Las promesas incumplidas en la gestión de la crisis de los refugiados

Más de un millón de personas alcanzaron la Unión Europea a través del Mediterráneo en 2015, según datos proporcionados por ACNUR

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Varian Fry llegó a Marsella en julio de 1940, en una Francia partida entre un territorio ocupado por el nazismo y otro gestionado por el régimen colaboracionista de Vichy. Su misión no era fácil. Apoyado por la primera dama estadounidense Eleanor Roosevelt y el Departamento de Estado, Fry debía ayudar a escapar a los intelectuales refugiados en esa localidad costera, acosados por una Gestapo, la policía política alemana, siempre al acecho. En «La lista negra», sus memorias, Fry recordó esa odisea agravada por un entramado burocrático imposible: los visados para llegar a Lisboa, el cruce arriesgado de fronteras y la ausencia de pasaporte, en los casos más graves, constituían el día a día de los perseguidos por el Tercer Reich.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el convenio de aplicación del Acuerdo de Schengen, rubricado en junio de 1990, puesto en marcha en 1995 y garante del libre tránsito de personas entre las naciones europeas signatarias, hubiera parecido una quimera. Hoy es una realidad amenazada por la reacción que suscita una crisis que recuerda a la de entonces, con los debidos matices históricos. La violencia no brota de Alemania, sino de Siria, Afganistán o Irak, países acosados por el terrorismo yihadista y los conflictos armados y principal lugar de origen del millón de personas que alcanzó Europa a través del Mediterráneo en 2015, según datos proporcionados por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El invierno no ha minimizado el número de llegadas, a pesar de la peligrosidad de una empresa que arrebató la vida, solo el pasado año, a 3.771 seres humanos.

[Pincha sobre los puntos en el mapa para conocer los datos de Eurostat por países de peticiones de asilo en 2015, la cifra comprometida de reubicación de la UE y los refugiados reubicados hasta ahora.]

Un grupo de refugiados intenta cruzar una valla en Macedonia
Un grupo de refugiados intenta cruzar una valla en Macedonia - REUTERS

Frontex, la agencia que vigila las fronteras exteriores de la Unión Europea, distingue las siete principales rutas que los refugiados toman para acceder al espacio Schengen. La que une Turquía y Grecia a través del mar Egeo fue la más concurrida en enero de 2016. Desde el país heleno comienzan el periplo hacia Macedonia, Serbia, Hungría, Croacia o Eslovenia, puntos de tránsito del circuito que suele terminar en Austria o Alemania. Un camino cada vez más difícil. En agosto de 2015, Hungría terminó la construcción de una valla en su frontera con Serbia. El recorrido se desvió entonces hacia Croacia, pero pronto aparecieron nuevos obstáculos. En noviembre, tanto Macedonia como Eslovenia y Austria anunciaron que tomarían las mismas medidas que Budapest. «La restauración de los controles fronterizos en los países que conforman Schengen están contempladas en el acuerdo», explica Andreu Olesti. «Pero el levantamiento de una frontera física, como construir un muro y una valla, es contrario a Schengen», matiza este catedrático de Derecho comunitario europeo de la Universidad de Barcelona. Una estrategia que provocará la creación de una suerte de «fortaleza Europa», según lamenta Amnistía Internacional. «En Macedonia han bloqueado la entrada al país, y esta semana denunciamos que hay más de 7.000 personas paradas en la frontera, en una situación precaria. Hay familias, enfermos, mujeres embarazadas, niños y niñas... La gran mayoría son refugiados que tienen derecho a protección internacional», recuerda Verónica Barroso, portavoz de esa organización en defensa de los derechos humanos.

Medidas fallidas

La gestión política de la crisis no ha dado sus frutos. En julio y septiembre de 2015, el Consejo Europeo acordó un sistema de cuotas para la reubicación y el reasentamiento de los refugiados. La cifra de reasentamiento, proceso consistente en acoger en países europeos a refugiados llegados de fuera del continente, se estableció en 20.000 personas. La reubicación, con refugiados procedentes de un país europeo, ha terminado en un baile de cifras desde los 160.000 iniciales. En un primer momento, los refugiados de Grecia, Italia y Hungría iban a ser enviados a otros Estados miembro, pero Budapest se negó a participar en este proceso. Una decisión que provocó cambios en el reparto incial. España se comprometió finalmente a acoger a 9.323 personas, según datos proporcionados por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Solo 18 han llegado a nuestro país. «El proceso de reubicación está fracasando», explica Nuria Díaz, miembro de CEAR. «Las medidas están desfasadas, porque son decisiones que se tomaron el año pasado y que atañen a 160.000 personas, cuando llegaron más de un millón», indica. Para esta portavoz, agilizar la reubicación supone potenciar la integración, mecanismo que garantiza «la inserción laboral, el aprendizaje del idioma, las ayudas económicas y el acceso a la sanidad y la educación».

