Llegó Pixar con «Inside Out» y se dispararon todas las emociones

La genial, divertida y emocionante película de Pete Docter, creador de «Up», rompe el aplausometro del Festival

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El Festival programó la última película de Disney-Pixar, tal vez con la única intención de entretener al personal (tras la primera semana, se empiezan a notar las arrugas producidas por el tono seco y doloroso del cine festivalero), pero el efecto fue mucho más allá de la distracción y produjo algo parecido a una mágica explosión de júbilo y uno de los mayores aplausos que se recuerdan aquí. «Inside Out» («Del revés») es tan divertida, lúcida, creativa, trascendente y emotiva como la mejor que haya hecho nunca esta maravillosa Compañía, stricto sensu. No se puede entrar con mayor sencillez, brillantez y gracia en ese terreno pedregoso del comportamiento humano y del cóctel de emociones y estados de ánimo que lo manejan.

La fantasía comienza cuando nace Riley, una niña, abre los ojos y se enciende el escenario donde transcurre la mayor parte de la trama, el interior de su cerebro, y se instalan en él los cinco personajes protagonistas, los muñequillos de sus sentimientos, la Alegría, la Tristeza, el Miedo, la Ira y el Asco, que poco a poco irán moviendo los hilos de su vida y de sus estados de ánimo.

La idea de Pete Docter (también director de «Up» y de «Monstruos S.A.») toma un vuelo inimaginable y un sentido revelador cuando el mundo de la niña se altera por ciertos cambios en su vida, de ciudad, de colegio, de edad…, y todos esos movimientos de las placas tectónicas de la vida son dibujados con enorme precisión y emoción desde su interior, desde ese cuartel general donde operan sus muñecos emocionales. Es casi imposible explicar con mayor lucidez lo que nos sustancia como personas, y de un modo tan sencillo que cualquier niño se verá inmerso en la doble aventura de sentir lo que mueve a Riley y lo que le mueve a él mismo, pero es que cualquier adulto experimenta la conmovedora perplejidad de entenderse, aunque solo sea un poco y momentáneamente.

«Inside Out» es tan profundamente próxima y profunda que cuesta trabajo ver más allá de su emocionante explicación de los resortes que manejamos o nos manejan, pero si uno se distrae de la esencia y se fija en ese más allá, lo que hay es la creación de un mundo visual maravilloso, un escenario fantástico en el que ese Cuartel General está unido por hilos a todas esas islas propias que lo rodean y nos sujetan, la familia, los amigos, las bromas de infancia, aficiones, los «chicos», las «chicas», los recuerdos, tristes o alegres…, incluso nos explica cómo se pierden y a dónde van. Y llega hasta un tramo final rebosante de ingenio, de gracia, de explosiones de talento sobre las más evidentes verdades de la vida, esas que no se acaban de conocer nunca.

En fin que cuando parece que Pixar o Disney han alcanzado ya una cima de la cual solo se puede bajar (¿Qué camino queda después de «Toy Story 3»?) aparecen con algo como «Inside Out», de incalculable creatividad, de insuperable emotividad y desde luego una cima tan alta o más de esa cordillera.

Pero la competición del Festival es otra cosa y no escala hasta ahí, especialmente la película presentada ayer por Francia, una más y también una menos, firmada por Stephane Brize, «La loi du marché», que tenía como mayor y casi única cualidad la interpretación de Vincent Lindon, un hombre que se queda en paro y acuciado por la necesidad familiar (tiene un hijo discapacitado físico y mental) tiene que aceptar un trabajo de vigilante en un supermercado… La película, sin duda, pretende algo, aunque lo único que llega de ella es lo enormemente seria que se pone para no conseguirlo.

Mejor y más compleja en su retrato de interiores es la que presentó el danés Joachim Trier, «Más fuerte que las bombas», una crónica sentimental de una familia alrededor de la figura de la madre muerta. Ella es Isabelle Hupert, una fotógrafa de guerra que, tras mil batallas, va a morir en un accidente de tráfico, y ellos son su marido, el excelente Gabriel Byrne, y sus dos hijos, Jesse Eisenberg, que acaba de ser padre, y el más pequeño, Devin Druid, en plena explosión adolescente y en pleno descubrimiento de sus rincones. El argumento recuerda leve pero espinosamente al de «Los descendientes», de Alexander Payne, y este Trier (sin Von) dosifica con talento las diferentes líneas y tiempos argumentales, cuidando sus intrigas y sus emotividades, y sobre todo maneja con sutileza todos los conflictos que se van oreando en cada uno de los personajes y abriéndoles ventanucos a su aislamiento. Joachim Trier, además, no descuida ningún frente, ni el del vacío por la pérdida, ni el del bloqueo de la paternidad, ni el de la fidelidad y el hogar, ni el de la angustia de la adolescencia. Y el caso es que escribiendo ahora sobre ella, uno se percata de que es mucho mejor película de lo que creía.

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