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Mauricio Macri, en el momento de votar este domingo en Buenos Aires - EFE

ArgentinaEl liberal Mauricio Macri pide las llaves de la Casa Rosada

Daniel Scioli, su adversario, ha reconocido su derrota en las elecciones presidenciales

El candidato opositor argentino es el ganador en unas elecciones que ponen fin a una era marcada por el caos económico y la arbitrariedad

Corresponsal en Buenos Aires Actualizado: Guardar
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El liberal y antiperonista Mauricio Macri, ingeniero de 56 años, ganó este domingo las elecciones presidenciales argentinas. Con el 99% de los sufragios, con un 51,40% de los votos para Macri, por un 48,60% de su rival, el oficialista Daniel Scioli, éste se daba por vencido y reconocía la victoria de su rival, a quien se apresuró a felicitar.

El próximo 10 de diciembre, Cristina Fernández de Kirchner tendrá que despojarse de la banda presidencial y del bastón de mando, y entregárselo en mano a un candidato liberal, en las formas y en el fondo, que no pertenece a sus filas. Su elegido (no su favorito) Scioli, representante del Frente para la Victoria (FpV) se enfrenta así al fracas en las urnas por una combinación de fallos propios, de su «madrina política» y de una sociedad que dijo basta.

Y es que incluso Scioli se había distanciado de Kirchner.

En la primera vuelta del 25 de octubre, Scioli se impuso con el 37% de los votos, mientras que Macri consiguió el 34% de los sufragios. Sergio Massa, candidato del Frente Renovador que quedó en tercer lugar en la primera ronda, se declaró neutral en el balotaje y dejó libertad a sus votantes. Pero confesó que «desde luego» no apostaría por la continuidad de un «kirchnerismo» que abandonó asqueado.

Más de 32 millones de argentinos fueron llamados ayer a las urnas para elegir entre la continuidad, aunque con carácter propio, que representaba el oficialista Daniel Scioli y la renovación que supone Mauricio Macri. Los colegios electorales cerraron sus puertas a las 18.00, hora local (22.00 hora peninsular española) y estaba previsto que los primeros resultados oficiales se conocieran a partir de las 19.30, hora local, según el responsable de la Dirección Nacional Electoral argentina, Alejandro Tullio.

«Le quiero decir a todo el mundo: gracias. Es un día histórico, va a cambiar nuestra vida. Comienza una nueva etapa en Argentina pero (la vamos a hacer) todos juntos». Macri, envuelto en una nube de periodistas y de gente que le vitoreaba, reconocía al votar: «Todo me está desbordando. Nunca lo pude imaginar».

Durante años subestimado por los políticos tradicionales, el virtual presidente electo logró lo que llevaba proclamando desde hace tiempo: hacer posible lo imposible. Hace apenas cuatro semanas la mayoría de Argentina estaba resignada a «la continuidad con cambio» que prometía Daniel Scioli. Hoy amanece convencida de que es dueña de su destino y su futuro es otro. Quizás no el paraíso que prometía el derrotado gobernador de Buenos Aires (hasta el 10 de diciembre) pero, al menos, no el infierno que suponía, para la mayoría de los votantes, tolerar a un heredero que respaldó y consintió, sin alzar la voz, doce años de gobiernos Kirchner bajo la premisa del ordeno y mando. El triunfo de Macri también responde al hartazgo de la población del abuso sistemático de un poder presidencial que se creyó sin límites, el de Cristina Fernández de Kirchner.

Además, por vez primera la democracia argentina tendrá gobiernos no peronistas en los principales bastiones del país. En sus manos estará la gigantesca provincia de Buenos Aires (del tamaño de Italia) y la capital de Argentina. La coalición Cambiemos -una plataforma de socialdemócratas y liberales difícil de articular- logró superar con Mauricio Macri al frente, obstáculos, recelos y tentaciones del oficialismo. El desafío será mantenerse unidos de ahora en adelante. La histórica Unión Cívica Radical (UCR) a la que perteneció el expresidente Raúl Alfonsín, la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió confían en ello.

Al sucesor de Cristina Fernández de Kirchner le esperan enormes retos. Poner en orden una economía que perdió la brújula hace tiempo, controlar la inflación que este año es del 25% (el pasado fue del 40%), aumentar las arcas medio vacías de reservas del Banco Central, unificar el valor de la moneda (hay una decena), liberar el mercado cambiario, unir a un país dividido y… En definitiva, hacer de Argentina un país, sino normal, algo que se le parezca mucho. Todo ello con un Congreso donde, aunque relativa, la mayoría la tiene el Frente para la Victoria. Al menos durante los próximos dos años, ya que las Cámaras se renuevan, en parte, bianualmente.

El candidato oficialista ha mostrado a lo largo de toda la campaña electoral un fuerte espíritu luchador y tenacidad, incluso cuando los vientos de los sondeos y de sus correligionarios comenzaron a soplarle en contra. El «fuego amigo» le disparó desde la Casa Rosada, la provincia que administró durante los últimos ocho años, los «compañeros» del Frente para la Victoria, enamorados del denominado «proyecto nacional y popular» y los símbolos populares del kirchnerismo, como intelectuales agrupados en Carta Abierta, titulares de las asociaciones de Madre y Abuelas de Plaza de Mayo, Aníbal Fernández, jefe de Gabinete y derrotado candidato a sucederle en la provincia y, naturalmente (o contra natura) de Cristina Fernández.

Entre la primera y la segunda vuelta, Scioli logró, en buena medida, detener la artillería. Pero también parecía demasiado tarde. El electorado se inclinaba hacia Mauricio Macri. Sin embargo, el expiloto de lanchas que acostumbra a mencionar su espíritu de superación (por quedarse manco en un accidente deportivo) no tiró la toalla. Ayer, hasta en el momento de la votación, intentó arañar algún voto. «Vote a conciencia, voten a favor… Se trata de que gane la gente. Es una final para decidir qué país queremos proyectar para el futuro. Hay que votar con fe, con optimismo y con mucha esperanza. La gente vota con la razón y el corazón», aseguró antes de declararse «un símbolo de diálogo, de consenso y de convivencia democrática».

La primera parte la cumplieron los argentinos al pie de la letra. La segunda, aunque cierta en buena medida, ya no importa. El peronismo digiere todo menos la derrota y a Scioli le costará asumir el fracaso y que el futuro se queda en manos de Macri.

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