La tragedia familiar de Sissi emperatriz: la misteriosa muerte de su heredero

La última Emperatriz de Austria, Zita de Borbón-Parma, reconoció a finales del siglo XX que «la verdad es que el Archiduque Rodolfo fue asesinado y que este asesinato fue político. En nuestra familia siempre hemos sabido la verdad, pero Francisco José hizo jurar a todos los que estabamos al corriente del crimen que nunca dirían nada»

Cadáver de Rodolfo de Habsburgo.
César Cervera

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Para Isabel Amalia Eugenia Duquesa en Baviera, Emperatriz consorte de Austria entre 1854 y 1898, conocida como Sissi, el estricto protocolo palaciego de Viena y la aspereza de su marido Francisco José I , hombre profundamente enamorado de su mujer pero tan tieso como el acero, fueron una desagradable sorpresa. Una cárcel de lujo con lámparas de araña y bailes despampanantes, pero una prisión al fin y al cabo. La bávara llegaría a afirmar que «el matrimonio es una institución absurda» y, en un intento de alejarse de esa corte asfixiante, desde los 35 años optó por desaparecer de la vida pública. Nunca más se retrató y comenzó a llevar un velo azul, una sombrilla blanca y un abanico de cuero con los que se tapaban rostro en todas partes.

Un hijo complicado

A este recogimiento, en el que aprovechó para alimentar sus inquietudes culturales, contribuyó de forma decisiva la muerte del Príncipe heredero Rodolfo , en 1889, en circunstancias nunca esclarecidas. El único hijo varón de Sissi y Francisco José I mostró desde niño problemas psiquiátricos derivados, probablemente, de una educación militarizada y carente de afecto familiar. Mostraba instintos suicidas y depresivos, agravados años después por el tratamiento que recibía contra la sífilis. En contra del autoritarismo imperial de su padre, Rodolfo abrazó desde muy jóven ideas liberales, burguesas y anticlericales que, dado lo poco simpáticas que le resultaban estas a la nobleza, procuró guardar bajo llave.

La emperatriz Isabel por Franz Xaver Winterhalter, (1865)

Su obsesión a nivel de política exterior era centrarse en el este del continente, en vez de en la esfera alemana, para crear en torno al Imperio austrohúngaro una red de países asociados, entre ellos Rumanía, Serbia, Bosnia y Albania , con el objeto de frenar el avance ruso por la Europa oriental. Dado que la estrategia de Francisco José de Austria iba, más bien, en la otra dirección, Rodolfo empezó a intrigar contra su padre en las fechas que precedieron a su muerte. Adelantándose a sus movimiento, el Emperador envió a su hijo a principios de 1889 a un viaje por el Adriático para alejarle de las tramas palaciegas y de pensamientos tan oscuros. No obstante, el 11 de enero ya estaba de vuelta en Viena, no tanto por cuestiones políticas sino por verse con su última conquista sexual.

Casado en 1880 con la princesa belga Estefanía de Lieja , ni siquiera una hija en común trajo concordia familiar a Rodolfo, al que su mujer nunca perdonó que le contagiara una enfermedad venérea derivada de esas numerosas correrías nocturnas y de su tropa de amantes. A su regreso del viaje por el Adriático, programado en principio para varias semanas, el heredero imperial se reunió con la baronesa María Vetsera , hija de un diplomático húngaro y la heredera de una familia de banqueros turcos, justo el área de influencia que más interesaba a Rodolfo.

Se habían conocido a finales del año anterior en una carrera de caballos y el amor prendió de forma salvaje, convulsiva. «Estuvo anoche con él desde las siete hasta las nueve. Ambos hemos perdido la cabeza. Ahora nos pertenecemos por completo», escribió la baronesa tras la primera noche de pasión.

Unidos por la muerte

Rodolfo y María se vieron más de treinta veces en cuestión de tres meses y él quiso, para demostrarle que no era un amor pasajero, regalarle un anillo con las iniciales IL VBIDT («In Liebe Vereint Bis In Dem Tode», esto es, «Unidos por el amor hasta en la muerte») que resultó premonitorio. En una reunión celebrada en Viena el 26 de enero de 1889, Francisco José reprochó a su hijo lo escandalóso de esta relación extramatrimonial y el hecho de que hubiera escrito al Papa pidiendo la anulación de su matrimonio sin ni siquiera avisarle. La fuerte discusión resultante terminó con el Emperador sufriendo un desvanecimiento y Rodolfo marchándose del lugar muy alterado.

Rodolfo de Habsburgo en 1887

En la madrugada del 30 de enero aparecieron los cadáveres de Rodolfo de Habsburgo-Lorena , de 30 años, y de María Vetsera , de 17 años, en el refugio de caza de Mayerling, a pocos kilómetros de Viena, que se había construido el archiduque varios años antes. La Princesa Estefanía , que estuvo allí dos veces alojada, describió el lugar más como «un museo, o las habitaciones de un profesor de historia natural, que las de un príncipe alto y poderoso. Unos de los salones se organizó con el fin de representar un bosque. Un enorme oso, que el príncipe había disparado en una estancia en munkdcs, se aferraba a un pino de tronco. Búhos, linces, faisanes, zorros, venados y ciervos se encontraba en esta sala maravillosa».

La pareja se había desplazado allí dos días antes para disfrutar en secreto de su amor, de hecho habían planeado juntos un falso secuestro para que nadie sospechara de la ausencia de María. La noche anterior a su muerte estuvieron hasta altas horas de fiesta junto a su cochero de confianza y, sobre las siete y media de la madrugada, Rodolfo pidió a su ayudante de cámara Johann Loschek que le despertara una hora más tarde para desayunar. Fue supuestamente la última vez que se vio con vida al heredero.

