El nuevo Emperador de Japón promete seguir el mismo camino que su padre

Al jurar el cargo, Naruhito recuerda a Akihito y asegura que luchará por la paz y el desarrollo de su país

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Pablo M. Díez

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Japón ya tiene nuevo Emperador . Tras la abdicación el martes de su padre Akihito, ayer empezó el reinado de Naruhito. A sus 59 años, le sucedió en otra breve pero solemne ceremonia en el Palacio Imperial de Tokio, primer paso de su largo ascenso al Trono del Crisantemo. Aunque Naruhito es ya el soberano de Japón bajo la nueva era «Reiwa», que empezó en la medianoche de ayer y significa «Bella armonía», la gran gala de entronización no se celebrará hasta el 22 de octubre. Ese día, 2.500 invitados de casas reales y gobiernos de casi doscientos países se darán cita en la capital nipona para asistir a su proclamación.

Hasta entonces, los japoneses tendrán tiempo de comprobar el rumbo que tome el nuevo monarca, cuya figura es ceremonial pero goza de un enorme aprecio social. Tan fuerte respaldo se debe a la labor del ya Emperador emérito Akihito durante sus 31 años de reinado, concluidos el martes en una jornada lluviosa y melancólica que aventuraba el final de la era «Heisei» , que significa «Consiguiendo la paz». Ayer por la mañana, en cambio, lucía un sol radiante para recibir al nuevo Emperador, que llegó a palacio desde su residencia en Akasaka a bordo de su elegante limusina negra Toyota Century Royal. A sus puertas le esperaban miles de curiosos para darle la bienvenida y saludar el inicio de su reinado.

Símbolos de la monarquía

En una primera ceremonia, a la que no podían asistir las mujeres de la Casa Imperial, los chambelanes de palacio le ofrecieron los símbolos de la monarquía nipona, que presume de ser la más antigua del mundo gracias a sus 1.300 años de historia. Envueltos en cajas que impiden verlos, son los sellos privados y estatales con el nombre del soberano y dos de los tres tesoros sagrados que representan las virtudes sintoístas de la monarquía: la espada «Kusanagi no Tsurugi» para el valor y la joya «Yasakani no Magatama» para la benevolencia. A este acto, que tuvo lugar en el Salón del Pino, solo pudo acudir la única ministra del Gobierno Abe.

Después, en una ceremonia ya abierta a las mujeres de la Casa Imperial, Naruhito dirigió sus primeras palabras al pueblo acompañado de su esposa, la Emperatriz Masako. «Juro que actuaré conforme a la Constitución y cumpliré mis obligaciones como símbolo del Estado y la unidad del pueblo de Japón, teniendo siempre en mis pensamientos a la gente y permaneciendo a su lado», anunció en su breve discurso. «Rezo sinceramente por la felicidad de la gente y el desarrollo de la nación, así como por la paz en el mundo», aseguró al igual que su padre el día anterior.

Mostrando su «respeto y agradecimiento» al Emperador emérito, destacó su «profunda compasión en su comportamiento», que tomó como modelo para su reinado. «Juro que me reflejaré profundamente en el rumbo seguido por Su Majestad el Emperador emérito y llevaré en mi mente el camino recorrido por los emperadores pasados, dedicándome a mi propia mejora», declaró a los invitados del mundo político y económico que ocupaban el llamado Salón del Pino. Ataviados con frac como él, entre ellos estaban los ministros del Gobierno de Shinzo Abe . En su saludo al soberano, este se mostró decidido a «forjar, en medio de las turbulencias de los asuntos internacionales, un futuro brillante y lleno de paz del que podamos estar orgullosos».

Ilusionados con la nueva etapa, miles de personas están aprovechando los diez días de vacaciones concedidos por el relevo imperial para acercarse hasta el palacio donde se celebran estas ceremonias, en pleno centro de Tokio. «Estamos muy contentos de tener una nueva generación de emperadores que nos ayudará a ser más felices y a tener paz», se congratulaban Kazuya y Atsuko Kuwahara, un matrimonio de Chiba, que se hacían selfis ante el palacio desafiando a la tormenta que cayó por la tarde.

Pero no todos los japoneses están tan contentos con el nuevo Emperador. Muy cerca de allí, en la «milla de oro» de Ginza, una manifestación contra la monarquía congregaba a medio millar de personas mientras un camión de la ultraderecha les increpaba con sus altavoces. «Este sistema imperial es el mismo que llevó a Japón a la guerra», denunciaba Takeyoshi Ohno entre los cánticos de los manifestantes. Escoltada por un número mucho mayor de policías, la marcha desfilaba bajo los neones de las abarrotadas galerías comerciales, cuyos carteles deseaban a todos una feliz nueva era «Reiwa».

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