La crisis de los refugiados ha hecho tambalearse los cimientos de la Unión Europea, evidenciando la incapacidad de sus líderes para acordar una política común. Alemania y Hungría muestran bien esa tendencia disfuncional. Durante el verano de 2015, la canciller alemana Angela Merkel defendió con énfasis la acogida de refugiados y la puesta en marcha del sistema de cuotas, convicciones que ahora pueden dañar su carrera. Como señaló la revista británica «The Economist» en un artículo de enero de 2016, la CSU, la rama bávara de la formación democristiana que Merkel lidera, rechaza frontalmente su gestión de la crisis. Un escepticismo que también aflora en el interior de su propio partido. «El modelo presentado por Merkel suponía una alternativa inspiradora frente a la xenofobia corta de miras de líderes como Orbán», indicaba la revista. «Ahora, después del caos y el trauma de los seis meses pasados, Orbán parece justificado y la canciller cada vez está más sola», explicaba luego. Lo cierto es que sucesos como la Nochevieja de Colonia, cuando centenares de mujeres fueron agredidas por hombres de origen magrebí, no han contribuido a popularizar su punto de vista. Meses más tarde se desveló, sin embargo, que solo tres de los cincuenta detenidos eran refugiados.

Viktor Orbán y Angela Merkel
Viktor Orbán y Angela Merkel - REUTERS

Si Merkel defendió la «cultura de bienvenida» frente a la crisis, el primer ministro húngaro, el conservador Viktor Orbán, adoptó una postura opuesta. La construcción de una valla en la frontera con Serbia solo fue la más polémica de sus decisiones. «En Hungría reformaron el código penal, y establecieron condenas de incluso tres años de privación de libertad para aquellas personas que entraban en el país de forma irregular», recuerda Barroso. «También hemos visto imágenes de uso de la fuerza por parte de los agentes de la frontera, que lejos de garantizar la protección están intentando bloquear el acceso, con uso de gas lacrimógeno», añade esta portavoz de Amnistía Internacional. El 25 de febrero, el mandatario anunció la futura celebración de un referéndum para someter a consulta la aceptación o el rechazo del sistema de cuotas propuesto por la Unión Europea. Lo cierto es que otro países han adoptado iniciativas controvertidas. « En Dinamarca, la última reforma permite requisar los bienes de valor de los refugiados para costear su estancia. Además, han establecido que no pueden solicitar la reunificación familiar hasta pasados tres años», lamenta la activista.

Solidaridad desigual

El debate que suscita en la Unión Europea el reparto de 160.000 refugiados contrasta con las cifras que describen la situación de otros países de acogida. Según datos proporcionados por ACNUR en 2016, un total de 2.715.789 sirios se encuentra en Turquía, frente a 1.067.785 en Líbano y 639.704 en Jordania. «Turquía es grande, es una economía potente, pero está acogiendo a dos millones y medio de personas y sus capacidades son limitadas», explica Eduard Soler i Lecha. «Hay un acuerdo para dar 3.000 millones de euros a Turquía, destinados a programas cuyos beneficiarios sean los refugiados», añade este investigador del laboratorio de ideas CIDOB. Ankara espera que su solidaridad ofrezca ciertas contrapartidas y beneficios, como la facilitación de visados a los ciudadanos turcos que quieran acceder a territorio comunitario o un mayor apoyo a su lucha contra el terrorismo kurdo. Soler i Lecha considera, sin embargo, que esa «política de brazos abiertos no está hecha para negociar mejor con la Unión Europea, sino que ya existía».

Una chica descansa sobre un montón de chalecos salvavidas
Una chica descansa sobre un montón de chalecos salvavidas - AFP

Pero las negociaciones con Turquía no se han quedado ahí. El lunes, Ankara propuso a la Unión Europea que la ayuda económica aumentara a 6.000 millones de euros y que agilizara la cuestión de los visados, a cambio de readmitir a los refugiados sirios llegados a Grecia y a los migrantes económicos en su territorio. Sin embargo, el contexto interno del país no resulta por completo favorable. «Turquía es un país sobre todo tensionado por el problema kurdo», recuerda Soler i Lecha. Dificultad a la que se añade la existencia «de redes mafiosas y de crimen organizado, que se aprovechan de la situación de las personas que quieren iniciar el viaje en Europa», como también explica este investigador. Aylan Kurdi, el pequeño de tres años que murió ahogado en la costa turca el pasado verano, fue precisamente víctima de los traficantes de personas. Dos de ellos, de origen sirio, fueron condenados a cuatro años de cárcel a principios de febrero, debido a su implicación en el caso.

La gravedad de la crisis abierta ha llevado a ACNUR a compararla con la vivida en la Segunda Guerra Mundial. La figura de refugiado, precisamente, surgió durante la Convención de Ginebra de 1951, pocos años después del final del conflicto. Acciones como las de Varian Fry quedaron en el recuerdo. Su gesta supuso un oasis de esperanza para muchos perseguidos por el nazismo: las cifras indican que entre dos mil y cuatro mil personas lograron escapar de Marsella gracias a su trabajo. La pensadora Hannah Arendt o el pi¡ntor Max Ernst figuran en la lista de los que lograron sobrevivir. Fry murió en septiembre de 1967. En vida, su labor fue premiada con la Legión de Honor, la mayor condecoración francesa. En 1994, de forma póstuma, Israel le concedió el título de Justo de las Naciones, reconocimiento que aplaude a quienes «en un mundo de debacle moral generalizada» supieron «desplegar un enorme coraje para mantener los valores humanos en pie».

Varian Fry en 1967
Varian Fry en 1967 - Fred Stein
Ver los comentarios