Burkina Faso, un país devorado por el terrorismo islamista

Miles de personas han perdido la vida en ataques yihadistas, que se han disparado durante los últimos seis años

Una patrulla de fuerzas de seguridad de Burkina Faso cerca de Uagadugú AFP
Silvia Nieto

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Los periodistas españoles David Beriain y Roberto Fraile, asesinados el pasado lunes en una emboscada en la provincia de Kopienga, en Burkina Faso, fueron dos de las últimas víctimas de la oleada de ataques terroristas que destruye ese país africano desde 2015. A partir de entonces, según datos de la organización Human Rights Watch (HRW), los atentados se han sucedido cada vez con más frecuencia, registrándose 12 en 2016, 29 en 2017 y 137 en 2018. De 2016 a 2019, las víctimas de los ataques subieron de 80 a 1.800 por año, como desveló con preocupación Naciones Unidas.

«Desde hace un tiempo, la región del este de Burkina Faso sufre problemas de inseguridad , con ataques de grupos armados no identificados», señala una fuente humanitaria de Burkina Faso, que ha pedido mantener el anonimato.

«La violencia en Burkina Faso irradia de situaciones conflictivas anteriores, sobre todo de la insurgencia en Mali en 2012 y 2013», explica el africanista Omer Freixa. «Allí se hospedó una célula terrorista que acabó traspasando la frontera, llegando a otros países que ahora están dentro de la espiral catastrófica del yihadismo». «En estos seis años –concreta–, hay que hablar de unos 5.000 muertos por terrorismo en Burkina Faso».

«El atentado del lunes no es un acontecimiento aislado, sino que entra en un esquema amplio de grupos yihadistas en el África occidental», añade el también africanista Dagauh Komenan. «El parque de Pama, donde ocurrió el ataque contra los periodistas, está cerca de la frontera con Benín. Ahí se encuentra el parque nacional de Pendjari, donde fueron secuestrados varios turistas en 2019. Días después los rescataron, en una operación donde murieron dos militares franceses», recuerda el experto.

«Al principio, esos atentados estaban concentrados en la zona del norte de Burkina Faso, en la frontera con Mali y Níger, pero se han ido expandiendo hacia el sur del país, la capital y las fronteras con Benín y Togo», lamenta Komenan.

Con el 61,5 por ciento de la población que practica el islam, Burkina Faso es un país de mayoría musulmana , en el que los ciudadanos católicos solo suponen el 23,4 por ciento del censo.

Hambre y descontento

Aprovechándose de la pobreza de las zonas rurales –el 80 por ciento de los burkineses vive de la agricultura de subsistencia , según el World Factbook de la CIA– y del escaso control que el Estado es capaz de ejercer sobre ellas, los terroristas reclutan a sus miembros en esas regiones del país africano, como denunciaba la organización International Crisis Group en un informe reciente.

«Los objetivos de los grupos violentos –afirma Komenan– son los olvidados del sistema , los que viven en el campo, no están escolarizados y no pueden aspirar a una vida mejor. Los yihadistas se presentan como luchadores contra el sistema corrupto. Ocurre también en Mali, en Níger o en Mozambique». El hambre agrava el problema: «Es un cóctel explosivo. En el Sahel, 30 millones de personas necesitan ayuda alimentaria urgente», subraya Freixa, por su parte.

Resultado de ese clima de inseguridad, el misionero español Antonio César Fernández , de 72 años, también murió en un atentado cerca de la frontera sur de Burkina Faso, cuando regresaba a Togo, en 2019.

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