¿Qué consecuencias tendría la entrada de Turquía en la UE?

La factura que deberá pagar Europa no afectará solo a la política y a la cohesión social: también tocará el bolsillo de los contribuyentes

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, pidió el año pasado una pausa de al menos cinco años antes de plantearse nuevas incorporaciones al club comunitario, hoy compuesto por 28 Estados europeos. En la lista de espera figura Turquía, que negocia desde 2005 oficialmente su adhesión a la UE. Pocos países de la Unión ven con buenos ojos la llegada de Ankara. Entre los que se resisten con más tozudez figuran, además, nada menos que Francia y Alemania. Pero la crisis de los refugiados ha cambiado la atmósfera política, y la canciller Merkel se ha comprometido ante el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, a volver a poner en marcha el proceso de adhesión. A cambio, el Gobierno de Ankara promete colaborar con la UE de modo más activo para frenar la oleada de sin papeles que llegan al sur de Europa procedentes de sus campos de refugiados.

Los temores y las expectativas optimistas -por parte, en especial, de los británicos- han vuelto a renacer. Turquía lleva más de cincuenta años tocando a la puerta de Europa, y los inconvenientes, tanto políticos como económicos, que ya asomaban en 1963 siguen para muchos hoy vigentes.

En el plano económico, la llegada de Turquía a la UE supondría la apertura de un nuevo mercado sin barreras de casi 76 millones de nuevos consumidores. El Producto Interior Bruto de la Unión, que ya es superior al de Estados Unidos, daría un paso de gigante: a los 18,46 billones de dólares estimados por el Banco Mundial en 2014 habría que sumar los casi 800.000 millones de PIB que logró ese año Turquía. Más polémica es la aportación del mercado laboral laboral turco; dado que la renta per cápita de ese país es incluso menor que la griega, y que dispone de una masa trabajadora joven y cualificada, es de prever un movimiento masivo hacia otros países, en particular hacia Alemania.

Si el largo plazo económico -por el librecomercio- es halagüeño, no lo es tanto el corto para los presupuestos de la Unión. En 2005, cuando Ankara obtuvo por fin el estatus de candidato a la adhesión, el comisario europeo de Agricultura, Franz Fischler, advirtió que toda la política agrícola común (PAC) podría saltar por los aires con la llegada de Ankara. Fischler afirmó que la “factura agrícola turca” costaría a la UE 10.000 millones de euros, los mismos que se invirtió en ayudar al sector agrícola de los últimos diez estados que han entrado en la Unión. La factura en ese terreno, como en el de los fondos estructurales y los de cohesión, iría por supuesto a la cuenta de los contribuyentes europeos de los estados más ricos.

Deriva islamista

Pero es en el terreno social y político donde la eventual entrada de Turquía en la UE adopta perfiles más sombríos. La llegada de 76 millones de nuevos miembros, en su mayoría musulmanes, elevaría el número de mahometanos en Europa del 5 por ciento actual al 20 por ciento de la población total. Las consecuencias sociales del súbito encontronazo entre las “placas” culturales islámica y judeo-cristiana son difíciles de calcular. La presión de las comunidades musulmanas en Francia, España, Reino Unido y Alemania, por obtener avances en ciertas reivindicaciones (velo musulmán integral, servicios diferenciados por sexos en escuelas y hospitales públicos, dietas halal, y un largo etcétera) se vería muy reforzada con la llegada de Ankara al Consejo Europeo. Dado que pronto superará en población a Alemania, Turquía se convertiría en el país más poblado de la Unión, y eso se vería reflejado en su capacidad de voto (y de veto) en las máximas instancias.

En el terreno político, la entrada de Ankara en el círculo de capitales europeas significa que se habría resuelto previamente uno de los problemas más espinosos de la negociación: el reconocimiento por parte de Turquía de la república de Chipre, miembro de pleno derecho de la UE. Quedarían pendientes asuntos complejos, como la aceptación turca del genocidio perpetrado por el imperio otomano contra el pueblo armenio, cuestión que -de no zanjarse- puede envenenar durante años la vida del Parlamento Europeo. Ankara tiene que resolver, además, la concesión de plenas libertades a su importante minoría kurda (un conflicto que ha vuelto a deteriorarse peligrosamente); con Turquía dentro de la UE, la vieja batalla se trasladaría con gran facilidad a Alemania, donde los terroristas del PKK podrían resucitar sus años de plomo.

La deriva islamista impuesta por el partido de Erdogan, junto a las acusaciones de autoritarismo, son otras tantas sombras que pueden cubrir también el cielo de Europa si entra Turquía. Los estándares de libertad de expresión que impone el acervo comunitario están lejos de cumplirse, como demuestra el elevado número de periodistas opositores actualmente encarcelados y pendientes de juicio.

Ver los comentarios