Raqa, campo de pruebas del sadismo sin límites de Daesh

Tras cuatro meses de ofensiva, los kurdos han recuperado esta semana el control de la ciudad más importante del «califato»

Mujeres combatientes de las milicias antiyihadistas en Raqa REUTERS

MIKEL AYESTARAN

El F16 en el que pilotaba el teniente jordano Moaz al Kasasbeh cayó en las proximidades de Raqa el 24 de diciembre de 2014 cuando participaba en una misión de bombardeo de la alianza que lidera EE.UU. En un primer momento salieron a la luz imágenes del piloto en manos de milicianos del grupo yihadista Daesh, después le dedicaron una doble página en su publicación en inglés «Dabiq», pero no hubo nuevas pruebas de que seguía con vida hasta la difusión de un vídeo en el que el joven militar, de 26 años, vestido con mono naranja y un ojo morado, repasaba algunos detalles de su captura para pasar posteriormente a una jaula regada de líquido inflamable en la que un encapuchado con una antorcha le prendió fuego.

El asesinato de Moaz ante las cámaras se sumaba a los de los cooperantes David Haines, Alan Henning y Peter Kassig, los periodistas James Foley, Steven Sotloff y Kenji Goto y el fundador de una empresa de seguridad privada, Haruna Yukawa, todos ellos secuestrados y decapitados en Raqa. En esta ciudad también sufrieron su cautiverio los periodistas españoles Javier Espinosa, Ricard García Vilanova y Marc Marginedas . En el caso del piloto jordano, el grupo de activistas locales Raqqa Is Being Slaughtered Silently (Raqa está siendo masacrada lentamente, RBSS, por sus siglas en inglés), llegó a encontrar el lugar del asesinato, al sur de la ciudad y cerca del río, e informó de que las imágenes se pudieron ver en la rotonda de Al Naim (que en árabe significa Paraíso y que era el centro neurálgico de Raqa) gracias a pantallas gigantes que instalaron los yihadistas para la ocasión. La agonía del teniente impresionó al mundo.

El piloto jordano Moaz al Kasasbeh fue quemado vivo, encerrado en una jaula. Los yihadistas filmaron su asesinato y distribuyeron las imágenes por internet

«El terror empezó desde el primer instante con asesinatos públicos de opositores, no hubo compasión»

Los asesinatos ante las cámaras de extranjeros eran mensajes que los yihadistas querían difundir al exterior. Pero mucho más complicado era conocer el día a día de la gente sometida a su tiranía. El contacto con cualquier periodista acarreaba la pena de muerte en una ciudad que tres meses antes de que el «califa» Abu Baker al Bagdadi se presentara al mundo en la mezquita Al Nuri de Mosul, en junio de 2014, ya estaba en manos de Daesh. Los barbudos subidos a vehículos blindados, con las banderas negras en alto, celebraron en la plaza de Al Naim su primera gran victoria en Siria y «el terror empezó desde el primer instante con asesinatos públicos de opositores, no hubo compasión», recuerda Abdelaziz al Hamza, miembro del grupo RBSS, que desde el estallido de la revuelta contra el Gobierno de Damasco denuncian las violaciones de los derechos humanos del antiguo régimen y de Daesh.

Información clandestinia

Los primeros vídeos grabados por RBSS mostraban crucifixiones, decapitaciones y amputaciones de extremidades a supuestos ladrones en la plaza de Al Naim. Desde entonces están en el punto de mira de Daesh, que decidió prohibir la conexión a internet en los domicilios y habilitó cibercafés muy concretos para que la gente pudiera conectarse, siempre de forma controlada. A los extranjeros se les asesinaba ante las cámaras y los vídeos se editaban para obtener un mayor efecto, pero lo que ocurría en el día a día de esas calles se recogía en teléfonos móviles y salía de forma clandestina, como la ejecución de decenas de soldados de la 17 División del Ejército sirio, apenas un mes después de la proclamación del «califato». Arrojaron sus cuerpos también en Al Naim, a la vista de todos y algunas de sus cabezas estuvieron durante días en la barandilla circular que protege la glorieta. Otro de los momentos más salvajes que se recuerdan fue el linchamiento colectivo de tres soldados sirios, a quienes una muchedumbre, con niños en primera fila, pisoteó hasta la muerte.

En la plaza de Al Naim (El Paraíso, en árabe)se llevaron a cabo crucifixiones como castigo público con la asistencia de la atónita población de la ciudad

«La ciudad se había teñido del negro de su bandera, al principio buscaban opositores, pero luego fueron a por todos y vigilaban cada detalle, desde la vestimenta hasta el ocio. Lo querían controlar todo. Nosotros enviábamos mensajes como podíamos, pero el mundo solo reaccionó cuando el terror afectó a ciudadanos extranjeros, a nadie le importaban los sirios», lamenta Abdulaziz, quien vive refugiado en Alemania desde mediados de 2014, cuando la policía de Daesh fue a buscarle a su casa para interrogarle y decidió huir. Varios miembros de la organización han sido asesinados dentro y fuera de Siria y Abdelaziz es uno de los pocos que aparece en público y habla con la prensa. La mayoría permanece en el anonimato absoluto.

Sharia y castigos

Si Mosul fue el gran símbolo del «califato» por su valor histórico en el mundo árabe, Raqa se convirtió en la capital del terror, «sobre todo porque Siria era la puerta de entrada de los yihadistas que venían de todo el mundo a la guerra santa. Raqa estaba bajo control de terroristas de Europa, África, Rusia… no eran sirios y por eso actuaban con total impunidad y sin respeto por la población local », piensa Abdulaziz, a difrencia de Mosul, ciudad administrada por iraquíes.

Las leyes no eran iguales en todas las zonas bajo control del «califa» y cada juez podía añadir su propia interpretación

Los kurdos celebraron su victoria en Al Naim, la gran rotonda en el corazón de Raqa que durante el «califato» pasó de ser la plaza del paraíso a la «plaza del infierno», según la rebautizaron los vecinos. Desde el primer instante Daesh siempre intentó buscar justificaciones legales a estos castigos a través de fatwas (edictos religiosos) como la que emitieron tras quemar vivo al piloto jordano. Entonces dijeron que le aplicaron una pena proporcional al efecto que tienen los bombardeos sobre la población civil. Las leyes no eran iguales en todas las zonas bajo control del «califa» y cada juez podía añadir su propia interpretación, pero había normas fijas que se repetían desde Raqa hasta el último rincón de Irak, y los insultos contra Dios, el Profeta y el islam, la homosexualidad, la apostasía y el «espionaje a favor de los infieles» se pagaban con la muerte; el adulterio, con la lapidación, el robo acarreaba la pérdida de una mano y el consumo de alcohol, un mínimo de 80 latigazos. Todo ello aderezado por la instalación de cruces en rotondas como Al Naim para exhibir a los merecedores de los castigos o con decisiones como la de lanzar a los condenados por homosexualidad de los edificios más altos… son algunas de las aportaciones del «califato» a su particular sharia, que ha sido en Raqa donde más tiempo ha estado vigente y que ha tenido en Al Naim su gran escaparate del horror.

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