Anatomía de una tragedia

Cuando a la hora convenida los criados no hallaron respuesta en el cuarto, consultaron al Conde Hoyos y al concuñado de Rodolfo, Felipe de Sajonia-Coburgo , que había sido invitado a cazar en la casona, sobre cómo proceder. Estos dieron permiso para forzar la entrada. Según la descripción hecha por el Conde Hoyos, encontraron en la cama dos cadáveres: «El del príncipe aún estaba caliente, podría haber muerto media hora antes; María al menos llevaba muerta una hora y aparecía tapada con un cobertor. Sobre una mesa había un vaso con restos de coñac. Sobre la mesilla de noche un espejo. Junto al Príncipe una pistola».

Fotografía de María Vetsera

Francisco José I hizo jurar a todos los testigos del suceso que guardarían silencio y comunicó una primera versión poco convincente: Rodolfo había muerto por una apoplejía . De su acompañante simplemente no dijeron nada. Cuando se desataron los rumores por Viena y por las grandes cortes europeas, el Emperador reconoció que su hijo se había suicidado debido a una «enajenación mental».

Aunque ambos cuerpos mostraban, según los rumores, signos de haber sido golpeados, la investigación oficial determinó que se trataba de un suicidio pactado, una de esas costumbres tétricas propias de los románticos decimonónicos . Él habría disparado primero a su amante, incapaz de asumir que aquel amor iba a resultar imposible, y luego se habría metido un disparo en la sien. Así parecía apuntarlo el tono de despedida de sus últimas correspondencias. Rodolfo le dijo a su esposa que «ya te ves libre de mi funesta presencia. Sé buena con la pobre pequeña [la hija del matrimonio], ella es todo lo que queda de mí. Voy tranquilo hacia la muerte. A su hermana pequeña directamente le reconoció que «muero a pesar mío» .

«Soy más feliz en la muerte que en la vida»

María, por su parte, se despidió de su madre entre disculpas: «Querida mamá: perdóname lo que he hecho. No puedo resistir su amor. De acuerdo con él, quiero ser enterrada a su lado en el cementerio de Alland . Soy más feliz en la muerte que en la vida». En un cenicero dejó inscrito unas palabras misteriosas en tinta violeta: «El revólver es mejor que el veneno, más seguro».

«Una auténtica batalla campal»

Desde entonces no se ha parado de especular con teorías alternativas al suicidio. La más repetida es que habría sido el propio Francisco José, consciente de que su hijo estaba fuera de control, quien autorizó el asesinato del Archiduque. Al Imperio austrohúngaro no le faltaban enemigos dentro y fuera de sus fronteras capaces de creer esas ideas tan oscuras. Enemigos como aquellos que tres siglos antes acusaron a Felipe II de España , otro Habsburgo , de haber ordenado la muerte de su hijo Carlos con el objetivo de tejer una leyenda negra en torno a todo lo relacionado con esta dinastía católica y con tendencia a dar puñetazos en el tablero europeo de vez en cuando.

Varios testigos señalaron ciertamente que el cuerpo de la joven mostraba signos de haber sido golpeada, aparte del disparo en la cabeza que provocó su muerte. El cuerpo de Rodolfo también presentaba cortes de sable , entre ellos en la mano, con la consiguiente pérdida de dos dedos que, según las teorías conspiranoicas, se ocultó rellenando durante el funeral su mano con paja.

El embajador alemán informó a Bismarck de que las heridas, en efecto, no correspondía con la versión oficial. Lo mismo ocurría con el escenario de la tragedia. Frederic Wolf , un carpintero residente cerca de Mayerling, describió la habitación del suceso haciendo caso a los trabajos que su padre realizó allí como «el escenario de una auténtica batalla campal»: muebles rotos, impactos de bala, huellas de sangre por todas partes...

El caserón de Mayerling donde tuvo lugar el suceso

El propio Conde Hoyos reconoció en una carta que no se habían hecho públicos todos lo detalles: «Su Alteza está muerto. Es todo lo que puedo decir. No me pidáis que os dé más detalles; es demasiado terrible. He dado mi palabra al Emperador de no decir nada de lo que he visto».

La última Emperatriz de Austria Zita de Borbón-Parma se atrevió a finales del siglo XX a revelar, según ella la verdad de «que el Archiduque Rodolfo fue asesinado y que este asesinato fue político. En nuestra familia siempre hemos sabido la verdad, pero Francisco José hizo jurar a todos los que estabamos al corriente del crimen que nunca dirían nada». Según señaló la esposa de Carlos I de Austria, los asesinos materiales fueron un grupo de profesionales de la muerte venidos del extranjero y el instigador Georges Clemenceau, director del diario francés La Justice y, a la postre, Primer Ministro de Francia durante la Primera Guerra Mundial . Pero sus palabras fueron desmentidas por su hijo, el Archiduque Otto , quien aseguró, categórico, a los periodistas: «No existen tales pruebas. Rodolfo se suicidó».

Para Sissi la muerte de su hijo fue la gota que colmó el vaso. Nunca volvió a ser la misma. Abandonó la intrigante Viena y adoptó el negro como único color para su vestimenta. Con el tiempo se hizo extraño que la Emperatriz visitase a su marido en Viena y, de hecho, cuando fue asesinado por un anarquista italiano en 1898 se encontraba muy lejos de su familia, en un lago suizo, sumida en una huida hacia delante que le llevó a recorrer de punta a punta el Mediterráneo.

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