nuestra Señora de la Palma, sito en la Plaza Alta, se haya celebrado ninguna misa por esas dos pequeñas, Iris y Lara, que llevaban en su sangre un 50% de algecireñas.

Francisca y Emilio, un matrimonio jubilado ‒«de aquí de toda la vida»‒ que toma café en la céntrica calle Muñoz Cobos, aseguran que «no conocemos de nada a esta chica». Francisca, como toda hija de vecino, lamenta los hechos «horrorosos» y comenta que «hay que ver cómo están las cabezas».

Tampoco Pablo ni Karima, una pareja relativamente joven que pasea bajando la calle Murillo para asomarse al balcón desde el que se aprecia el gigantesco puerto de Algeciras y, al fondo, el Peñón de Gibraltar. «A mí no me suena de nada esta mujer», afirma él. «Si es de aquí, vamos, yo no he coincidido jamás con ella», abunda su pareja.

«Esto no es un pueblo»

Algeciras tiene más de 121.000 habitantes ‒supera a Cádiz capital‒: de hecho es el segundo municipio más poblado de la provincia por detrás de Jerez de la Frontera. «Esto no es un pueblo», confirma Curro, que regenta un quiosco en la Avenida Virgen del Carmen, la arteria que separa la ciudad del puerto.

«Es normal que si esta muchacha llevaba 20 años fuera, aquí no la conozca ni el Tato», prosigue este senequista quiosquero. «Además, de esta tierra, al ser paso fronterizo, entra y sale mucha gente; no somos un pueblito estancado».

Con estas circunstancias y sin haber trascendido datos como a en qué instituto se graduó o de qué barrio era la presunta asesina, es muy difícil dar con alguien que conociese a Paola B.C. «Y si la conocen te van a decir que no; en plan que nadie tiene ganas de rayarse con algo que no les toca directamente», apunta nuestra camarera, Fani.

Es viernes por la tarde y los algecireños de lo último que tiene ganas de hablar es de un parricidio. Así lo confirma Curro, el del quiosco: «La gente va a lo suyo, no quieren más complicaciones». Empieza a llover, pero los algecireños no se mojan, porque están acostumbrados a vivir entre dos aguas.

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